Lo primero es que soy Madrileño, pero de orígenes extremeños, eso yes.
Seguimos con el relato.
Etapa 3 (Melide-Salceda) La rompepiernas.
El despertar del tercer día fue complejo. Lo cierto es que tras el sueño reparador todo se ve de una manera diferente, mas positivo, pero en mi cabeza las palabras subidas y bajadas fuertes se entrelazaban con la palabra rompepiernas y no me gustaba un pelo.
Esa mañana puse un empeño especial en hacer todo perfecto. Lo primero era hacer una revisión de daños. La ampolla del pié izquierdo estaba seca y en buen estado, la del pie derecho también gracias al drenaje con aguja e hilo de la noche anterior. Eso eran buenas noticias, desde luego.
Una ver revisados los daños y hechas las curas, empecé a embadurnarme bien de la crema tipo Reflex, que tan buen efecto me estaba haciendo para mis castigados músculos y articulaciones, cubrí bien los pies con la vaselina en tubo de Compeed, que también parece que no funcionaba mal del todo (pese a las ampollas en la planta de ambos pies), y visto que en la vida hay que innovar si lo que tienes no funciona del todo bien, me cambié de zapatillas y me puse mis Adidas de entrenar, que siempre me han resultado muy cómodas para entrenar y dejé en la mochila las Salomón, que si bien no iban mal, me habían creado las ampollas de la planta del pie.
Una vez desayunados y con provisiones frutales para el camino, comenzamos de nuevo la ruta dispuesto a dejar el pabellón del foro bien alto.
Tanteando los pies parecía que el izquierdo iba bien aunque el derecho molestaba un poco.
Una cosa muy positiva es que no llovía, ni había previsión de que lo hiciera, lo que también garantizaba un poco más de comodidad que el caminar sobre barro y bajo agua y con los plásticos puestos.
La mañana amaneció fresca pero algo mas cálida que otros días. A las 8 de la mañana los 15 grados se me antojaban perfectos para caminar. Habiendome enfrentado ya a las dos etapas anteriores y habiendo salido malherido, pero victorioso de ambas, enfilaba el camino como algo que ya veía posible culminar.
Debéis tener en cuenta que había un punto psicológico muy negativo y que aún no os había comentado, y es que al ser una ruta contratada, siempre existía la posibilidad de tirar del autocar de grupo, para que te llevase al destino final de etapa sin ningún problema. Eso que la mayoría veis como un punto positivo, era todo lo contrario, pues si no existiese tal posibilidad tu cabeza se bloquea en llegar o llegar y no hay más opciones, yo SI tenía otra opción disponible, aunque claro, esa opción me llevaba a la más terrible de las vergüenzas y suponía mi pérdida de status como macho Alfa en mi relación con la triatleta.
Todos esos pensamientos me abordaban a cada paso, cuando de repente empezamos a subir las tremendas cuestas de las que hablaban ya desde tiempos inmemoriales en el Códice Calixtino.
Tirando de orgullo y dado que mis molestias en el pie eran grandes pero controlables, no me vine abajo y ataqué las subidas, como el Cid seguía cabalgando sobre Babieca una vez muerto.
Mi nuevo calzado estaba dándome una comodidad desconocida y empezamos a adelantar gente. Las subidas y bajadas en este tramo de la etapa eran muy fuertes y muy largas. Hablando con mi chica me dijo que era mejor no descansar durante las subidas, que si me encontraba mal bajábamos el ritmo, pero lo cierto es que no me encontraba mal, por lo que seguimos andando a un ritmo bueno.
Lo que peor seguía llevando eran las bajadas, sobre todo cuando eran largas y pronunciadas, pero con las zapatillas nuevas, también las bajadas se hacían más cómodas, y ya no necesitaba andar apoyándome en los bastones para suavizar el dolor de las ampollas en los pies.
Siendo esta etapa mucho más dura que las anteriores por los desniveles, sin embargo fue una de las que más disfruté del camino por ir mucho más cómodo que en las anteriores.
