Imaginad que en la zona de los genitales hago dos agujeros a mi pantalón, para que cuando me lo ponga sea vean, un “escote de genitales”. Imaginad que aunque tengo la posibilidad de no mostrarlos, pues realmente nada me obliga a ello salvo un profundo deseo de llamar la atención si acaso -algo totalmente cultural y que en este caso se centraría en sentirme atractivo de cara a las mujeres-, los muestro, abduciendo que lo hago para sentirme agusto conmigo mismo, aunque haya miles de forma de sentirme agusto conmigo mismo sin mostrar más de lo necesario de mi cuerpo. Imaginad que las mujeres se sintiesen atraidas, institivamente, por una serie de procesos químicos que ocurren en su cerebro y que la atan a mirar, a desear y a intentar conseguir, sea como sea, esos genitales. Imaginad que además de ese pantalón que es una invitación a la locura, vieran en la tele otro tipo de prendas que incitan a desear los genitales y al que los tiene, claro. Imaginad que fueran presas de esa sensación, natural pero también impostada por una publicidad voraz, hasta el punto de frustrarse por no poder conseguirlos y de tener que conformarse, finalmente, con verlos desde la lejania, maldiciendo, como si estuvieran en un escaparate y hubiera un cristal que impidiese hacerse con ellos, y además con el añadido de no tener dinero, o no poder gastarlo en ello, para conseguirlos.
Como bien he señalado yo, libremente, decidiría mostrarlos. Obviamente sino mostrase explicita ni implicitamente mis genitales nadie me miraria, pues no habría excitación del deseo, pero si los mostrase directamente o insinuase, mediante un prominente escote que deja ver parte de ellos, me mirarían y, entendería, pues así lo he decidido, que las miradas fueran lascivas, incluso que se piropeasen a mis genitales o que las chicas dejasen un reguero de babas a mi paso. Y recalco que yo, libremente decidiría enseñarlos. Si estuviera en contra no mostraría nada, me rebelaría contra lo que creo que es una imposición, vivir dependiendo de la aprobación ajena, en este caso de la femenina.
Podría llegar a creer que estoy en mi derecho de enseñar mis genitales y que nadie me mire, pero aunque podría llegar a creerlo la realidad es que no tendría derecho a exigir nada. Muchos hombres como yo confundirían libertad con libertinaje.
Si se me diera un trabajo por mis genitales seguramente sería al mostrarlos, no por nos mostrarlos. Yo podría decidir en ese caso si quiero ganarme el trabajo por meritos propios o simplemente ayudarme de mis genitales para conseguirlo. Ninguna mujer me obligarían a presentarme a la entrevista de trabajo con un prominente escote de genitales, y, seguramente, antes que mis genitales, le interesaría mi curriculum, pues una empresa se mantienen gracias a buenos empleados y no a bonitos genitales.
También, lo que podría ocurrir, es que desde el gobierno, mediante asociaciones subvecionadas que se dedican a dirigir el pensamiento social, todo muy estalinista, se me insinuase que la chica que me mire lo hace con condescendencia o tratándome como un objeto, incluso que tras esa mirada se esconde un odio hacia mi sexo grabado a fuego en su codigo genético, a pesar de haber decidido yo enseñar mis genitales y amoldarme a un criterio estético, y además de excitar los deseos de mujeres que no me han pedido NUNCA que me ponga el escote de genitales.
A pesar de que sería un ser “libre” -limitado, pero tendría un campo de acción por el que poder moverme- lloraría por lo malas que son las mujeres, que miran mis genitales cuando yo decido mostrarlos. Así podría alimentar una idea, en este caso un termino, vamos a llamarlo hembrismo, aunque desconozca que es lo que significa y aunque nunca haya sufrido en la vida menosprecio por tener genitales, todo lo contrario, siempre se me habrían abierto puertas y hubiera podido obtener la misma educación y vivir de la misma forma que cualquier mujer.