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A veces permanecía en la arena, con los miembros extendidos; la sábana envolvía su delicado cuerpo; el brazo, suavemente modelado, descansaba en el arenal, con la barbilla apoyada en la palma de la mano. El muchacho llamado Saschu, sentado junto a él, lo contemplaba sumiso, y nada más seductor cabe imaginar que la sonrisa de labios y ojos con que él miraba enaltecido al otro, al admirador, al servidor. Su cabello, rubio, de miel, se adhería en los rizos húmedos a sus sienes y a su cuello; el sol hacía brillar el vello de la parte superior de la espina dorsal; se destacaban claramente bajo la delgada envoltura el fino dibujo de las costillas, la uniformidad del pecho. Sus omóplatos eran lisos como los de una estatua; sus rótulas brillaban y sus venas azulinas hacían que su cuerpo pareciese forjado de un fino material traslúcido. ¡Qué disciplina, qué exactitud de pensamiento expresaba aquel cuerpo tenso y de juvenil perfección!.
Ví con angustia a la élite guerrera
Dejar caer las armas de sus manos,
Y precavió mi voz a mis hermanos
De aceptar el caballo de madera.
En su entraña yacían a la espera
Los griegos que juzgábamos lejanos;
Mas fueron todos mis esfuerzos vanos,
Y Troya se lanzó a su propia hoguera.
Tres veces escuché la sacudida
De las armas, y alcé mi voz al viento;
Y se perdió mi grito en el clamor.
Un dios airado me arrancó la vida,
Uniendo mis dos hijos al tormento:
Este, sin duda, fue el mayor dolor.
Francisco Álvarez Hidalgo - Laocoonte
José María Fonollosa en Ciudad del hombre, New York
La pareja perfecta es uno solo
haciéndose el amor. Ninguna chica
conoce el cuerpo mío cual yo mismo
y, por tanto, es más sabia mi destreza.
Qué suave recorrido placentero
por las zonas sensibles de mi físico.
Qué mano que no es mía ni es ajena
sino que es tacto, roce, soplo angélico.
Qué en su justo momento el adentrarme
en la medida exacta de mis límites.
Anchura o estrechez, cuanto me plazca,
consigo en el instante apetecido.
Qué variación inmensa obtengo estando
conmigo mismo, amando incluso a aquellas
que niéganme el contacto. A todas cuantas
me venga en gana entonces disfrutarlas.
La pareja perfecta es uno a solas
haciéndose el amor. En ambos sexos.
Resulta incomprensible esa obsesión
que nos lleva al amor en compañía.
Green
Aquí los frutos, las flores, las hojas y las ramas,
Y aquí mi corazón que no late más que por vos,
No lo deshagáis con vuestras dos manos blancas,
Y que a vuestros ojos tan bellos resulte dulce el humilde presente.
Llego cubierto aún por el rocío,
que el viento de la mañana ha helado frente a mí,
Advertid que mi fatiga, que a vuestros pies reposa,
Sueña los queridos instantes que la detuvieron.
En vuestro joven seno descansar mi cabeza,
Con el sonido aún de vuestros últimos besos
Dejadla relajarse de la tempestad,
Y dormir un poco mientras vos descansáis
VERLAINE (Romances sans paroles)
Paul Verlaine rebuznó:Green
Voici des fruits, des fleurs, des feuilles et des branches
Et puis voici mon coeur qui ne bat que pour vous.
Ne le déchirez pas avec vos deux mains blanches
Et qu'à vos yeux si beaux l'humble présent soit doux.
J'arrive tout couvert encore de rosée
Que le vent du matin vient glacer à mon front.
Souffrez que ma fatigue à vos pieds reposée
Rêve des chers instants qui la délasseront.
Sur votre jeune sein laissez rouler ma tête
Toute sonore encor de vos derniers baisers ;
Laissez-la s'apaiser de la bonne tempête.
Et que je dorme un peu puisque vous reposez.
VERLAINE (Romances sans paroles)
[b rebuznó:Tomás Segovia [/b]en uno de sus Sonetos votivos]
DESNUDA AÚN, TE HABÍAS LEVANTADO
Desnuda aún, te habías levantado
del lecho, y por los muslos te escurría,
viscoso y denso, tibio todavía,
mi semen de tu entrada derramado.