También planifiqué mucho mejor las paradas, haciendo todo el tiempo estiramientos, algo que aunque pueda parecer algo no demasiado importante, en mi resultó ser algo crucial que me permitía no acabar como Robocop al final de las etapas.
Una de las anécdotas mas divertidas de la etapa fue la de encontrarnos a un grupo de mugrosos perroflauters que iban con la casa a cuestas (una tienda de campaña) y con un burro. Según ellos también iban haciendo el camino (con el burro) y pedían una ayuda al tiempo que te daban un sello simbólico del camino. El arte de vivir sin dar palo al agua ilumina la mente de muchos seres humanos y viendo que el tema les arrojaba beneficios, nos comentaron que estaban planeando hacer un viaje Santiago – Roma llevando al burro con ellos.
Supongo que no se habrían lavado en lustros, porque las rastas, la mierda y el olor que desprendían tenían bouquet.
Ya llevábamos gran parte de la etapa hecha, cuando empecé a notar algo que no me gustaba nada. Mi rodilla izquierda estaba empezando a dolerme, sobre todo en las bajadas. No era nada preocupante pero estaba ahí, mas que un dolor, era una molestia. De todos modos pensé que mi cabeza, una vez tenía estabilizados los dolores de las ampollas, necesitaba tener otro punto del cuerpo controlado donde preocuparse.
Quedando unos 9 kms para el final de la etapa, paramos a tomar algo fresquito y a evacuar aguas (durante esta etapa superamos los 20º a partir de las 12) y si nos daba el sol hacía calorcito.
Al parar repasé mi rodilla y noté que crujía al moverla. Era un CLACK bastante desagradable, y aunque dolía, era soportable. Me engrasé la articulación con la pomada mágica y tras los estiramientos, disfruté de mi merecido Red Bull.
Durante esa parada tuve un pequeño encontronazo con un peregrino francés, pues estando yo esperando la cola para pedir en el chiringuito, venía apartando a todo el mundo con muy malos modos, porque su plato de macarrones estaba frío. Yo pienso que estamos aborregados, porque el vulgo en general permite ser pisoteado con alegría y disculpas hacia el agresor, pero yo no. Si hay algo que no permito son las faltas de educación ajenas, sobre todo cuando estoy yo implicado.
Cuando pasó por mi lado también me apartó porque me vino por detrás y no lo vi venir. Llegó a la barra y tiró con un gesto de desprecio su plato de macarrones que decía que estaba frío. En un plis y visto lo enfadado que venía, la camarera le pidió disculpas y le cambió su plato por otro humeante. El francés era un tipo de unos 40 años, muy alto (calculo que rondaría el 190) y con cuerpo de corredor, fuerte pero definido.
Con su plato cambiado ahora venía de vuelta, algo más contento que a la ida y también algo mas tranquilo. El momento de mi venganza fue al cruzarnos, pues lo hicimos justo en la puerta de entrada del garito que era muy estrecha, y aproveché mi grácil juego de piernas, para hacerle una discreta, pero efectiva zancadilla. Casi se fue de cabeza al suelo pues llevaba ambas manos sujetando el plato, aunque no fue penalti porque supo recomponerse bien tras el traspié. Como el chiringuito estaba petado y la cola era grande, no pudo reconocerme como autor material del castigo, que seguro supuso fortuito. Yo me lamenté de que no cayese del todo y acabara con la cara dentro del plato de macarrones, pero menos da una piedra, al menos mi karma interior se sentía en paz con el universo.
Lo cierto es que luego en ruta el tío era un máquina, porque aparte de ir a un ritmo bestial, es que además llevaba una mochila que parecía contener más cosas que el salón de un síndrome de diógenes. Nos habíamos visto varias veces durante la ruta adelantándonos mutuamente en varias ocasiones, pues al final te das cuenta de que te vas encontrando mas o menos con la misma gente durante la ruta de cada día.
