Hilo Amo donde los haya.
Aparte de mis experiencias como cliente en un sex shop, y de que la primera vez que le hice sexo oral a una mujer (desconocida totalmente) fue en uno, tengo dos amigos que han trabajado en este tipo de comercios, y conozco a una mujer mayor, limpiadora, que también iba dos y cuatro veces en semana (alternando semanas pares e impares del mes) a mantener aquello medio decente.
El primer amigo, que estaba de eventual y de rebote al haber trabajado antes en un videoclub, contaba que lo más gracioso era ver la tan aun implantada doble moral que hacía que uno en su casa fuese de lo más pervertido, mientras que de cara a los demás el pudor y la timidez, por no hablar del deseo de anonimato total, hacían presencia en la mayoría de los que iban por allí a comprar algo, o a meterse en las cabinas.
Decía que se ponía burro cuando alguna solitaria entraba a comprar aceites, condones, objetos eróticos varios y hasta pollones de tamaño XXXXXXL.
"A mayor cara enrojecida que tenga por vergüenza, más dura se me pone" (palabras textuales suyas).
Cosa curiosa, que confirmo, es la cantidad de tíos de apariencia varonil y machotes que le van los rabos cosa mala, tanto por alquiler de pelis y visionados de temática homogayer en las cabinas (casi siempre), como por la compra de artículos que se notaba era para él (consoladores y vibradores pequeñitos y cosas así).
Lo que más asco le daba era precisamente tener que recoger los pañuelos de las lefadas en las cabinas, y limpiar las sillas, pues eso sí era trabajo suyo.
La limpiadora (y eso me lo confirmó toda resignada esta mujer que he mencionado antes) era la que limpiaba la lefa del suelo (sí, mala puntería que tenían muchos, debido supongo al momento de descontrol), también decía que algunos seguro que no usaban ni pañuelos ni nada, que lo echaban todo en el suelo, y hasta en las paredes y la pantalla de la cabina. Mira que hay gente cerda por el mundo.
El que trabajó durante casi tres años en uno no se contaba mucho, era un profesional de esos temas. Sí se le escapó que se había trajinado a más de una clienta habitual en las cabinas, cosa que, sinceramente, no me extraña nada. La mayoría de las que van por allí están nerviosillas y pasan de historias, pero otras se dan la vueltecita precisamente porque están de subidón hormonal... y caen.
Como cliente, la anécdota más curiosa fue que de jovencito (diecinueve años o así) entré en una cabina de esas a ver una peli zoofílica, que no había visto ninguna y entonces no había internet.
Estando ahí, con los ojos como platos viendo como el perro lamía a una gorda asquerosa, y con los pantalones por los tobillos (sin empalmar, porque aquello era demasiado estrambótico), llaman a la puerta de la cabina.
Abro una pequeña abertura en la puerta, con una mano sujetando los pantalones y con la otra sosteniendo el pomo de la puerta, y lejos de ser el encargado del sex shop para decirme alguna cosa, era un señor así cerca de los sesenta años, muy alto y con cara de friki total, que estaba mirándo películas gays cuando yo entré.
Me miró fíjamente y se pasó la lengua por los labios...
Yo abrí más la puerta y le dejé ver la pantalla de la cabina, como diciendo "No, mira, yo lo que voy es de este rollo...".
Él se fue traumatizado, yo me terminé de subir los pantalones, igualmente azarado, y salí de allí cagando leches.