Espoleado por las historias del Maestro Costanza, decidí iniciarme en el mundo de los fenómenos paranormales y las substancias psicotrópicas. Preparé quince litros de infusión de estramonio, ayagüasca y salvia divinorum para llevar en mi bota de las tres zetas, y cinco kilos de pastelillos de cogollos que llevaría en mi atillo mágico como única dieta en mi peregrinar por las múltiples dimensiones cósmicas. También me apalanqué tres botellas del patxarán casero que hace mi abuela la de tierra Estella, para suavizar.
Tras una semana de camino decidí parar en una fonda a remojar el gaznate, pero para mi sorpresa todos los borrachos que había eran escolopendras gigantes que enseguida empezaron a cercarme con muy mala baba. Ante tal eventualidad me dirigí al posadero, lo que me sirvió de poco, ya que era un ente como de papel celofán relleno de algodón de azúcar y colillas mojadas. Pronto se armó el sindiós, y ante la imposibilidad de traspasar sus exoesqueletos, decidí hacerme fuerte en la bodega, donde lo angosto de la entrada me otorgaba ventaja. Sólo al romper el alba los miriópodos dejaron de darme la brasa y pude escabullirme por el ventanuco de tigre sin pagar mi copa de 103 bobadilla al posadero, que seguía allí impasible.
Así comenzó mi peregrinaje en busca del Maestro. Será un camino largo y proceloso, pero al final daré con Él.