Yo, que te quise tanto...
"Me duele España". Ahora es peor. España ya no duele, España cansa, aburre, decepciona, agota. Ya no es un país de hambre y misería, la caída continúa, un escalón más abajo vivimos en un país de mediocres. Se ha convertido en una masa insipida, en un cuerpo destemplado y flácido que se erosiona lentamente desde hace dos siglos. Decrepitud y vacío, doscientos años en retirada para convetirnos en esto, en un enfermo crónico, en un inválido molesto que ni se levanta de la cama y tiene la dignidad necesaria para hacerse a un lado, para buscar una tumba a su nombre y dar finalizada la función. Nos empeñamos en resistir para desgastarnos, para ocupar un espacio, consumir oxígeno, para reproducirnos equivocadamente y dar al siguiente relevista un testigo cada vez más espurìo, más corrupto, menos esencial.
Cuando los asuntos se resolvían por cojones, acero contra acero, en la
terra incognita de los mapas imposibles, entonces tuvimos nuestra oportunidad. Entoces se podía esperar lo milagroso, lo inconcebible, podías pedirle a un español que rompiera a pollazos la puerta del Infierno volvierá con la piel de Satanás. Había algo vibrante en nuestra patría, la medida de nuestros hombres coincidía matemáticamente con la medida de aquel tiempo. Pero si se trata de ciencia o de política, ser español podría diagnosticarse como una minusvalía. Es la sangre, es una cuestión biológica, epigenética, atávica. Es un español haciendo cosas de español. Llegó el liberalismo y la revolución industrial y aqui nos quedamos escribiendo odas a la Tizona y borrachos de miasmas imperiales. Los siglos pasan y la electricidad nos sigue alucinando como a salvajes
Siempre ha sido así, volvemos a territorios conocidos, al pueblo de nuestros abuelos, a la juventud de nuestros padres. Al calor de las subvenciones de nuestros señores, los europeos, y de la fiebre olímpica nos hicimos con unos pocos cuartos, nos llenamos la bolsa lo suficiente para poder aparentar. Pero la diferencia entre un rico de cuna y un pobre de vocación, es que el rico invierte y el español gasta y pierde. Alcaldes con Mercedes y políticos con queridas gastando el I+D del plan Euromerkel en traer a Bisbal para las fiestas patronales y llevar a los abuelos de crucero a Punta Cana. Invirtiendo en futuro, burbujeando, metiendo millones al cajón y pagando con millones de mentira un spa más grande que el del pueblo de al lado. AVE para todos, aeropuertos y autopistas de seis carriles sesteando en el páramo. El coche más grande, la casa más cara, el precipio hipotecario más alto desde el que saltar.
Pero no son los políticos, son los españoles, es la esencia ibérica, como la paella, la sangría y toritos de felpa. Bandoleros, pícaros, toreros, buscones y putas, landistas convencidos, lazarillos ganapanes, españolazos todos. Tertulias de taberna y de casino, Rinconete y Cordatillo haciendo pactos en el Congreso, el caquique, el señorito, el cortijo y la criada preñada de bastardos. Oficinitas con un traje y tres corbatas. Tardes dando vueltas a la plaza con un bolsa de pipas. Una cocola y una aceitunas para compartir. Es la España que nos espera, la que nunca se se fue, la que siempre estuvo acechando el regreso del hijo pródigo. Lo mismo hasta vuelven los toros a Cataluña y reponen la Carta de Ajuste. Que duro va a ser ahora recordar aquellas vacaciones en Paris...