Yo el día que me tocó hacer un pozo de tirador en condiciones me había olvidado (o me había sudado los cojones coger) los guantes de combate, acabé con las manos tan desolladas que no volví a prescindir de ellos en mi equipo.
Verano, en medio del puto monte, estábamos recién llegados a la unidad y tenían que putearnos todo lo posible para fortalecer nuestros testículos y carácter, y moldear a soldados de los que poder fiarse en cualquier situación.
El sitio para mí pozo lo eligió mi sargento entre unas jaras a media ladera (el lugar con el terreno más duro que encontró y todo lleno de putas piedras), para después irse a tumbar a una sombra. Nos dijo que la teoría ya la sabíamos, que empezáramos a currar hasta que nos avisará, que cuando acabáramos lo esencial pasáramos a los detalles y luego al lujo.
Saqué mi zapapala (una putísima mierda medio hazada medio pala sin prácticamente mango que que no tiene mayor utilidad que enterrar los ñordos), puse el cerebro en modo no parar hasta que volviera el gordo o hasta que muriera de agotamiento, y me puse a currar mientras encendía un piti con la colilla del anterior.
Solo paraba para beber agua, echarme algo a la boca o mear.
Primero se me ampollaron las manos, las ampollas explotaron llenando todo de liquidillo, la piel se desprendió y se repitió el proceso varias veces cambiando liquidillo por sangre hasta que mis manos eran un cristo.
Por lo que recuerdo estuvimos en ello 5 o 6 horas, tras las cuales nos ordenó que volviéramos a taparlo y dejar todo como estaba antes de que llegáramos y nos fuimos corriendo al cuartel.
A partir de ahí no volví a repetir esa mierda nunca más, se elegían cubiertas naturales o que requieran el mínimo esfuerzo para estar protegido y no ser visto.
Y las trincheras que hicimos eran en la nieve y era fácil y rápido.