semensatan
Freak
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A ver, que llego con retraso.
Dos gordas mórbidas me he tirado en mi vida. A una le hice un anal fist y tuve la suerte -porque aquello fue suerte- de encontrarme cacas como conguitos. Así que me hice con una entre los dedos, la saqué de allí y se la metí en la boca, a ver qué hacía la hija de puta. "Ayyy... pero mira que eres marrano, eh?" me dijo, y eso fue todo. Años después ella consiguió un trabajo como payaso en un canal autonómico de televisión. Un par de veces me levanté temprano para ver por la tele al payaso al que hice comerse su propia mierda. Bien.
La otra era australiana, aún más gorda que la payasa. Con ella descubrí que las obesas sólo pueden follar estando encima, porque estando debajo la barriga impide que nuestro ariete del amor alcance su objetivo. La paliza que te llevas es de campeonato, y os aseguro que tan placentero como cepillarse un sobaco de Caco Senante. No más gordazas mórbidas.
De todas maneras, como a todo hay quien gane, lo peor, más aberrante y bizarro que he visto en relación a este hilazo, no lo he hecho yo sino un amigo, eso sí, delante de mí.
Estábamos en un chiringuito en la playa, ya por la mañana de reenganchados después de una larga noche de copas, apurando el dinero y la salud tamando unas cervecitas cuando desde el mar se acercó una tía desnuda, como de cuarenta y tantos tacos, pecho y espalda despellejados por el sol, y las dos piernas como si le hubiesen soldado mal después de un accidente de tráfico, sin juego en las rodillas, con costurones de varias decenas de puntos y un aspecto muy jodido de mirar. Además, como caminaba con mucha dificultad, arrastraba una escoliosis severa y creo que no gozaba del completo gobierno de uno de sus brazos. Se acercó al chiringo y empezó a pedir tabaco. He de decir que estábamos en una playa sita en casco urbano, muy cerca de hecho del paseo marítimo de la ciudad, por lo que si alguien completamente desnudo allí ya llamaba la atención, aquel ser arrastrándose por allí era como un moscardón ahogándose en un tazón de leche.
Por supuesto en todas las mesas se la quitaron de encima por la vía rápida, hasta que se acercó a la nuestra, donde naturalmente consiguió su cigarrito. Y claro, se quedó. Se las arregló para poner las dos piernas aquellas sobre la mesa de El Águila y nos preguntó muy seria si queríamos ser sus ginecólogos. Aquella mujer estaba loca, y sus ojos eran los más bellos que he visto jamás. Eran verdes y grises con destellos amarillos, vivos y luminiscentes. Flamígeros. Había FUEGO en aquella señora enferma.
Tenía buena charla la jodida y estuvimos hablando un rato. Era inteligente, y aunque yo pasé de seguirle el juego del ginecólogo, mi amigo se lo tomó más en serio y allí mismo empezó a inspeccionarle el papo con los dedos. Había que ver cómo le sobaba la pepita con el pulgar el muy bribón. La estana masturbando de tapadillo, como si no los pudiera ver nadie.
Ella estaba enferma y quería ser penetrada, y sabe Lucifer cómo había llegado desnuda a las nueve de la mañana de un domingo a ese lugar, y qué lefazos infernales estaba sobando mi colega. Fetén.
A punto estaban los dos marranetes de enfilar hacia una de las casetas-urinario cuando, claro, llegó la policía. Se la querían llevar por molestar, así que les dijimos que era amiga nuestra, que no molestaba a nadie, y que aquello era la playa y podía estar allí desnuda. Tras una pequeña negociación acordamos que debía cubrirse los bajos, y ante la falta de nada mejor mi amigo accedió a ir al meadero a quitarse los calzoncillos para que su loquita se tapase. Romántico.
Pero ay! mientras él estaba en la caseta llegó una ambulancia del manicomio, salieron dos loqueros king size y la arrancaron de allí. Dos tipos fuertes mas los dos guindillas de mierda tuvieron que sudar tinta china para arrastrar a una mujer tullida lejos de su conquista.
Yo he visto lo crudo y lo insano, lo duro y lo grotesco, casi diría que he desarrollado cierto gusto por todo ello, pero os aseguro que aquella escena - mi amigo justamente salía de la caseta con los gayumbos en la mano- fue algo irrepetible, una imagen perfectamente definitoria de la miseria humana, de la soledad y la imposibilidad de victoria, como chupar una cubitera vacía en el desierto de Gobi: ella, en un último e inútil esfuerzo, se agarraba a una barandilla de hierro y su alma se desgajaba en gritos desgarrados de sus entrañas mientras aquellos hombres tiraban de ella para meterla en una furgoneta.
