Las que de verdad me sacan los cuartos son las viejas, cuerpos pasados y caras ajadas por las malas vidas. Son las más agradecidas, se dejan a pelo, todas, sin excepción. Voces cascadas de encenderse un Ducados con otro en las barras de los club mientras miran al infinito y sus mentes rememoran la sensación de pisar descalzas la hierva mojada por el rocío en las granjas de sus abuelos, allá en sus países. Hielos en los wisquis on the rock que enronquecen. Con el bronceado amarillento que dan los neones rojos. Se te abrazan con fuerza, se dejan hacer, se corren, se ponen coloradas y se les hinchan las venas del cuello cuando les comes los chochos dados de sí. Ojos apaleados, ojeras del insomnio y noches en vela tumbadas en la oscuridad de sus cuartos esperando al hombre(una figura como el padre o el abuelo) que soñaron de niñas, mirada cansada y triste que tapan con una falsa careta de insolencia y bordería. Cicatrices en la cara y el cuerpo de historias olvidadas pero no enterradas de golpes y peleas. Y ya os digo que son muy agradecidas cuando ven que tienen posibilidades con uno que no es un barrigón, un viejo calvo desdentado, bebedor malhuele, analfabeto que perdigonea al hablar. Además son muy dadas a servir, que si quieres algo de comer, que sí, que te hago una tortillita francesa, que estás muy delgado, que tienes que comer algo y coger fuerzas.
Lo malo son las almorranas, solo he podido hacer el cunnilingus a una que tenía aún el esfínter medio pasable. Claro, no tienen el asterisco perfecto de las de veintitantos, ese manjar que es como la casquería que muchos ignorantes desprecian en post del magro, error.