ruben_clv
Leyenda
- Registro
- 5 Sep 2005
- Mensajes
- 21.996
- Reacciones
- 19
La primera vez que sufrí un ataque de ansiedad estaba cenando en casa de los padres de mi novia. No podía dejar de mirar los huesos de las chuletas en mi plato mientras sentía cómo mi corazón saltaba una y otra vez en mi pecho. El pulso se me disparó y empecé a sudar como un corredor de fondo. Cogí el plato, me levanté de la mesa sin decir nada. En el pasillo, camino de la cocina, la vista se me nubló y me apoyé con una mano en la pared para no caer. Recuerdo que pensé en dejar caer el plato para que alguien viniera a ver qué me pasaba, pero yo -gran cobarde- en los momentos más difíciles tengo un comportamiento heroico. Seguí caminando aunque pensaba que, con toda seguridad, estaba muriéndome. Sin saber qué me pasaba exactamente me detuve un segundo, con los brazos apoyados en la pila, y traté de reconocer a mi enemigo. Lo que más me asustaba era lo indeterminado del sufrimiento: no había dolor, la asfixia era aparente, el sudor cesaba y volvía sin criterio alguno, los mareos eran casi forzados. ¿Qué tipo de amenaza había provocado todo aquello?
Mi enemigo sigue sin tener rostro. Poco importa ya que de vez en cuando se enfoque en algo: en aquel que la mira bailar sin parpadear siquiera, en los nombres que bailan en su memoria, en una sonrisa que cobra vida mientras recuerda, en cada silencio, en cada pregunta que no atrevo a formular, en cada respuesta que no quiero escuchar, en el desierto de hielo que me atenaza el pecho y la garganta cuando no estoy a su lado, en mi asumida locura, en mi incapacidad sentimental…
Asumo que bastará con un abrazo, con una sonrisa, para espantar ese maltrecho genio de mi lado, que el tiempo está de mi lado, que debería sentir vergüenza por ser tan egoísta. Asumo, al fin, que todas estas amenazas que danzan en el aire sin sustancia nunca podrán justificar –ni ahora ni antes- que yo le sea infiel. Pero, dime, ¿necesito esa justificación?
Los putos celos.
Mi enemigo sigue sin tener rostro. Poco importa ya que de vez en cuando se enfoque en algo: en aquel que la mira bailar sin parpadear siquiera, en los nombres que bailan en su memoria, en una sonrisa que cobra vida mientras recuerda, en cada silencio, en cada pregunta que no atrevo a formular, en cada respuesta que no quiero escuchar, en el desierto de hielo que me atenaza el pecho y la garganta cuando no estoy a su lado, en mi asumida locura, en mi incapacidad sentimental…
Asumo que bastará con un abrazo, con una sonrisa, para espantar ese maltrecho genio de mi lado, que el tiempo está de mi lado, que debería sentir vergüenza por ser tan egoísta. Asumo, al fin, que todas estas amenazas que danzan en el aire sin sustancia nunca podrán justificar –ni ahora ni antes- que yo le sea infiel. Pero, dime, ¿necesito esa justificación?
Los putos celos.