Encendida y dichosa, habías quedado
de pie en la media luz, y en tu sombría
silueta, bajo el sexo relucía
un brillo astral de mercurio exudado.
Miraba el tiempo absorto, en el espejo
de aquel instante, una figura suya
definitiva y simple como un nombre:
mi semen en tus muslos, su reflejo
de lava mía en luz de luna tuya
alba geológica en mujer y hombre.
Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano o de pie rozando el cuerpo del que apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados, del sueño que otra vez me tira hacia abajo. Entonces está bien, qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces no te has ido cuando te fuiste en algún momento de la noche antes de que yo me perdiera en el sueño, porque te habías ido diciendo alguna cosa, que te ibas a ahogar en el Sena, o sea que has tenido miedo, has renunciado y de golpe estás ahí casi tocándome, y te mueves ondulando como si algo trabajara suavemente en tu sueño, como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua. Así una vez más, para dormir después con la cara empapada de un llanto estúpido, hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.
Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón ridículo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.
Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermes, que de cuando en cuando mueves una pierna que va cambiando el dibujo de la sábana, pareces enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, tus labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y creo que si no estaría tan exasperado por tus falsas amenazas admitiría que eres otra vez hermosa, como si el sueño te devolviera un poco de mi lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. No sé, ya ni siquiera tiene sentido preguntar otra vez si en algún momento te habías ido, si eras tú la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido, y a lo mejor es por eso que prefiero tocarte, no porque dude de que estés ahí, probablemente en ningún momento te fuiste del cuarto, quizá un golpe de viento cerró la puerta, soñé que te habías ido mientras tú, creyéndome despierto, me gritabas tu amenaza desde los pies de la cama. No es por eso que te toco, en la penumbra verde del amanecer es casi dulce pasar una mano por ese hombro que se estremece y me rechaza. La sábana te cubre a medias, mis manos empiezan a bajar por el terso dibujo de tu garganta, inclinándome respiro tu aliento que huele a noche y a jarabe, no sé cómo mis brazos te han enlazado, oigo una queja mientras arqueas la cintura negándote, pero los dos conocemos demasiado ese juego para creer en él, es preciso que me abandones la boca que jadea palabras sueltas, de nada sirve que tu cuerpo amodorrado y vencido luche por evadirse, somos a tal punto una misma cosa en ese enredo de ovillo donde la lana blanca y la lana negra luchan como arañas en un bocal. De la sábana que apenas te cubría alcanzo a entrever la ráfaga instantánea que surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el amanecer nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero te obstinas en luchar, encogiéndote, lanzando los brazos por sobre mi cabeza, abriendo como en un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas monstruosas que quisieran separarme de mí mismo. Tengo que dominarte lentamente (y eso, lo sabes, lo he hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerte daño voy doblando los juncos de tus brazos, me ciño a tu placer de manos crispadas, de ojos enormemente abiertos, ahora tu ritmo al fin se ahonda en movimientos lentos de muaré, de profundas burbujas ascendiendo hasta mi cara, vagamente acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro con sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que acaban de sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu pelo empapado y tus ojos abiertos.
Insatisfecho de sí mismo, más lo estaba de Dios a quien envidiaba sin
estar consciente; iba a estarlo gracias a los buenos oficios del tentador, auxiliar, y no autor, de su ruina. Antes, vivía con el presentimiento del
saber, en una ciencia que se ignoraba a sí misma, en una falsa inocencia,
propicia al estallido de los celos, vicio engendrado por el comercio
con seres más afortunados; ahora bien, nuestro ancestro congeniaba
con Dios, lo espiaba y era espiado por él. Nada bueno podía resultar.
“Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del
conocimiento del bien y del mal no comerás, pues el día en que comieras
morirás seguramente”. La advertencia superior se reveló menos
eficaz que la advertencia inferior: mejor psicólogo, la serpiente ganó la
partida. Por otra parte, lo que el hombre pedía era morir; queriendo
igualar a su Creador por el saber y no por la inmortalidad, no tenía ningún deseo de aproximarse al árbol de la vida, no sentía interés
alguno; de eso se dio cuenta Jehová puesto que no le prohibió el acceso
a él: ¿por qué temer la inmortalidad de un ignorante.? Pero todo
cambiaba si el ignorante comía de los dos árboles y entraba en posesión
de la eternidad y de la ciencia. En el momento en que Adán tomó
el fruto inculpado, Dios, comprendiendo finalmente con quién se las
tenía que ver, perdió el juicio. Al emplazar el árbol del co-
[9]nocimiento en el medio del jardín, al alabar sus méritos y, sobre
todo, sus peligros, cometió una grave imprudencia pues se adelantó al
más secreto deseo de la criatura. Prohibirle el otro árbol hubiera sido
mejor política. Si no lo hizo fue porque sabía sin duda que el hombre, aspirante taimado a la dignidad de monstruo, no se dejaría seducir por
la perspectiva de la inmortalidad en cuanto tal, demasiado accesible,
demasiado banal: ¿acaso no era ésa la ley, el estatuto del lugar? La
muerte, por el contrario, pintoresca de otra manera, investida con el
prestigio de la novedad, podía intrigar a un aventurero dispuesto a arriesgar por ella su paz y su seguridad. Paz y seguridad bastante
relativas, es cierto, pues el relato de la caída nos permite entrever que
ya en el corazón del Edén el promotor de nuestra raza resentía un
malestar, de otra forma no se explicaría la facilidad con que cedió a la
tentación. ¿Cedió a ella? Más bien la llamó. Ya se manifestaba en él esa
incapacidad para la dicha, esa incapacidad de soportarla que todos
hemos heredado. La tenía a la mano, podía apropiársela para siempre;
la rechazó, y, desde entonces, la perseguimos sin encontrarla, e incluso
si la encontráramos, tampoco nos adaptaríamos a ella. ¿Qué otra cosa
esperar de una carrera iniciada con una infracción a la sabiduría, con
una infidelidad al don de ignorancia que nos había otorgado el Creador? Precipitados en el tiempo a causa del saber, fuimos inmediatamente
dotados de un destino, pues sólo fuera del paraíso hay destino.
To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour...
[b rebuznó:Thomas de Quincey [/b]en Confesiones de un inglés comedor de opio] Me sorprende que la gente piense que es motivo de gozo que el invierno se marche, o espere que, si aún está por venir, no sea este año demasiado duro. Al contrario, yo elevo una plegaria cada año porque caiga toda la nieve, todo el granizo, todas las heladas y todas las tormentas, de una forma o de otra, con las q el cielo pueda agraciarnos.
Por cierto que todos conocen los divinos placeres que procura una chimenea en el invierno: un libro de metafísica alemana, las alfombras cálidas junto al fuego, el té y alguien que lo prepare bien - preferiblemente una joven hermosa, con los brazos de Aurora y las sonrisas de Hebe, porque resulta muy desagradable preparar el té o servírselo sólo-, las persianas cerradas, las cortinas cayendo al suelo en amplios pliegues, mientras viento y lluvia rugen fuera en alta voz.
Preferiblemente, yo quiero un pleno invierno en su más cruda forma; un invierno canadiense, o uno ruso, pero incluso me conformo con la lluvia, siempre que caiga a cántaros.
Soy incapaz de disfrutar plenamente de una velada si ha pasado ya mucho tiempo del día de Santo Tomás -la noche más larga del año- y ha comenzado la degeneración hacia las lamentables tendencias de las apariencias primaverales. No; prefiero las veladas a las que un grueso muro de noches oscuras separan del retorno de la luz y de los rayos del sol. Desde las últimas semanas de octubre hasta las noches de Navidad se extiende por consiguiente el periodo en el que la felicidad se muestra en su temporada, que a mi juicio entra en la habitación con la tetera eterna
Juan 13-17 rebuznó:Cuando dijo esto Jesús se conmovió en su espíritu y declaró:
-En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar.
Los discípulos se miraban unos a otros sin saber a quién se refería. Estaba recostado en el pecho de Jesús uno de los discípulos, el que Jesús amaba. Simón Pedro le hizo señas y le dijo:
-Pregúntale quién es ése del que habla.
Él, que estaba recostado sobre el pecho de Jesús, le dice:
-Señor, ¿quién es?
Jesús le responde:
-Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.
