Los niños no aman, y eso me preocupa. No se vincunlan sentimentalmente, no tienen memoria ni proyección, y lo peor de todo, no tienen sentido de la justicia ni del agradecimiento. Lo quieren todo y lo quieren ahora, exigen constantemente la inmediatez en sus afectos. Olvidaros del amor infantil, de la pureza y virginidad pueril, pues no hay mito menos arraigado en la objetividad que el supuesto amor desinteresado de los niños. Sólo buscan la cercanía de aquel que les abastece de caprichos cumplidos. Por eso aman a sus padres por encima de todo, porque son los más sumisos de sus suministradores.
Son supervivientes natos, maquinas de resistir, de manipular, de embelasar con sus caritas redondeadas y su enternecedora torpeza de cachorros. ¿Como no amar, como no ceder a los requerimientos de estos ángeles desvalidos? ¿Como negarse, como resistirse a sus mohines y pucheros y a su dulzura inmaculada? Los niños son invulnerables, es inaudito, inicuo, inimaginable que exista un sólo ser en el mundo que no este dispuesto a paralizar la rotación terrestre si la felicidad de un niño depende de esta inmovilidad.
No aguanto a los niños. Pero sobre todo, por encima del descalabro económico y cronológico que supone un hijo, por encima del estremecimietno vital y el desasosiego de engendrar, lo que no quiero es convertirme en padre, no quiero... Ser igual que esos padres que veo por la calle. No quiero convertirme en un ser estúpido y babeante, de voz aflautada y morros enfurruñados, haciendo monerias para un dictador de 6 años. No quiero llorar de emoción porque ya sabe depositar sus excrecencias en la taza del water o porque me abraza con sus manitas y me dice "eres el mejor papá del mundo". Ese día me habré muerto y seré otro, distinto de este pedante insufrible y engolado que postea, pero no mejor, no más auténtico ni más libre. Me habre convertido en un papaito.