He votado la única opción digna:
No me la follaba por lo que puedan decir mis amigos.
Porque a mí no me gustan cuando están en fase de volumen. No me gusta que entren en mi categoría de peso y mucho menos estando yo en definición cetogénica, con visión de túnel y percepción alterada. Estoy empachado de grasa de buey y sólo suspiro por esencia de canela, por flores de un jardín secreto, no por la vaca que pastaría en él si alguien tirase abajo la cerca. Pero eso es lo de menos, mi opinión es una nimiedad, un detalle sin importancia a la hora de decidir sobre mis actos. Nada importa frente a la
presión del grupo.
Es el vivir en sociedad lo que nos ha traído el progreso, el grill de George Foreman, internet y las versiones originales subtituladas. Nos debemos al colectivo, a la conciencia de masa y a la jerarquía meritocrática.
Porque si nos olvidamos de esto, si perdemos los viejos valores, nos pasa lo siguiente:
Es DESOLADOR, desértico y apocalíptico, el paisaje urbano español.
En mis años muy mozos, cuando aún no había móviles, el que quería cortejar a una aberración tenía que hacerlo públicamente, a la vista de miradas acusadoras, bien por la envidia, bien por el buen desempeño de su labor de
guardianes del buen uso de la genética. Esconderse era difícil a partir de ciertos tonelajes y aunque había caminos, veredas y bancales, las colinas tienen ojos. El que quería ser discreto llamaba AL TELÉFONO FIJO, donde le esperaban los familiares, dignos rivales de Ishmael. Y se sabía, porque
to se sabe, se llevaba escrito en la frente si se era un profanador de criptas, un catador de lomo de orza, y se pagaba con la vergüenza.
Había, en un colegio, a lo sumo, 2 mujeres codiciadas por
todos. Ambas en octavo, una rubia y una morena, quizás, y se han iniciado guerras civiles por rivalidades menos notables. Inaccesibles, tal vez; lorealistas, seguro; poco rentables, garantizado. Pero era una filosofía clara: VICTORIA o muerte con honor. Perecer en una ladera llena de cadáveres mejores que el nuestro, pero una puta ladera con UN NOMBRE que la historia recuerda. Lo demás algunos lo llamaban entrenamiento, series de aproximación o superseries, pero los honorables, los HOMBRES FUERTES, sólo levantan cargas que puedan hundirles para siempre si no son capaces de alzarlas por encima del resto de mortales.
Hoy no. Hoy se puede ir de tapadillo, por las sombras, las redes inalámbricas son los callejones donde se menudea con la carne de saldo. Las cámaras digitales y el plano picado, la expansión del imperio PRENATAL, enemigos de lo estético en estado puro. Los comentarios de youtube, sumideros gratuitos de bilis e injustos sustitutos de los ancestrales mentideros, acaparando la maldad en causas inertes y desviándola del que debería ser fruto de nuestra ira por los siglos de los siglos: LA MUJER.
Y la culpa es nuestra. Que tire la primera piedra quien esté libre de pecado, quien no haya guardado el listón mirando a los lados y tirando de la res hasta el establo. Me castigo cada día con ejercicio extremo y brillo incandescente en el monitor del trabajo. Podéis añadir peso a la piedra que arrastro, porque yo haré lo propio con vosotros.
Decid todos conmigo, hijos de la grandísima puta:
Ni con el dedo del pie necrosado tras patear un codo desnudo, ni con el retal de una uña tras rascarme el ano, ni con una barra olímpica del decathlon. ¡NO ME LA FOLLO!
Ni a la italiana, ni a ninguna que no sea la
rehostia en verso. Porque si algo saben hacer estas brujas es metamorfosearse, cambiar de forma y aspecto como un pulpo, adaptarse al medio para conseguir atención y beneficio. No es cuestión de mojar la puntita, no se trata de algo tan irrelevante como el orgullo o el bienestar. Estamos hablando del aprecio por las cosas bellas, del culto a lo único, a lo divino, de crear un molde escultural y dejar que la naturaleza fluida de las mujeres se adapte a él. Y mientras tanto dedicarnos a fines de mayor altura, como ser pateados en el hígado por gente que pone el acento a nuestro nombre en la sílaba equivocada.