AQUEL AÑO, al amanecer del día veintiuno del décimo mes, el Mes sin
Dioses, chocaron los principales ejércitos. Fue en las montañas
próximas a Sekigahara, sobre la carretera, del Norte, y con mal tiempo:
niebla y, después, cellisca. A última hora de la tarde, Toranaga había
triunfado y empezó la matanza. Rodaron cuarenta mil cabezas.
Tres días más tarde, Ishido fue capturado vivo, y Toranaga, en un rasgo
de ingenio, le recordó la profecía y lo envió encadenado a Osaka, para
su exhibición en público, ordenando a los eta que enterrasen de pie al
general señor Ishido, de modo que sólo sobresaliese la cabeza, e
invitasen a los transeúntes a aserrar el cuello más famoso del Reino con
una sierra de bambú. Ishido resistió tres días murió muy viejo.