Cuando perdí lo de encofrar me dieron en la agencia una ruta para repartir sacos de harina. Llegando a Tomelloso a las tantas de la madrugada, me equivoqué de desvío y se me salió de la calzada el cinco ejes, a la entrada de un poblacho.
De la nada había salido una niebla pegajosa, que traía ceniza y olía a inmundicia. Pensando que podía ser del horno de una cementera, me acerqué para ver si me echaban un cable, pero allí no había ni dios.
Mientras venía la grúa me metí en el hospital y empecé a arrancar el cobre de las paredes. Se oyeron chillíos de niño, pero no le di importancia; cuando ya me iba bajaron por el hueco del ascensor dos tíos deformes vomitando.
Gracias a Dios tengo los huevos negros por el humo de mil batallas, y eché mano de un besugo de cinco kilos para aplaudirles el cráneo con sendos mandobles.
Salió uno con una jaula en la cabeza haciendo katas, pero llegaron los de ayuda en carretera y montamos una de Bud Spencer.