Y después de mojar el bocado, se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Entonces tras el bocado, entró en él Satanás. Y Jesús le dijo:
-Lo que vas a hacer, hazlo pronto.
HECHOS 17,16 - 18,32:
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, sentía gran malestar al ver la ciudad llena de ídolos. Pablo conversaba en la sinagoga con los judíos y con los temerosos de Dios, hablando diariamente con los que diariamente se encontraban en las plazas de la ciudad.
Algunos filósofos epicúreos y estoicos entablaron conversación con él, y algunos decían: "¿Qué querrá decir este charlatán?" Otros contestaban: "Parece ser predicador de dioses extranjeros." Porque anunciaba a Jesús y la resurrección.
Lo tomaron y lo llevaron a la sala del Areópago y le dijeron:"¿Podemos saber cual es esta nueva doctrina que enseñas? Realmente tú dices cosas extrañas y desearíamos algunas explicaciones."
Se sabe que todos los atenienses y los extranjeros que viven allí sólo se preocupan de decir o escuchar la última novedad.
Pablo, entonces, de pie en medio de ellos dijo:
"Atenienses, veo que sois hombres sumamente religiosos. Porque al recorrer la ciudad y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que está grabada esta inscripción: "Al Dios desconocido". Ahora yo vengo a anunciaros lo que adoráis sin conocer.
[Aquí les suelta todo el rollo, paso y voy directamente a los resultados]
Cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: "Sobre esto te escucharemos en otra ocasión". Fue así como Pablo salio de entre ellos
-¡Esposo mío! Saliste de la vida cuando aún eras joven, y me dejas viuda en el palacio. El hijo que nosotros, ¡infelices!, hemos engendrado, es todavía infante y no creo que llegue a la juventud, antes será la ciudad arruinada desde su cumbre. Porque has muerto tú, que eras su defensor, el que la salvaba, el que protegía a las venerables matronas y a los tiernos infantes. Pronto se las llevarán en las cóncavas naves y a mí con ellas. Y tú, hijo mío, o me seguirás y tendrás que ocuparte en viles oficios, trabajando en provecho de un amo cruel; o algún aqueo te cogerá de la mano y te arrojará de lo alto de una torre, ¡muerte horrenda!, irritado porque Héctor le matara el hermano, el padre o el hijo; pues muchos aqueos mordieron la vasta tierra a manos de Héctor. No era blando tu padre en la funesta batalla, y por esto le lloran todos en la ciudad. ¡Oh Héctor! Has causado a tus padres llanto y dolor indecibles, pero a mí me aguardan las penas más graves. Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables advertencias, que hubiera recordado siempre, de noche y de día, con lágrimas en los ojos.
Noche, fabricadora de embelecos,
loca, imaginativa, quimerista,
que muestras al que en ti su bien conquista
los montes llanos y los mares secos;
habitadora de cerebros huecos,
mecánica, filósofa, alquimista,
encubridora vil, lince sin vista,
espantadiza de tus mismos ecos:
la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,
solícita, poeta, enferma, fría,
manos del bravo y pies del fugitivo.
Que vele o duerma, media vida es tuya:
si velo, te lo pago con el día,
y si duermo, no siento lo que vivo.
Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el soñado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.
Ramón Menéndez Pidal, Flor Nueva de Romances ViejosROMANCE de don Triatán de Leonís y de la reina Iseo, que tanto amor se guardaron
Herido está don Tristán
de una muy mala lanzada,
diérasela el rey su tío
por celos que de él cataba;
diósela desde una torre
con una lanza herbolada;
el hierro tiene en el cuerpo,
de fuera le tiembla el asta.
Mal se queja don Tristán,
que la muerte le aquejaba;
preguntando por Iseo,
muy tristemente lloraba;
"¿Qué es de ti, la mi señora?
Mala sea tu tardanza,
que si mis ojos te viesen,
sanaría esta mi llaga."
Llegó allí la reina Iseo,
la su linda enamorada,
cubierta de paños negros,
sin del rey dársele nada;
"¡Quién vos hirió, don Tristán,
heridas tenga de rabia,
y que no hallase maestro
que supiese de sanallas!"
Juntanse boca con boca,
juntos quieren dar el alma;
llora el uno, llora el otro,
la tierra toda se baña;
alli donde los entierran
nace una azucena blanca.
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