Werther
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“Si el objetivo más próximo e inmediato de nuestra vida no fuese el dolor, nada habría más carente de finalidad y sentido en el mundo que nuestra existencia. Pues sería absurdo suponer que los infinitos padecimientos surgidos de la esencial miseria de la vida y de los que por doquier está el mundo saturado, hubieran de ser algo puramente accidental y sin finalidad alguna. Es verdad que cada desdicha, considerada aisladamente y por separado, se nos antoja una excepción; pero, en general, la desdicha es la norma.”.
Estas palabras de Schopenhauer son una de las dos grandes y trágicas verdades que el hombre, merced a una vida disoluta y basada en el hedonismo, pretende ocultar cautelosamente. La otra es el conocimiento de que la existencia es efímera y que todos hemos de morir tarde o temprano.
Pensemos un momento en la cantidad de desgracias que nos pueden suceder y nos daremos cuenta de que todas nuestras acciones tienen como fin precisamente el hacernos olvidar que la vida es una tragedia, en donde lo principal no es el hecho de si nos ocurrirá la desgracia a nosotros o no, sino de cuando nos ocurrirá y de si estaremos preparados cuando esta suceda. Es decir, no podemos escapar a las leyes del destino; es algo inevitable; entra dentro del juego fatal de la existencia humana. Mientras tanto, el hombre se divierte todo lo que puede y vive a espaldas de su destino, como si este no fuera a suceder. A esto llama Heidegger llevar una vida inauténtica.
Desgracias que nos pueden ocurrir: todo tipo de enfermedades, muchas de ellas mortales; todo tipo de accidentes: de coche, laborales, domésticos, etc.; fracasar en el trabajo; fracasar en la familia; arruinarse; sumirse en la droga; sufrir amputaciones, deformaciones, depresiones, agresiones, etc.; y un largísimo etc.
Pero esto no es todo, porque no solamente nos influye lo que nos ocurre a nosotros, sino también lo que les ocurre a las personas que queremos. Entonces, la posibilidad de sufrir una tragedia se eleva exponencialmente, resultando imposible, que tarde o temprano, alguna de estas desgracias no nos sucedan.
Frente a esto, solamente el hombre puede recurrir al calor humano. Es el sincero amor de otras personas el que nos puede ayudar a que resulte más liviana la vida y a que podamos seguir adelante arrostrando todo tipo de dificultades. Por ejemplo, se nos muere un hijo, y ese terrible dolor sería insufrible para la pareja si entre ellos no existiera un sincero amor que abrigase la tremenda desnudez en que se queda el alma ante la perdida de un ser querido. Otro ejemplo, la mujer padece un cáncer y le tienen que amputar el pecho, ¿qué sería de ella si no tuviera un marido que la ama y que le hace saber que nunca la abandonará y que siempre estará con ella en los momentos difíciles?
Frente al destino, el remedio es el amor sincero. Las parejas que se forman y que aspiran a una vida en común deberían de considerar si permanecerán con la otra persona cuando la desgracia se cierne sobre ella o si sucederá lo contrario: si te he visto no me acuerdo.
Estas palabras de Schopenhauer son una de las dos grandes y trágicas verdades que el hombre, merced a una vida disoluta y basada en el hedonismo, pretende ocultar cautelosamente. La otra es el conocimiento de que la existencia es efímera y que todos hemos de morir tarde o temprano.
Pensemos un momento en la cantidad de desgracias que nos pueden suceder y nos daremos cuenta de que todas nuestras acciones tienen como fin precisamente el hacernos olvidar que la vida es una tragedia, en donde lo principal no es el hecho de si nos ocurrirá la desgracia a nosotros o no, sino de cuando nos ocurrirá y de si estaremos preparados cuando esta suceda. Es decir, no podemos escapar a las leyes del destino; es algo inevitable; entra dentro del juego fatal de la existencia humana. Mientras tanto, el hombre se divierte todo lo que puede y vive a espaldas de su destino, como si este no fuera a suceder. A esto llama Heidegger llevar una vida inauténtica.
Desgracias que nos pueden ocurrir: todo tipo de enfermedades, muchas de ellas mortales; todo tipo de accidentes: de coche, laborales, domésticos, etc.; fracasar en el trabajo; fracasar en la familia; arruinarse; sumirse en la droga; sufrir amputaciones, deformaciones, depresiones, agresiones, etc.; y un largísimo etc.
Pero esto no es todo, porque no solamente nos influye lo que nos ocurre a nosotros, sino también lo que les ocurre a las personas que queremos. Entonces, la posibilidad de sufrir una tragedia se eleva exponencialmente, resultando imposible, que tarde o temprano, alguna de estas desgracias no nos sucedan.
Frente a esto, solamente el hombre puede recurrir al calor humano. Es el sincero amor de otras personas el que nos puede ayudar a que resulte más liviana la vida y a que podamos seguir adelante arrostrando todo tipo de dificultades. Por ejemplo, se nos muere un hijo, y ese terrible dolor sería insufrible para la pareja si entre ellos no existiera un sincero amor que abrigase la tremenda desnudez en que se queda el alma ante la perdida de un ser querido. Otro ejemplo, la mujer padece un cáncer y le tienen que amputar el pecho, ¿qué sería de ella si no tuviera un marido que la ama y que le hace saber que nunca la abandonará y que siempre estará con ella en los momentos difíciles?
Frente al destino, el remedio es el amor sincero. Las parejas que se forman y que aspiran a una vida en común deberían de considerar si permanecerán con la otra persona cuando la desgracia se cierne sobre ella o si sucederá lo contrario: si te he visto no me acuerdo.