Libros LITERATURA Y ARTE

Un claro en las nubes.
El macizo perfil de las montañas azules
que recortan el horizonte.
El amarillo apagado de los rastrojos.
El río muy negro.
¿Qué estoy haciendo en este lugar,
solo y cargado de culpas?
Me pregunto.

Sigo comiendo las frambuesas de la fuente.
Sin hacerme problemas. Si estuviera muerto,
me recuerdo, no podría saborearlas.
Nada es tan simple.
Sí, todo es así de simple. Naturalmente.

Raymond Carver, Naturalmente





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Mark Rothko, Nº 10
 
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojo cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.

"Historias de cronopios y de famas" Julio Cortázar.


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Desconcierto, Pilar Escota Longas
 
Allí, el palacio de Herodes se alzaba, cual una Alambra, sobre livianas columnas irisadas de azulejos moriscos, sellados como con cemento de plata; unos arabescos partían desde rombos de lapislázuli, se escurrían a lo largo de las cúpulas donde, sobre marqueterías de nácar, trepaban luces de arco iris, fuegos de prisma.
El crimen estaba cometido; ahora el verdugo se encontraba impasible, con las manos sobre la empuñadura de su larga espada, manchada de sangre.
La cabeza decapitada del santo se había levantado de la bandeja apoyada sobre las baldosas y miraba, lívida, con la boca descolorida, abierta, el cuello carmesí, goteando lágrimas. Un mosaico cernía la figura de donde se escapaba una aureola que se irradiaba en trazos de luz bajo los pórticos, que iluminaba la horrible ascensión de la cabeza, que encendía el globo vidrioso de sus pupilas, fijas, de alguna manera crispadas sobre la bailarina.
Con un gesto de espanto, Salomé rechaza la terrorífica visión que la clava, inmóvil, de puntas de pie; sus ojos se dilatan, con la mano se estrecha convulsivamente la garganta.
Está casi desnuda; en el ardor de la danza, los velos se han desatado, los brocados se han caído al suelo; sólo está vestida con materiales orfebrados y minerales translúcidos; un gorgorán le ajusta al igual que un corselete la cintura; y, semejante a un broche soberbio, una maravillosa alhaja lanza rayos como dardos en la ranura de sus senos; más abajo, en la cadera, un cinturón la rodea, esconde la parte superior de sus muslos que golpea un gigantesco dije de donde se derrama un río de carbúnculos y esmeraldas; por último, sobre la parte del cuerpo que ha quedado desnuda, entre el gorgorán y el cinturón, el vientre se arquea, ahuecado por un ombligo cuyo hoyuelo parece un sello grabado con ónix, de tonos lechosos, de tonos rosa uña.
Bajo los rasgos ardientes que se escapan de la cabeza del Precursor, se encienden todas las facetas de las alhajas; las piedras cobran movimiento, dibujan el cuerpo de la mujer en rasgos incandescentes; le pinchan el cuello, las piernas, los brazos, con puntos de fuego, bermejos como carbones, violetas como picos de gas, azules como llamas de alcohol, blancos como rayos de astro.
La horrible cabeza llamea, mientras sangra sin cesar, dejando coágulos de púrpura sombría, en las puntas de la barba y del cabello. Visible sólo para la Salomé, no abarca con su lúgubre mirada a la Herodías que sueña con sus odios al fin saciados, al Tetrarca que, inclinado un poco hacia adelante, con las manos sobre las rodillas, aún jadea, enloquecido por esta desnudez de mujer impregnada de olores salvajes, envuelta en los bálsamos, ahumada en los inciensos y en las mirras.
Al igual que el viejo rey, des Esseintes permanecía aplastado, aniquilado, presa del vértigo, ante esta bailarina, menos majestuosa, menos altanera, pero más perturbadora que la Salomé del cuadro al óleo.
En la insensible y despiadada estatua, en el inocente y peligroso ídolo, el erotismo, el terror del ser humano, se habían manifestado; la gran flor de loto había desaparecido, la diosa se había desvanecido; una espantosa pesadilla estrangulaba ahora a la histriona, extasiada por el torbellino de la danza, a la cortesana, petrificada, hipnotizada por el espanto.
Aquí, era verdaderamente una ramera; obedecía a su temperamento de mujer ardiente y cruel; vivía, más refinada y más salvaje, más execrable y más exquisita; despertaba más enérgicamente los sentidos aletargados del hombre, hechizaba, domaba con mayor seguridad sus voluntades, con su encanto de gran flor venérea, crecida en lechos sacrílegos, cultivada en invernaderos impíos.

