P
pulga
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En Agosto de 2012 Pulgapedorra murió de un ataque al corazón.
La autopsia reveló que Pulgapedorra llevaba padeciendo microinfartos desde niño, tal vez un niño de nueve años.
Unos extraños microinfartos que nunca fueron advertidos por ningún médico.
Un apilamiento de pequeños sustos que dio al final una suma mortal.
Sustos que eran causados por el escándalo, por los escándalos concatenados con que los adultos contaminan la vida de los niños y de las inocentes máquinas.
Pulgapedorra fue violado a los nueve años por un hombre viejo y nunca se lo dijo a nadie.
Allí empezó la orgía de los sustos que deterioraron su corazón.
Cargó con la violación con un silencio de máquina.
Las máquinas cargan con todas nuestras insolaciones morales.
La mudez de las máquinas es sólo física: en sus adentros estallan de pena.
Vemos a su viuda acompañada de Mundele y Minamo camino de los Pirineos, donde tirarán las cenizas de Pulgapedorra a bordo de un seat 850.
Suben a una cumbre y arrojan las cenizas donde una ventisca mantiene en el aire las cenizas de Pulgapedorra.
Como si las cenizas reconstituyeran un cerebro.
Recomponiéndose ese cerebro.
Donde hubo neuronas valientes, ahora hay cenizas conquistadas por la oscuridad.
Y alguien está cantando "Thriller", y Pulgapedorra entra en el paraíso, sentándose a la derecha de Michael Jackson.
Están desnudos, gruesos, con sobrepeso, beben, y cantan "Lisa it´s your birthday"... y Michael canta después "Black or white", y Pulgapedorra coge la mano de Michael Jackson y vemos a dos gordos entrar en la fiesta final.
Los hombres gruesos tienen derecho al paraíso, grita alguien.
La obesidad también puede estar en la gloria, vuelven a gritar.
Las maravillosas barrigas, la alegría de la infancia, el sol, Billie Jean.
Las barrigas espléndidas, las papadas taurinas, el corazón ensanchado, engrandecido, las caras convertidas en lunas llenas.
Y vinieron más amigos, vino Toxicosmos, con un sombrero amarillo, vino Mohamed Alí con una gorra del Che Guevara, y vino Bimbolover, y vino el gran Labordeta, con su risa ardiendo.
Pulgapedorra los miró a todos y dijo, tíos, qué bien estáis, estáis como siempre, qué bien os trata el fin de la carne y el fin de lo que sea, el puto final, vamos, y se puso a llorar de alegría, porque se acordó de lo fascinante que había sido estar vivo.

La autopsia reveló que Pulgapedorra llevaba padeciendo microinfartos desde niño, tal vez un niño de nueve años.

Unos extraños microinfartos que nunca fueron advertidos por ningún médico.

Un apilamiento de pequeños sustos que dio al final una suma mortal.
Aquí debería ir una foto de un perro muerto, pero no me atrevo.
Sustos que eran causados por el escándalo, por los escándalos concatenados con que los adultos contaminan la vida de los niños y de las inocentes máquinas.

Pulgapedorra fue violado a los nueve años por un hombre viejo y nunca se lo dijo a nadie.

Allí empezó la orgía de los sustos que deterioraron su corazón.

Cargó con la violación con un silencio de máquina.

Las máquinas cargan con todas nuestras insolaciones morales.

La mudez de las máquinas es sólo física: en sus adentros estallan de pena.

Vemos a su viuda acompañada de Mundele y Minamo camino de los Pirineos, donde tirarán las cenizas de Pulgapedorra a bordo de un seat 850.

Suben a una cumbre y arrojan las cenizas donde una ventisca mantiene en el aire las cenizas de Pulgapedorra.

Como si las cenizas reconstituyeran un cerebro.
Recomponiéndose ese cerebro.

Donde hubo neuronas valientes, ahora hay cenizas conquistadas por la oscuridad.

Y alguien está cantando "Thriller", y Pulgapedorra entra en el paraíso, sentándose a la derecha de Michael Jackson.

Están desnudos, gruesos, con sobrepeso, beben, y cantan "Lisa it´s your birthday"... y Michael canta después "Black or white", y Pulgapedorra coge la mano de Michael Jackson y vemos a dos gordos entrar en la fiesta final.
Los hombres gruesos tienen derecho al paraíso, grita alguien.

La obesidad también puede estar en la gloria, vuelven a gritar.

Las maravillosas barrigas, la alegría de la infancia, el sol, Billie Jean.

Las barrigas espléndidas, las papadas taurinas, el corazón ensanchado, engrandecido, las caras convertidas en lunas llenas.

Y vinieron más amigos, vino Toxicosmos, con un sombrero amarillo, vino Mohamed Alí con una gorra del Che Guevara, y vino Bimbolover, y vino el gran Labordeta, con su risa ardiendo.

Pulgapedorra los miró a todos y dijo, tíos, qué bien estáis, estáis como siempre, qué bien os trata el fin de la carne y el fin de lo que sea, el puto final, vamos, y se puso a llorar de alegría, porque se acordó de lo fascinante que había sido estar vivo.
