El Compadre se levanta todas las mañanas a las cinco y media, porque sabe que el jornal hay que ganárselo pronto y si uno no está antes de que pongan las calles ya lo que interesa ha desaparecido de ellas. A media luz, por no gastar, se toma su Nescafé en vaso y una madalena. No usa platos, usa para los desperdicios una hoja del catálogo del Carrefour que le dejaron en el buzón, como aprendió de su compañero. Ya sacará la vajilla de Duralex cuando madre venga a comer el domingo. Para él solo eso le sobra. Echa después en la bolsa con la que va a trabajar una lata de sardinillas en aceite, la mitad de la barra de ayer que ha sobrado y quizá otra madalena, que no sabe si reservar para el desayuno de mañana.
Sale de casa, echando sólo una vuelta la llave, porque sabe que dentro no hay nada de interés para los amigos de lo ajeno. Hoy tiene más sueño del normal. Con esta calor no hay quien duerma, y esta noche ha sido especialmente calurosa. Sin embargo no falla en su rutina mañanera, son muchos años repitiéndola; la podría hacer dormido.
Se encamina a la misma esquina de todas las mañanas en la que queda con Verruga, su compañero de andanzas, su mano derecha, su amigo. El único hombre al que puede llamar amigo, en realidad, aunque no llamen entre ellos así por no parecer demasiado maricones.
Tarda hoy Verruga en amanecer. Se le habrán pegado las sábanas, piensa mientras enciende un cigarrillo. Le cuesta tres caladas percatarse de la nueva situación. Hoy Verruga no va a venir, como no vino ayer, como no vino anteayer. Como no vendrá el lunes, ni el martes.
Se ha quedado solo. Su amigo, su único amigo, vuela alto ahora. Se acabaron las charlas en la furgoneta, se acabaron las risas compartidas cuando encontraban un buen trastero que vaciar y sabían que iban a sacar dinero fresco para toda la semana. Se acabaron las confesiones mientras en el almuerzo se hacen un bocadillo de caballa o de queso; se acabó compartir la navaja cachicuerna con la que abren el pan, con la que parten los chorizos o pelan la fruta recién arrancada del árbol. Se acabaron los planes, las ideas de negocio. Se acabó la alegría, la dicha, pequeña y secreta, de compartir el sabor de la amistad, de la hermandad.
Hoy toca ir solo.
Y mañana también tocará ir solo. Y pasado.
Y sí, Verruga le ha dicho que esto del trabajo es temporal. Que volverán, que son sólo unos meses, que luego de nuevo recorrerán los cigarrales a la busca del somier viejo, de los restos de la reforma, de los trastos que ya nadie quiere. Y Verruga lo hará, pero no será lo mismo. Sabe que él ya ha probado la droga de la gran ciudad, el estatus que da ser encargado, tener una nómina, una seguridad social, gente a la que corregir y enseñar. Sabe que él ya nunca será el mismo, y que tarde o temprano volará para siempre de su lado.
Hoy el Compadre se sabe solo. Hoy el Compadre estará triste, porque ha entendido que esta será siempre su vida. Que lo de prosperar le pasará a su amigo, pero nunca a él.