fragmento de "Al revés" de Huysmans

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"La aparición" de Gustave Moreau.

También habla largo y tendido de "Salomé" pero ya me parecía demasiado ladrillo.
 
PsychoCandy rebuznó:
fragmento de "Al revés" de Huysmans

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"La aparición" de Gustave Moreau.

También habla largo y tendido de "Salomé" pero ya me parecía demasiado ladrillo.

Para nada, cuente cuente.
 
Pero bruscamente los otros enfermos se callaron. El doctor notó que el grito del niño se había hecho más débil, que seguía apagándose hasta llegar a extinguirse. Alrededor los lamentos recomenzaron, pero sordamente, y como un eco lejano de aquella lucha que acababa de terminar. Pues había terminado. Castel pasó al otro lado de la cama y dijo que había concluido. Con la boca abierta pero callado, el niño reposaba entre las mantas en desorden, empequeñecido de pronto, con restos de lágrimas en las mejillas.


Mais brusquement, les autres malades se turent. Le docteur reconnut alors que le cri de l’enfant avait faibli, qu’il faiblissait encore et qu’il venait de s’arrêter. Autour de lui, les plaintes reprenaient, mais sourdement, et comme un écho lointain de cette lutte qui venait de s’achever. Car elle s’était achevée. Castel était passé de l’autre côté du lit et dit que c’était fini. La bouche ouverte, mais muette, l’enfant reposait au creux des couvertures en désordre, rapetissé tout d’un coup, avec des restes de larmes sur son visage.

La peste
Albert Camus
Trad. Rosa Chacel


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La niña enferma, de Edvard Munch
 
Lebrom rebuznó:

Para nada, cuente cuente.

Pues ahí va:

Un trono se alzaba, igual al altar mayor de una catedral, bajo innumerables bóvedas que surgían tanto de columnas achaparradas como de pilares románicos, esmaltadas con ladrillos policromos, ornadas con mosaicos, incrustadas de lapislázulis y sardónices en un palacio semejante a una basílica de una arquitectura a la vez musulmana y bizantina.
En el centro del tabernáculo que dominaba el altar precedido de escalones en forma de semicírculos, el Tetrarca Herodes estaba sentado, tocado con una tiara, las piernas juntas, las manos sobre las rodillas.
El rostro era amarillo, y estaba apergaminado, anillado de arrugas, diezmado por la edad; su larga barba flotaba como una nube blanca sobre las estrellas de piedras que constelaban la túnica de orofrés adherida a su pecho.
Alrededor de esta estatua, inmóvil, detenida en una pose hierática de dios hindú, ardían perfumes, despidiendo nubes de vapores que horadaban, al igual que ojos fosforados de animales, los destellos de las piedras encastradas en las paredes del trono; luego el vapor subía, desenroscándose bajo las arcadas donde el humo negro se mezclaba con el polvo de oro de los grandes rayos de luz, caídos de las cúpulas.
En el olor perverso de los perfumes, en la atmósfera recalentada de esta iglesia, Salomé, con el brazo izquierdo extendido, en un gesto de dominio, con el brazo derecho replegado, sosteniendo, a la altura de la cara, una gran flor de loto, avanza lentamente en puntas de pie, a los acordes de una guitarra cuyas cuerdas puntea una mujer en cuclillas.
Con el rostro recogido, solemne, casi augusta, comienza la lúbrica danza que debe despertar los sentidos adormecidos del viejo Herodes; sus senos ondulan y, con el roce de sus collares que se arremolinan, se levantan sus pezones; sobre la humedad de su piel los diamantes, atados, centellean; sus brazaletes, sus cinturones, sus anillos, escupen chispas; sobre su vestido triunfal, bordado de perlas, rameado de plata, laminado de oro, la coraza de las orfebrerías, de la cual cada malla es una piedra, entra en combustión, cruza pequeñas serpientes de fuego, hormiguea sobre la carne mate, sobre la piel rosa té, cual insectos espléndidos de élitros deslumbrantes, marmolados de carmín, puntuados de aurora amarilla, jaspeados de azul de acero, atigrados de verde pavo real.
Concentrada, con los ojos fijos, semejante a una sonámbula, no ve al Tetrarca que se estremece, ni a su madre, la feroz Herodías, que la vigila, ni al hermafrodita o eunuco que se encuentra de pie, con el sable en el puño, en lo bajo del trono, terrible figura, velada hasta las mejillas, y cuya mama de castrado pende, al igual que una cantimplora, bajo su túnica abigarrada de naranja.
Este tipo de Salomé tan acechante para los artistas y para los poetas, obsesionaba, desde hacía años, a des Esseintes. Cuántas veces había leído en la vieja biblia de Pierre Variquet, traducida por los doctores en teología de la Universidad de Lovaina, el evangelio de San Mateo que cuenta, en ingenuas y breves frases, la decolación del Precursor; cuántas veces había soñado, entre estas líneas:

