Pues sí, placenteras la visitas a Oporto, así que no puedo dejar de pasarme por aquí para echar unas letras. Nada que contar de inicio sobre la ciudad que no se sepa, esas cuestas, los tranvías, ese empedrado vial, la azulejería característica, o la comida generosa... más el Duero claro, que singulariza a la ciudad.
Entre las necesarias excursiones urbanas venía a proponer una de tantas y consistente en la salida desde el puente Don Luis I hacia la desembocadura del Duero, evidentemente paseando por una orilla, la pegada a ciudad. Entonces de ese modo te cruzas con los rabelos que transitan por la corriente, las decenas de gaviotas en su búsqueda diaria de carroña y puede que te encuentres también alguna sorpresa. Me refiero a los mini-climas que se generan en los ríos con cauce y anchura, a mí la última vez me granizó encima del puente famoso y en esta excursión misma se generó no sé qué fenómeno meteorológico era, una ventolera con la lluvia cayéndome prácticamente horizontal.
Como colofón al paseo, te encuentras varios palacetes que no presumen de dimensiones, así que resultan muy coquetos a la vista ya que se intentan conservar con esmero. Y por supuesto la misma desembocadura, ojo aquí que el Atlántico no es tan plácido como el Mediterráneo y puede que te encuentres un oleaje severo chocando contra la escollera. Para volver no hace falta repetir el recorrido, se monta uno en el tranvía y le deja prácticamente donde se empezó la excursión, unos 500 m. antes si acaso.