Dos gordas mórbidas me he tirado en mi vida. A una le hice un anal fist y tuve la suerte -porque aquello fue suerte- de encontrarme cacas como conguitos. Así que me hice con una entre los dedos, la saqué de allí y se la metí en la boca, a ver qué hacía la hija de puta. "Ayyy... pero mira que eres marrano, eh?" me dijo, y eso fue todo. Años después ella consiguió un trabajo como payaso en un canal autonómico de televisión. Un par de veces me levanté temprano para ver por la tele al payaso al que hice comerse su propia mierda. Bien.
La otra era australiana, aún más gorda que la payasa. Con ella descubrí que las obesas sólo pueden follar estando encima, porque estando debajo la barriga impide que nuestro ariete del amor alcance su objetivo. La paliza que te llevas es de campeonato, y os aseguro que tan placentero como cepillarse un sobaco de Caco Senante. No más gordazas mórbidas.
De todas maneras, como a todo hay quien gane, lo peor, más aberrante y bizarro que he visto en relación a este hilazo, no lo he hecho yo sino un amigo, eso sí, delante de mí.
Estábamos en un chiringuito en la playa, ya por la mañana de reenganchados después de una larga noche de copas, apurando el dinero y la salud tamando unas cervecitas cuando desde el mar se acercó una tía desnuda, como de cuarenta y tantos tacos, pecho y espalda despellejados por el sol, y las dos piernas como si le hubiesen soldado mal después de un accidente de tráfico, sin juego en las rodillas, con costurones de varias decenas de puntos y un aspecto muy jodido de mirar. Además, como caminaba con mucha dificultad, arrastraba una escoliosis severa y creo que no gozaba del completo gobierno de uno de sus brazos. Se acercó al chiringo y empezó a pedir tabaco. He de decir que estábamos en una playa sita en casco urbano, muy cerca de hecho del paseo marítimo de la ciudad, por lo que si alguien completamente desnudo allí ya llamaba la atención, aquel ser arrastrándose por allí era como un moscardón ahogándose en un tazón de leche.
Por supuesto en todas las mesas se la quitaron de encima por la vía rápida, hasta que se acercó a la nuestra, donde naturalmente consiguió su cigarrito. Y claro, se quedó. Se las arregló para poner las dos piernas aquellas sobre la mesa de El Águila y nos preguntó muy seria si queríamos ser sus ginecólogos. Aquella mujer estaba loca, y sus ojos eran los más bellos que he visto jamás. Eran verdes y grises con destellos amarillos, vivos y luminiscentes. Flamígeros. Había FUEGO en aquella señora enferma.
Tenía buena charla la jodida y estuvimos hablando un rato. Era inteligente, y aunque yo pasé de seguirle el juego del ginecólogo, mi amigo se lo tomó más en serio y allí mismo empezó a inspeccionarle el papo con los dedos. Había que ver cómo le sobaba la pepita con el pulgar el muy bribón. La estana masturbando de tapadillo, como si no los pudiera ver nadie.

A punto estaban los dos marranetes de enfilar hacia una de las casetas-urinario cuando, claro, llegó la policía. Se la querían llevar por molestar, así que les dijimos que era amiga nuestra, que no molestaba a nadie, y que aquello era la playa y podía estar allí desnuda. Tras una pequeña negociación acordamos que debía cubrirse los bajos, y ante la falta de nada mejor mi amigo accedió a ir al meadero a quitarse los calzoncillos para que su loquita se tapase. Romántico.
Pero ay! mientras él estaba en la caseta llegó una ambulancia del manicomio, salieron dos loqueros king size y la arrancaron de allí. Dos tipos fuertes mas los dos guindillas de mierda tuvieron que sudar tinta china para arrastrar a una mujer tullida lejos de su conquista.
Yo he visto lo crudo y lo insano, lo duro y lo grotesco, casi diría que he desarrollado cierto gusto por todo ello, pero os aseguro que aquella escena - mi amigo justamente salía de la caseta con los gayumbos en la mano- fue algo irrepetible, una imagen perfectamente definitoria de la miseria humana, de la soledad y la imposibilidad de victoria, como chupar una cubitera vacía en el desierto de Gobi: ella, en un último e inútil esfuerzo, se agarraba a una barandilla de hierro y su alma se desgajaba en gritos desgarrados de sus entrañas mientras aquellos hombres tiraban de ella para meterla en una furgoneta.