“En el día del festín de la Natividad de Herodes, la hija de Herodías bailó en el medio y gustó a Herodes. Por lo cual éste le prometió, bajo juramento, darle todo cuanto le pidiera. Ella, pues, instigada por su madre, dijo: ‘Dame, en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista’. Y el rey se entristeció, pero a causa del juramento y de aquellos que estaban sentados a la mesa con él, ordenó que se la entregaran. Y mandó a decapitar a Juan, en la prisión. Y la cabeza de éste fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha; y ella se la presentó a su madre.”

Pero ni San Mateo, ni San Marcos, ni San Lucas, ni los demás evangelistas se extendían sobre los encantos delirantes, sobre las activas depravaciones de la bailarina. Ella permanecía borrada, se perdía, misteriosa y pasmada, en la bruma lejana de los siglos, inasible para los espíritus precisos y prosaicos, accesible solamente para los cerebros perturbados, agudizados, como vueltos visionarios por la neurosis; rebelde a los pintores de la carne, a Rubens que la disfrazó de carnicera de Flandes, incomprensible para todos los escritores que jamás han podido reproducir la inquietante exaltación de la bailarina, la grandeza refinada de la asesina.
En la obra de Gustave Moreau, concebida fuera de todos los datos del Testamento, des Esseintes veía al fin realizada esta Salomé, sobrehumana y extraña, que él había soñado. Ella ya no era solamente la bailarina que, con una torsión corrompida de su cintura, arrancaba a un anciano un grito de deseo y de celo; que quebraba la energía, fundía la voluntad de un rey, con ondulaciones de senos, sacudidas de vientre, estremecimientos de muslo; ella se convertía, de alguna manera, en la deidad simbólica de la indestructible Lujuria, la diosa de la inmortal Histeria, la Belleza maldita, elegida entre todas por la catalepsia que le endurece las carnes y le pone tiesos los músculos; la Bestia monstruosa, indiferente, irresponsable, insensible, que envenena, al igual que la Helena antigua, todo lo que se le acerca, todo lo que la ve, todo lo que ella toca.
Así comprendida, pertenecía a las teogonías del Extremo Oriente; ya no provenía de las tradiciones bíblicas, ni siquiera podía ser asimilada a la viva imagen de Babilonia, a la regia Prostituta del Apocalipsis, ataviada, como ella, de alhajas y de púrpura, maquillada como ella; pues ésa no era arrojada por un poder fatídico, por una fuerza suprema, en las atractivas abyecciones del desenfreno.
El pintor parecía, por lo demás, haber querido afirmar su voluntad de permanecer fuera de los siglos, de no dar precisiones sobre origen, sobre país, sobre época algunos, al poner a su Salomé en el medio de este extraordinario palacio, de un estilo confuso y grandioso, vistiéndola con suntuosos y quiméricos vestidos, colocándole, a modo de mitra, una incierta diadema en forma de torre fenicia tal como luce la Salammbô, poniéndole por fin en la mano el cetro de Isis, la flor sagrada de Egipto y de la India, el gran loto. Des Esseintes buscaba el sentido de este emblema. ¿Tenía esa significación fálica que le atribuyen los cultos primordiales de la India?; ¿le anunciaba al viejo Herodes una oblación de virginidad, un intercambio de sangre, una llaga impura solicitada, ofrecida bajo la condición expresa de un crimen?; ¿o representaba la alegoría de la fecundidad, el mito hindú de la vida, una existencia tenue entre dedos de mujer, arrancada, oprimida por manos palpitantes de hombre invadido por la demencia, extraviado por una crisis de la carne?
Puede ser también que al dotar a su enigmática diosa de la venerada flor de loto, el pintor haya pensado en la bailarina, en la mujer mortal, en la Vasija mancillada, causa de todos los pecados y de todos los crímenes; acaso se había acordado de los ritos del viejo Egipto, de las ceremonias sepulcrales de embalsamamiento, cuando los químicos y los sacerdotes extienden el cadáver de la muerta sobre un banco de jaspe, con agujas curvas le sacan el cerebro por las fosas nasales, las entrañas por la incisión practicada en su flanco izquierdo, finalmente, antes de dorarle las uñas y los dientes, antes de ungirla con betunes y esencias, le insertan, en las partes sexuales, para purificarlas, los castos pétalos
de la divina flor.

