la consiguiente inflación, la cosa cambiará, pero entre el postmodernismo, los vende humos como son los gurús y la gilipollez del género masculino de caer en lo que tanto critica, la cosa seguirá igual o peor. Me cago en mi puta vida...
Eso ha existido siempre, desde tiempos primitivos: la mujer como puta del mundo a cambio de que se lo den todo hecho.
Por ejemplo, cuando se perdía una guerra en la Antigüedad, los hombres eran condenados a la esclavitud más atroz, mientras que ellas iban a lujosos harenes.
Y si nos vamos a los cánones de belleza históricos, seguimos viéndolo: gordas, ergo mantenidas.
Ahora el cánon es la delgadez atlética porque la comida no es un problema, pero no están atléticas por trabajar, sino porque disponen de tanto tiempo libre que se pueden permitir horas de gimnasio.
Sin embargo, y salvo en épocas de decadencia aristocrática, los hombres siempre hemos tenido que ser mulas fornidas o guerreros espartanos.
Por eso, el cánon masculino siempre ha sido el de un cuerpo esculpido para proveer a la mujer.
Lo que sucede ahora es que se se les han dado los derechos que tanta sangre y sudor se nos ha costado a los hombres, pero desde que se "liberaron" en los 1960s, se dieron cuenta que ni de coña podían soportar las mismas responsabilidades.
El posmodernismo no busca la igualdad de la mujer ya que, si ellas lo hubieran deseado, la hubieran conseguido hace milenios. Lo que el sexo femenino ha hecho es esperar a que exista una sociedad tecnológica lo suficientemente avanzada como para decir: "bueno, pues ahora me apunto a esto de formar parte de la ciudadanía". Pero claro, no se dieron cuenta que la vertiginosa bajada de la necesidad de esfuerzo laboral gracias a la Segunda Revolución Industrial, no eximía del resto de responsabilidades: principalmente proveerse a sí mismas.
Por eso estamos en una época en la que
juegan a ser hombres, y subrayo lo de que juegan.
Ni locas se lo pueden tomar en serio, acabarían suicidándose la mayoría y, el resto, con un síndrome estrés postraumático inhabilitador de tres pares de narices. Por eso necesitan de pruebas físicas de risa, cupos, cuotas, leyes especiales, subvenciones por el mero hecho de tener vagina.
Es una tontería que se les acabará pasando, no están evolutivamente diseñadas para padecer el estrés de un proveedor.
Pero, mientras tanto, los hombres estamos pagando las consecuencias de toda esta locura pandemónica, que para ellas nunca dejará de ser un juego, a lo sumo una rabieta.
Y ese coste es la disparada cotización de la mujer en el mercado sexual, incluyendo riesgos jamás pensados en la Historia, tales como perder todo tu patrimonio por un divorcio o pasar más de una década en la cárcel porque una furcia dice que las has violado (cuando simplemente se ha arrepentido de su consentimiento).
Por eso, salvo un par de amigas (hermanas de amigos) y familia, las únicas mujeres con las que me relaciono son las putas.
No necesito la aprobación del resto de proveedores ni mucho menos de las mujeres.