Que cosa más ridícula de gente que no tiene nada mejor que hacer. Que teatrillos, que hostilidad de juguete, todo es ya artificial. Esa especie de presión social pero pacifica, usando como arma de guerra el incomodar al enemigo. Parece todo de chiste de Gila. Y ella ahí, mirando el portal de Belén como si viniese de otro planeta, como si nunca lo hubiese visto antes, intentan simular que todo es happy, sabiendo que la están grabando y mañana hablarán de ella. Es como el dolor de un tatu, que duele cuando te lo hacen, pero ese dolor merece la pena porque luego vas a lucirlo delante de la gente.
Enseñando el lazo amarillo en la pantalla del móvil para espantarla, como los catetos rumanos mostrando ajos y las cruces para ahuyentar a los vampiros. El poder de la superstición, el fetiche, el juego de la guerra cuando uno se aburre de la paz. El no saber qué hacer cuando se tiene el buche lleno, el aburrimiento más absoluto, la vida más vacía. Ese deseo irrefrenable de sentirse victima de los poderosos, y esa sensación de placebo cuando te rebelas y luchas por una dignidad ultrajada, aunque todo sea ficticio. Todo es de cartón piedra, falso, de mentira, un juego para combatir el tedio de sus existencias acomodadas.
Es como el enfado de una mujer menstruosa, como la bronca de una novia aburrida, como la displicencia de una esposa hacia el marido que la mantiene a cuerpo de reina.