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"Irse de casa", C. Martín Gaite

Las cosas a las que doy vueltas en la cabeza me pueden destruir, sobre todo cuando son muchas y se atascan; bueno, muchas son siempre, pero a veces circulan mejor, no se enfadan unas con otras, es cosa de la máquina, en cuanto se engancha sabe Dios qué ruedecita con algún fleco suelto, ya viene el atasco y se acabó, ¿quién lo arregla? Yo de maquinaria no entiendo. Vamos a ver, un poco de orden, ¿por dónde había empezado a pensar?, pero no aparece ningún cabo en la maraña, y acabo dando tijeretazos de ciego hasta que la esperanza de recuperar algo queda hecha trizas. ¿Y ya, qué vas a hacer? Desembarcar con boca seca de borracho, y arrancar a andar por la casa, aturullada, como buscando, como si se te hubiera olvidado un recado importante o tomar alguna medicina, te pones a abrir puertas y cajones agitada o recomendándote a ti misma serenidad. Tampoco lo veas como un catástrofe, dices. Abres armarios, la nevera, una ventana, y nada, ni rastro de nada, puro paisaje lunar. Y, por si fuera poco, una mala conciencia difusa resonando al fondo, en algo te habrás equivocado para verte aquí. Total, que te pones a echar cuentas del tiempo, y desde la nube rosa que parecía humo de eternidad hasta el tercer telediarío han pasado una serie de horas empantanándose; por lo menos cuando fumaba podía contar las colillas y eso servía de referencia, pero ahora cuando se avería la máquina es puro revoltijo, un caladero de imágenes sin asidero, dando vueltas, regurgitando hacia el culo del miedo. Y, lo raro es que, mientras tanto no dejo de pensar.


INTROSPECCIÓN, Ana Carpizo

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POR QUÉ NO SOY PINTOR -Frank O’hara-

No soy pintor, soy poeta.
¿Por qué? Creo que preferiría ser
pintor, pero no lo soy. Bueno,
por ejemplo, Mike Goldberg
está empezando un cuadro. Me paso a verlo.
«Siéntate y toma algo», me
dice. Bebo; bebemos. Levanto
la vista. «Has puesto SARDINAS.»
«Sí, ahí le hacía falta algo.»
«Ah.» Me voy, pasan los días,
me paso a verlo otra vez. El cuadro
avanza, me voy, pasan los
días. Me paso a verlo. El cuadro está
terminado. «¿Y las SARDINAS?»
Sólo quedan unas
letras. «Era demasiado», dice Mike.

