Darkiano rebuznó:
Voy a contaros de una vez por todas cómo es posible que alguien de mi talento narrativo, éxito contrastado en la vida y conocimiento enciclopédico sobre l'Entorn barsalunista pueda mantenerse como una persona sencilla y humilde que apenas pisa el subforo deportes: antes de tener este user en el foro yo ya escribía para un público potencial de millones de palurdos. Durante unos meses ejercí como becario en prácticas en una publicación que tenía los huevazos de autoerigirse como decana de la prensa culé en catalán, obviando el hecho casual de que también es la única en el sector. De los trabajos de mierda que he desempeñado ese ha sido de largo uno de los peores, esa redacción era lo más parecido a coser balones en un sótano clandestino de Bangla Desh, en parte por el espacio, las condiciones laborales y el contrato de risa que te convertía en un esbirro al servicio del Dios nike, pero también porque pagaban tarde y mal, y los jefes era unos trileros hijos de puta.
También proporcionaré un par de desenlaces alternativos, por si a Winner de la vida no le gusta el original. En vuestras manos quedará decidir qué ocurrió realmente y tejer la verdad de los hechos, fortaleciendo la leyenda con el hilo indestructible del consenso virtual.
Introducción:
- Año 2003. Suicidio ritual de Gaspart aguantando estoicamente con resignación cristiana una pañolada épica tras una derrota en casa contra el Sevilla. Formación de una junta de circunstancias presidida por notarios, abogados mercantiles y demás gente de bien. Erecciones en Can barça y sorprendente victoria del candidato regeneracionista, que sube al poder con la promesa electoral de acabar con los violentos en el Camp Nou.
- A principios de 2004, el director y el redactor jefe de la publicación son brutalmente apalizados por unos boixos a la salida de un partido, supuestamente con el pretexto de una editorial muy crítica con las pintadas amenazando de muerte a varios miembros de la junta, aunque esos simpáticos nanos tan macos no necesitan precisamente de argumentos razonados para agredir a quien no les cae bien.
- Tiempo después entro como becario a tiempo parcial y a determinado genio pensante de la redacción se le ocurre una campaña de recogida de firmas en apoyo a la junta y su medida tajante de expulsar a los ultras del gol norte. A medida que pasan las semanas se van recogiendo más adhesiones y la lista de nombres, apellidos y DNI's va ocupando cada vez más páginas centrales, hasta el punto que el asunto adquiere repercusión mediática y empiezan a llegar amenazas de muerte al periódico.
- Casualmente, en aquellos días tuve que cubrir un Aplec de Penyes menor de mi comarca de mierda. Para que os hagáis una idea de cómo de caldeado estaba el ambiente nos recomendaron que no reveláramos de parte de qué medio íbamos por si acaso, pero estamos hablando del extrarradio barcelonés y esto implica determinados estándares de capacidad organizativa, así que como no podía ser de otra forma nos colocaron en una mesa con los representantes de las peñas más radicales.
- En determinado momento el tema de la recogida de firmas aparece en la conversación, con sus tímidos partidarios y sus vehementes detractores, entre estos últimos un par de quinquis que lo consideraban una provocación y afirmaban tener muchas ganas de hacer una visita de cortesía a los responsables de la campaña. INCISO: ¿nunca os ha pasado que cuanto menos interés tenéis en simpatizar con alguien, más en gracia le caéis? Hice un esfuerzo sobrehumano para intentar pasar desapercibido y camuflarme con el entorno, pero con el paso de las cervezas los dos canis empezaron a encontrarme cada vez más simpático hasta el punto de insistir en sacarme de fiesta con sus colegas por las buenas o por las malas. Pude escaquearme arguyendo que tenía que volver a la redacción a presentar acta y con la argucia de apuntarme sus teléfonos y la promesa de llamarlos más tarde. En el periódico se rieron mucho con la anécdota, y aún más gracias al toque teatral de aparecer con un bate de béisbol por si algún día se materializaban los proyectos de violencia escuchados en el encuentro.
Nudo:
Era un viernes cualquiera y la redacción iba de culo por el inminente cierre de edición. Bajé un momento al badulaque de enfrente a comprar repuestos de nespresso para alimentar la máquina creativa y nada más poner un pie en la calle me topé de frente con los dos canis, esta vez acompañados por un séquito de secuaces con cara de pocos amigos. No tuve posibilidad de esquivarlos, porque prácticamente nos chocamos, y yo tardé en reconocerlos lo mismo que ellos a mí.
