Aunque no pude ir tan pronto como esperaba al gimnasio, me dio tiempo a hacer peso muerto BIEN. Compensé la falta de superseries acabando la sesión con un 2x20 agónico.
Al salir, una larga ducha y me puse una camisa que no vestía desde hacía meses. Me quedaba perfecta, en esa delgada línea que separa ir como un maniquí de ir como una morcilla. El cinturón me lo puse de adorno, me gusta mucho desabrochármelo a mitad de comida para dar espacio al estómago, pero me pareció excesivo tratándose de un buffet.
El restaurante en cuestión es el Shintori Teppanyaki de Valencia. Ubicado en los bajos del hotel Sorolla, frente al casino y el palacio de congresos.
Cuando llegué sólo había 2 mesas ocupadas. Cuando me fui estaba casi lleno.
La calidad del sushi es bastante aceptable, muy buena si tenemos en cuenta el bufé. Tiene plancha de esas que son casi espectáculo y los platos se piden como si fuera una carta, no hay carritos giratorios ni pantallas antiestornudos en la sección de ensaladas.
Primera comanda.
-Creo que con eso de momento va bien, luego puedo pedir más, ¿verdad?
-Chi, chi, claro, es bufé.
Angelico, si él hubiera sabido lo que le esperaba.
Mesa llena. Tardaron lo suficiente en traerla como para que el hambre afectase al humor. Me obligué a sonreír pensando en cuánto iba a comer.
Segunda comanda. Los camareros todavía sonríen.
Tercera comanda.
Enésima comanda, los tiempos entre plato y plato se espacian demasiado. Normalmente esto me quitaría el hambre, soy lento comiendo y me gusta llevar un ritmo constante. Pero ayer no, amigos, ayer estaba preparado y cada minuto sin bocado era un minuto en el que el peso muerto pesaba más en mis piernas. Y en mi estómago.
En vista de que al ir llenándose el restaurante tardaban más entre plato y plato, fui pidiendo más bandejas de sushi antes de que llegaran las siguientes.
-Dos más de sushi.
El camarero sacó su libretita, pero rauda y veloz se acercó la encargada y dijo:
-Sí, sí, ya sale, ya sale.
-Ah, muy bien, pues DOS MÁS.
Lo bueno de ser chino es que te puedes hacer el sueco y cuela siempre. Como me di cuenta de su estrategia, pedí PATO, una carne con un valor nutricional bastante bueno y sin lugar a confusiones.
Ya no había sonrisas.
La encargada había tomado el relevo al camarero raso en el servicio de mi mesa, trabajaba más para mí que para las mesas de grupos de 6, que estaban demasiado entretenidas con el vino blanco y haciendo fotos a sus diminutas raciones.
-Más sushi, por favor.
Iba ganando por goleada, era un paseo. La encargada sufría mucho, miraba al chef del sushi, que echaba humo y se secaba el sudor con una muñequera con la bandera de un país eterno rival de su lugar de nacimiento.
La estrategia de espaciar los tiempos estaba llegando a un punto ridículo, me quejé, protesté, me giraba y resoplaba, ya no había disimulo alguno por parte suya ni mía. Aquello era un duelo abierto y el ambiente jovial del resto de comensales sólo le complicaba más la tarea a mi rival, que quería echarme a patadas con sus endebles piernas.
Mi apetito crecía. Encima, pedí dos veces, por error, una bandeja de makis variados que llevaba varios con pepino. Esos pequeños bocados tenían un curioso efecto de AUMENTAR el apetito. Y como deben ser lo más barato de producir, los ponen generosamente, de modo que las esperas eran acompañadas de esas píldoras mágicas antisaciantes.
He de confesar, avergonzado, que al final me aburrí. Podría haber comido, sin exagerar, 20 piezas más de nigiri, que son bastante generosas en ese local. Pero llevaba 2 horas en el mismo sitio, el trasiego de gente entrando y saliendo hacía entrar una brisa fresca poco agradable y la hostilidad había dejado de ser novedosa y por lo tanto cansaba.
Pedí la cuenta y me fui para no volver. Aunque reconozco que la calidad/precio es muy buena, la lentitud del servicio lo tira todo por tierra. Llevad ahí a alguna golfa y quedaréis como señores, pero a mí no me convence.