¿Y yo? Un día pienso en
un color: naranja. Escribo una línea
sobre el naranja. Pronto es toda
una página llena de palabras, no unas líneas.
Luego otra página. Debería haber
bastante más, no más naranja, sino
más palabras, sobre lo terrible que es el naranja
y la vida. Pasan los días. Incluso está en
prosa, soy un poeta de verdad. Mi poema
está terminado y aún no he mencionado
el naranja. Son doce poemas, los titulo
NARANJAS. Y un día en una galería
veo el cuadro de Mike. Se titula SARDINAS.


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Sardinas, Michael Goldberg.
 
rocket queen rebuznó:
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"La caída de Ícaro" de Jacob Peter Gowy

Robo el cuadro.

Luigi Tansillo:

Amor m'impenna l'ale, e tanto in altoL
e spiega l'animoso mio pensiero,
Che d'ora in ora sormontando, spero
A le porte del ciel far novo assalto.

Temo, qualor gin guardo, il voi troppo alto,
Ond'ei mi grida, e mi promette altero,
Che se dal nobil corso io cado, e pero,
L'onor fia eterno, se mortale il salto.

Che s'altri, cui desio simil compunse,
Die nome eterno al mar col suo morire,
Ove l'ardite penne il sol disgiunse.

Il mondo ancor di te potrà ben dire:
Questi aspirò a le stelle, e s' ei non giunse.
La vita venne men, non già l'ardire.

Y la excelente traducción de Gutierre de Cetina:

Amor mueve mis alas, y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento,
que de hora en hora así subiendo siento
quedar mi padescer más corto y falto.

Temo tal vez mientra mi vuelo exalto,
mas llega luego a mí el conoscimiento
y pruébase que es poco en tal tormento
por inmortal honor un mortal salto.

Que si otro puso al mar perpetuo nombre
do el soberbio valor le dio la muerte,
presumiendo de sí más que podía,

de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre
que si al cielo llegar negó su suerte,
la vida le faltó, no la osadía.»
 
David respondió al filisteo: "Tú vienes a mí con espada, lanza y venablo, pero yo voy contra ti en el nombre de Yavé de los ejércitos, Dios de los escuadrones de Israel, a quien has insultado. Hoy te entregará Yavé en mis manos; yo te heriré, te cortaré la cabeza y daré tu cadáver y los del ejercito de los filisteos a las aves del cielo y a los animales de la tierra; y sabrá así toda la tierra que Israel tiene un Dios, y sabrán todos estos que no por la espada ni por la lanza salva Yavé, porque Él es el Señor de la guerra, y os entregará en nuestras manos".

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David echó a correr a lo largo del frente del ejército para ir al encuentro del filisteo; metió la mano en el zurrón, sacó de él un chinarro y lo lanzó con la honda. El chinarro se clavó en la frente del filisteo, y este cayó de bruces a tierra. Así David, con una honda y una piedra, venció al filisteo y lo hirió de muerte.

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Corrió, parándose ante el filisteo, y no teniendo espada a la mano, cogió la de él, sacándola de la vaina; le mató y le cortó la cabeza.

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The Lamb, William Blake

Little Lamb who made thee

Dost thou know who made thee

Gave thee life & bid thee feed.

By the stream & o'er the mead;

Gave thee clothing of delight,

Softest clothing wooly bright;

Gave thee such a tender voice,

Making all the vales rejoice!

Little Lamb who made thee

Dost thou know who made thee



Little Lamb I'll tell thee,

Little Lamb I'll tell thee!

He is called by thy name,

For he calls himself a Lamb:

He is meek & he is mild,

He became a little child:

I a child & thou a lamb,

We are called by his name.

Little Lamb God bless thee.

Little Lamb God bless thee.


Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?


Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.

Cordero que Dios te bendiga.




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