Llegó el momento de encarar los últimos 9 kms y tras la parada y nada más comenzar a andar mi rodilla dijo “eh, que estoy aquí”. Ostias lo que me dolía. Al haber parado de andar se había enfriado y ahora no quería seguir haciendo su función articular, la muy puta.
Paré a dominarla, buscando los puntos de dolor para aplicar presión sobre ellos (un buen amigo osteópata me enseño que si presionas los puntos de dolor, en algunos tipos de lesiones se produce, tras el éxtasis inicial de dolor, un periodo de calma o anestesiamiento del mismo).
La estuve moviendo, girando, apretando y parecía que conseguia calmarla, pero una vez empezaba a andar, volvía a doler.
Mi chica me miró con lástima, como se mira a un perrito abandonado bajo la lluvia, desde un cristal del salón con chimenea y me dijo que si no podía seguir no había ningún problema, que llamábamos al transporte y me recogían, pues además estábamos pegados al chiringuito y tenía conexión a la carretera.
Por un momento mi cuerpo decidió parar. Se juntaron todos mis dolores físicos (ampollas, pies doloridos, músculos machacados y articulaciones rotas) todo ello unido al saber que todavía faltaban dos horas más de camino hasta el final de etapa.
A punto estuve de abandonar ahí mismo, mi mente me decía, bueno, no pasa nada, te recogen y te llevan hasta el hotel. Son sólo 9 kms, nadie va a decirte nada por abandonar y mañana puedes seguir la etapa de nuevo.
En tal dilema estaba cuando por el rabillo del ojo vi cómo se acercaba el gilipollas francés del encontronazo. Yo estaba sentado, con una mueca de dolor y el pasó a nuestro lado, me miró y miró a mi churri. Y se sonrió. Era una mueca de superioridad y se dirigió a ella con un “bien camigno” con ese deje francés mezcla de chulesco y amanerado.
Me levanté como un resorte y decidí morir de pie a vivir arrastrándome. Miré a mi chica y el dije:
-Vamos cariño, que no es nada. Sólo queda un tironcito, y retomé la senda tras el gabacho de los cojones.
Nos tocó un tramo plano, que me venía de cojones para recuperarme, y me di cuenta de que según andaba, el dolor se relajaba. Teníamos como referencia al franchute que iba delante nuestro y me propuse pasarle. En esos momentos visualizar el camino como una carrera, al menos, le daba un componente extra al asunto, que no me venía nada mal de cara a no pensar en lo que todavía quedaba por recorrer.
Mi chica se dio cuenta y me sonrío de manera cómplice. A por el pasó a ser el lema del momento y tiramos un poco mas fuerte.
Tras un par de kms recortando distancias, finalmente pudimos adelantarle a un ritmo casi de corredores de marcha, supongo que el tampoco quería ser adelantado, pero le dimos caza como un par de galgos a la nerviosa liebre.
Milagrosamente mi rodilla ya no me dolía, había conseguido no parar tras la pájara y encima el batallón español había doblegado al francés. Un win/win en toda regla.
Me daba un poco de miedo pensar en la rodilla, no mientras caminaba, sino cuando parase, sobre todo después de la tralla que le había dado estos últimos kilómetros.
Por fin llegamos a nuestro destino para comer. Ya había algunos de nuestro grupo y estaban llegando otros, por lo que comimos todos juntos. El camarero era un impresentable que en un primer momento no quería servirnos porque decía que era muy tarde. La verdad es que el mito de la hospitalidad gallega se despedazaba día a día, y más bien salía a relucir la hosquedad gallega.
Tal y como preveía, tras comer tenía la rodilla como un balón de balonmano e intentar moverla hacía que viese las estrellas del dolor. Con calma y cojeando llegué al hotel. Seguí el protocolo de siesta y reparación por la tarde. Al menos las ampollas ya no eran mi principal problema, pues entre las curas y las nuevas zapatillas, había conseguido eliminarlas.
La pregunta que me hacía antes de meterme en la cama era: ¿cómo estaría la rodilla mañana? Pero me puse a pensar que había terminado la rompepiernas con éxito, y eso me hizo dormir feliz.