A mitad del certamen, la Mostra siempre se empeña en regalarnos una película sorpresa, cuando tu normalmente agotado ánimo lo último que desea es sorpresitas de Marco Müller. Y esa sorpresa jamás la protagoniza Martin Scorsese o Woody Allen, sino que casi siempre es una soporífera película oriental, con especial debilidad hacia el cine chino. Y cómo no, china es Renshan ren hai, que cuenta la venganza de un tipo sombrío cuyo hermano ha sido asesinado. A los 50 minutos de proyección aparece una secuencia completamente ajena a la trama que estamos viendo, en la que el protagonista viola a una mujer en presencia de su hijo. Y notas que hay una desbandada generalizada del público en la parte izquierda de la sala. Por un momento piensas que la brusca salida de tantos espectadores se debe a que lo que están viendo en la pantalla ha sido alterado, a aquello tan antiguo de que el proyeccionista se ha equivocado al cambiar los rollos. Pero alguien comenta en la oscuridad que huele a humo, lo que motiva la estampida general, aunque eso sí, muy civilizada. Al parecer, se ha quemado un proyector. Encienden las luces y anuncian por los altavoces que cuando arreglen el desaguisado continuará la proyección. A los 10 minutos de espera en el exterior decido que se me ha acabado la paciencia para saber si el vengador consuma su plan. La sorpresa de este año ha sido inolvidable y de lo más alarmante al inducirte a pensar en eso tan temible de que hay amenaza de bomba o que ha comenzado un incendio.