No, me dio miedo. Me topé con aquello de casualidad, estaba trabajando por la zona y me encontré el panorama. Sentí lo que deben de sentir las mujeres bonitas, y que tanto envidian las gordas feministas de pelo rojo, y es esa sensación de peligro inminente por su condición. Allí me sentí vulnerable, aquel barrio era apocalíptico, zombis con pinta de yonki y gente pordiosera. En las ropas, los pelos, las caras, los cuerpos, los ademanes, las miradas, todo; aquello era un mundo peligroso para una perita en dulce como era yo. Parecía el escenario de un videojuego, con los edificios todos descascarillados, ventanas reventadas, puertas sin cristales, caballos atados en las aceras, perros de esos boxes o cómo cojones se llamen, calles desiertas. No había actividad, era como una zona en conflicto, un lugar inhóspito. Recuerdo que subí hasta las ventanillas porque sentí un escalofrío nada más darme cuenta donde me había metido. Y luego el personaje aquel que cruza la puta avenida por el medio, parece que lo hizo para que tuviese que parar, pero le esquivé como pude y salí de allí lo antes posible. No pise el acelerador para que no se diesen cuenta que tenía miedo, intenté pasar desapercibido, como si aquello no me impresionara. Si no corres del perro no te muerde, dicen.