Hemos vivido en los "paraísos artificiales", víctimas de un arte espurio, un arte lleno de tampantojos y servidumbres, un arte sujeto a símbolos e iconografías maliciosas. La emoción era sólo un recurso impostado, una pátina final que trataba de ocultar una arquitectura de belleza emponzoñada. Nadie creaba realmente, fue todo intencionado, un engaño precioso y preciso. Confiábamos en los encantos de una estética inapelable, cuando en realidad todo era aparato y escenografía, un anzuelo goloso, irresistible que nuestra delicadeza apuraba hasta las heces. ¡Que ingenuos hemos sido, tan débiles y predispuestos a los hermosos efebos petrificados, a los oleos cuarteados en el lienzo, a la armonía matemática de los arcos y las bóvedas! Nos hicieron adorar a un becerro de oro, nos postramos arrobados ante una deidad que se ha desvanecido ante la huracanada verdad de la emoción pura..."A los treinta y seis años, ya sólo me interesa ser amor"
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