Desenlace:
La reacción inmediata fue el acto reflejo de volver atrás y cerrar dando un portazo, pero antes de actuar ellos ya se habían abalanzado sobre mí. Afortunadamente se quedan a un segundo de meter pie en la puerta, lo que me da unos segundos preciosos para subir las escaleras mientras la turba enfurecida empieza a llamar al portero automático de forma random esperando un incauto que les abriera. Subo los escalones de par en par y los pasos que retumban agitadamente unos pisos por debajo certifican que los orcos han conseguido traspasar la primera línea de defensa. Llego a la última planta y quemo el timbre de la puerta tras la cual está la redacción. Las pisadas se oyen cada vez más cerca, acompañadas por gruñidos infernales que no pienso reproducir. Me abren la puerta, atropello al redactor que se interpone entre el pasillo y yo, cierro la puerta con un golpe seco y me atranco contra ella. Todo el mundo habla a la vez, los de dentro preguntan, los de fuera exclaman y aporrean la puerta, que tiembla contra mi espalda. Intento explicarme ante la perplejidad de mis compañeros mientras recobro el aliento. No lo consigo. La intensidad de los golpes aumenta, la puerta es robusta pero cada vez vibra más, trago saliva. Alguien llama a la policía. El barullo ahí fuera es cada vez mayor, se oyen nuevas puertas que se abren y se cierran y nuevas voces que identifico como vecinos curiosos, oigo amenazas cruzadas. Explico a los demás lo que he visto, caras de preocupación. Aparece el redactor jefe, uno de los agredidos en 2004, con mi bate de béisbol en la mano y exclamando que nos apartemos, que quiere abrir la puerta. La mayoría se aparta, otros contemplan la escena impávidos, otros pocos intentan impedirlo. Hay forcejeos. Suena el teléfono constantemente, nadie lo atiende. Alguien tropieza. El redactor no bromeaba y ya ha abierto la puerta, el pasillo de entrada se llena de una aglomeración. No hay espacio para pegarse, sólo para empujar en una melée de todos contra todos. Quedo atrapado entre dos frentes. Ensalada de hostias por todas partes, veo volar una cadena. Caen crochets, directos y un subnormal que se cree Thyson con las fauces abiertas de par en par. Reparto todo lo que puedo sin mirar a quién, me cae encima una buena tunda, oigo sirenas que quedan amortiguadas cuando algo húmedo me ciega los ojos y noto un dolor punzante en la sien. Estoy impregnado del olor metálico de la sangre. Ahora las sirenas se oyen más cerca, entreabro los ojos y estoy en el suelo. Frenesí de gente corriendo. Hospital. Comisaría.
Final alternativo I
Para ser exactos no estaban en la misma puerta del edificio, sino en la de un putiferio adyacente a nuestra puerta, cosa que por aquél entonces yo aún no sabía (lo juro). Cuando me saludaron quedé paralizado por la sorpresa, pero ellos dieron por hecho que vivía allí, porque no hubo más preguntas, sólo reproches en plan coña por no haberlos llamado después del encuentro de peñas, posiblemente confundiendo mis ganas de pasar desapercibido por extrema timidez. Esta vez no parecían dispuestos a dejarse embaucar, mi negativa se hubiera interpretado como una ofensa, así que me arrastraron hasta el interior del club con la falsa promesa de hacer una sola copa. Insistieron en hacerme subir en uno de los cuartos con una puta, animados como estaban, con todos los gastos pagados, y evidentemente no pude decir que no: mejor arriesgarse a un sidrazo que explicarles que no podía ir de putas porque tenía que volver a la redacción del diario que se posicionaba públicamente en contra suya. Me hicieron pasar a un cuartucho bastante cutre donde una señora gorda me conminó a elegir con cuál de sus chicas de pago quería pasar la próxima media hora. Tras un tiempo reglamentario del que sobraron más de 22 minutos me negué a exigir la devolución del importe proporcional, porque soy un gentleman, así que bajé las escaleras y me despedí efusivamente de mis nuevos hamigos que aún estaban en la barra. Saliendo a la calle descargado y con ánimos renovados me topé con mis compañeros de trabajo, que estaban a pie de puerta echando el clásico cigarrillo y tertulia post-laboral. Un consejo: si no queréis que os despidan fulminantemente, procurad no desaparecer una hora del trabajo y que vuestros jefes os pillen saliendo de un prostíbulo.
Final alternativo II
Me reconocieron enseguida, y expresaron con impaciencia su afán de saber qué hacía yo allí, a lo que reaccioné mintiendo con bastante poco poder de convicción. Me doy cuenta a medida que construyo lo mentira y voy perdiendo fuelle, porque recordé que en el encuentro de peñas les conté que soy del extrarradio de Barcelona, y estábamos en la ciudad, cosa que contradecía mi versión. No supe qué más decir. El resto de la turba se impacientaba y no me hizo falta una gran habilidad para darme cuenta de que no les caía tan simpático como a los dos canis. Uno de ellos, el que parecía llevar la voz cantante, me preguntó directamente: "
nos han dicho que por aquí está el periódico tal, tú sabes algo?"
Ya os he contado que los dueños del periódico eran unos trileros de mierda, en efecto una de sus principales aficiones ara el impago a los creditores, manía que les había llevado repetidas veces a tener que presentar suspensión de pagos y refundar el emporio. Tampoco era inusual que cambiaran de sede habitualmente, así no solamente costaba cobrarles las deudas, sino también localizarlos físicamente.
En aquella espinosa situación me pasó por la cabeza el viejo adagio de que la información es poder, así que respondí: "
sí, algo sé". Sabía que mi tono enigmático no iba a resultarles gracioso, como se encargaron de comunicarme mediante su expresión facial de bulldog agresivo, pero les propuse una oferta que no pudieron rechazar: cambiar mi integridad física por la de mis compañeros. El plan consistió en indicarles con precisión adónde tenían que ir y abrirles la puerta de abajo para que tuvieran el acceso limpio. A cambio, ellos me dejaron en paz y, por supuesto, olvidaron que nos habíamos cruzado. En mi favor intercedieron los dos canis, alegando que yo era un tío legal. Así que me fui a dar un paseo, y cuando volví puse ante la redacción destrozada, los papeles desperdigados y mis compañeros apaleados y atónitos la cara de perplejidad que había estado ensayando. No se me fueron los remordimientos hasta que a la hora de hacer la declaración de renta descubrí que los hijos de la gran puta no me habían retenido casi nada del sueldo y me salían a devolver casi 800 pavos de impuestos.