Max_Demian
Puta rata traicionera
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"Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo".
John Milton
La noche deja caer su manto de terciopelo azul. Aspiro el aroma de la naturaleza viva y palpitante mientras vago por parajes cubiertos de suave niebla y vegetación voluptuosa. Sigo la senda de la mano izquierda rumbo al verdadero abismo, cuyo morador habrá de compartir conmigo su eterna sabiduría. Los cuervos rompen el silencio lanzando graznidos que suenan a terrorífica blasfemia, los lobos devoran a sus presas, los ojos de los búhos relampaguean desde las ramas de árboles que ya contemplaron pasar a otros peregrinos. El bosque se cierra a mi alrededor con ansias de sentir la sangre fresca derramandose sobre el suelo fértil. Fueron los druidas los que introdujeron el misterio en los troncos de los árboles y debajo de cada piedra. Hoy somos nosotros, los hijos de Cernunos, los que hacemos de maestros de ceremonias en las noches de luna llena. Destapando la caja de los arcanos todo se llena de luz por un momento y entonces el infinito se abraza a mi, insuflándome el álito de la inmortalidad.
El perro vuelve a tomar forma de perro y el mundo se me presenta como una tierra inexplorada y sugerente dispuesta a ser conquistada por mi determinación. Mi guía la proporciona una figura oscura y austera cuyo tocado es el símbolo del fuego. Surco los cielos rodeado de gárgolas y brujas delirantes que lanzan chillidos a la luna y a los demonios que moran bajo las inmensas aguas del océano. Soy el maestro de la noche, soy el que manda sobre los elementos que componen todo lo que hay entre el cielo y la tierra. Más allá de las estrellas hay un lugar que tiene mi nombre grabado en esmeralda y rubí. La trascendencia de mi alma es inminente. Los calderos humean sobre el fuego, las sombras bailan al compás de los gritos de la víctima a punto de ser degollada. Habremos de beber sangre hasta hartarnos para que el pacto se cierre con buenos augurios.
Al tomar tierra me recibe una joven doncella que guarda un ratón rojo en la boca. Su excitación crece conforme se acerca la hora de copular con el macho cabrío. Las estrellas forman constelaciones blasfemas y la oscuridad alcanza el paroxismo cuando un manto raído y mugriento descubre la cabeza blanca e inocente de una pequeña criatura que me entregan, diciendo que es hijo mío. De entre mis vestiduras aparece una daga que estoy decidido a hundir en la garganta de la criatura.
Me despierta de mis sueños una prosaica voz que habla en una jerga chirriante. Me apremia a quitarme mi disfraz de fantasma de Canterville y bajar al mundo de los mortales. No tengo muy claro el motivo que me impulsa a obedecer. Mis principios son claros pero se ven coartados en su esencia por la mundanidad del mundo. Mis vestiduras de carne perecedera y veleidosa se transforman en una cárcel y yo, su morador, en un reo de muerte condenado a soportar los caprichos de mi verdugo, esperando la disolución del espíritu como única posibilidad de liberación. Vuelvo al mundo de los vivos y grabo en mi mente la palabra que resume mi estado de ánimo: cuidado. Habré de verme rodeado por personas de carne y hueso llenas de deseos que luchan por satisfacer sin importar lo más mínimo el precio a pagar. La noche promete ser larga y poco a poco mi cuerpo vuelve de su profundo letargo.
Mi misión es pasar el tiempo junto a una serie de seres humanos que tienen lazos de amistad con la parte mundana de mi ser, con una parte de mí que detesto y que me hace ser terriblemente infeliz en mis contradicciones. Mi alma concupiscente será la reina esa noche, construiré monumentos en homenaje a ella, me arrastraré por el fango para complacerla y trataré de soportar la estrechez de un traje que está a punto de estallar. ¿Es eso lo que vosotros llamáis vida? Os habéis convertido en esclavos de vuestras pasiones más bajas y no sois capaces de tolerar a las personas que no nacieron para ahogarse en esos lodos. Vuestro escudo es una ignorancia impenetrable que os hace creer que vuestras miserias son absolutas y universales. Con vuestras sucias manos aprisionáis en un abrazo letal a los espíritus iluminados, arrastrándolos con vosotros al interior de la caverna.
Sois humanos, muy humanos. Ponéis todo vuestro empeño en inhumarlo todo.
Pero algo dentro de mi corazón me dice que no hay verdadera maldad en vuestros actos, ni siquiera en los más sórdidos. Vosotros podéis asesinar, robar, torturar y violar sin ser verdaderamente culpables, porque siempre tendrés una serie de atenuantes que os harán inocentes ante los ojos del último juez. Benditos vosotros, por ser hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Cometed los pecados que os demanden vuestros apetitos, pues seréis perdonados.
Nosotros, los hijos de Caín, los verdaderos marginados, os saludamos desde la distancia mientras continuamos nuestro peregrinaje por el mundo.