Pero que asco me dais, poldios. Follarse a una cuarentona es como follarse un saco de pellejos con mal olor, arrugas y varices. Si tuviera alguna ventaja, que no la tiene, sería que algunos pocos casos contados tienen más experiencia a nivel sexual que las jóvenes, y a veces ni eso. Una madurita es un ejemplar vivo de la decadencia en la que cae físicamente toda mujer a partir de los 28-30 años. Por mucho que la arregles, que la pintes, que la vistas bien, será una mujer con estrías, con los pechos caídos, con el coño seco, con el pellejo suelto, con el culo que le empieza a colgar por el peso de la gravedad. Las mujeres envejecen fatal y no me pongáis de ejemplo a Monica Bellucci, que de eso sólo hay un caso entre un millón.
Pero bueno, si lo que queréis es probar el olor del cuero viejo, del pescado pasado casi en putrefacción, de la colonia para disimular que ya no huelen a flores o a frescura... Yo sólo tuve interés por las treintañeras cuando era adolescente y me la ponía como el cuello de un cantaor una profesora en el instituto, porque me la imaginaba haciéndome de todo la muy puta, en cuanto se sentaba en el borde la mesa, cruzando las piernas con aquellas faldas cortas que usaba, o alguna madre que llevaba a su churumbel camino de la guardería cuando nos cruzábamos las miradas, pero en cuanto pasé de 20 años sólo me interesaron las mujeres cada vez más jóvenes. Para mí, cualquier mujer que pasa de los 28-30 años ha perdido todo su interés: son ya proyectos anticipados de abuelas.
No comprendo en absoluto esa atracción que sienten los hombres, jóvenes e inexperimentados, por las mujeres con un pie ya en la tumba.
Como decía Belmonte: "Hay gente pa tó".