Suscribo la práctica totalidad de las ideas vertidas hasta el momento en el hilo, que en su conjunto configuran una visión del mundo muy ajustada a la realidad. Visión tristemente desconocida por el grueso de la población masculina que para su desgracia se comportan como verdaderos autómatas programados por sus genes.
De todas las ideas expuestas hasta el momento por los participantes en el hilo, subrayaría cinco de ellas:
a) Toda mujer normal -y por normal se entiende no fea ni monstruosamente gorda- tiene en todo momento y situación decenas de pagafantas danzando a su alrededor en actitud solícita, servil y obsequiosa hacia ella. Esto debe ser así para compensar la actitud esquiva de las hembras hacia los machos que les impide tomar la iniciativa y para que de este modo dispongan de una buena base para escoger al macho donante del esperma que finalmente fertilizará sus valiosos óvulos.
b) Las mujeres no ligan, no necesitan hacerlo, simplemente se limitan a escoger, de entre todos los pagafantas que las merodean, a aquel que consideran más adecuado de cara a sus intereses; para ello el macho ha de competir con los machos rivales colmando de atenciones a la hembra si quiere tener al menos una remota posibilidad de que ésta le permita tener acceso a su coño. Lo más parecido a ligar que hacen las mujeres es lanzar alguna furtiva mirada, risita o similar muestra de especial interés hacia el macho, señales que la propia naturaleza de éste le capacita para detectar y que le impulsarán a ponerse raudo al servicio de la puta en cuestión. Naturalmente este sistema es altamente imperfecto y está sujeto a malas interpretaciones por parte de los machos y engaños por parte de las hembras para probar la reacción y actitud de los mismos, lo que habitualmente conduce a los machos a situaciones degradantes y de profunda humillación.
c) Como consecuencia de lo anterior sucede que unos pocos machos protagonizan la mayor parte de los acoplamientos, es decir: mientras que una pequeña proporción de la población masculina fornica con relativa asiduidad, la mayoría de los machos están relegados a la marginalidad sexual, a servir de peleles, de guiñapos para que el ego y la autoestima de las hembras a las que pagafantean suba hasta cotas insospechadas al ver como ellos se arrastran, humillan y pierden la dignidad, todo con el objetivo de obtener la mínima ración de coño que desesperadamente anhelan. Es un error buscar la culpa de esto en alguien, ni en las putas ni en los pagafantas, sino que únicamente es consecuencia de las frías e implacables leyes que gobiernan la naturaleza y determinan el comportamiento humano.
d) Para el macho fornicar es un fin en sí mismo, para la hembra es una herramienta para conseguir un fin: control mental del varón para que éste se amolde a sus requerimientos (tener hijos, comprarse un piso, hipotecarse, entrar por el aro con la familia de ella, etc.) para así arrastrarlo a su propio terreno (recordemos que matrimonio viene de madre, luego es el hábitat natural para la mujer, aquel donde se encuentra más cómoda, en su terreno, mientras que para el hombre es caer en un abismo insondable que supone su completa alienación y aniquilación total de su identidad). Cuando el macho no consiente en satisfacer sus demandas, la hembra le deniega el acceso a la mínima ración de coño que imperiosamente necesita el macho, comportamiento que jamás se da al contrario y que provoca que en pocos días el macho se dé cuenta de lo dependiente que es del coño y se vea en la obligación de capitular y transigir con las exigencias de la propietaria del mismo.
e) Las mujeres, por el simple hecho de haber nacido con coño, tienen la vida resuelta 'desde la cuna a la tumba': las mujeres siempre han gozado de una especial protección en el seno de las comunidades humanas, exacerbada actualmente con las eufemísticamente denominadas 'leyes de igualdad'; corrientemente salen de la protección de los padres a la protección del marido (lo que ellas entienden por 'independizarse' es ser mantenidas por un pagafantas). A partir de entonces será el pagafantas el que, movido por la imperiosa necesidad de fornicar que tiene y a cambio exclusivamente de una mínima ración de coño suministrada por la hembra de mala gana y como haciéndole un favor, se juegue la vida desempeñando trabajos a menudo peligrosos para que a su puta no le falte de nada y esté cómodamente con el coño sentado en casa. De realizar algún trabajo las mujeres siempre se encargarán de los más livianos rehuyendo los más duros y peligrosos, no porque no puedan hacerlo como erróneamente se suele afirmar, sino porque es conveniente que sea el pagafantas el que se juegue la vida si quiere coño, y porque ya invierten suficientes recursos energéticos en la reproducción.
Todo ello tiene su fundamento en una serie de hechos biológicos:
1. El hombre no es más que un animal que ha sufrido una hipertrofia de su cerebro: por lo tanto su comportamiento, conducta y actos se encuentran gobernados enteramente por instintos primarios que se encuentran alojados en regiones primitivas del cerebro que tienen la capacidad de bloquear el pensamiento racional: la sexualidad, la territorialidad, la competencia, el sentimiento de pertenencia a un grupo, la adhesión incondicional a líderes políticos, ideológicos, religiosos, etc., son variados y cotidianos ejemplos de dichos instintos que condicionan por completo la vida de las personas.
2. Fuerte asimetría de la función reproductora en la que la mayor carga recae sobre la hembra: gestación, amamantamiento y cuidados asociados de la prole. La hembra invierte en la reproducción muchos más recursos energéticos que el macho; los esfuerzos de éste por lo tanto se han de ver encaminados a una continua prospección en búsqueda de coños a los que inseminar; una vez que la propietaria del coño ha accedido a proporcionarle al macho al menos una mínima ración de coño, el macho ha de defender ese preciado recurso de otros machos rivales bien directamente por la fuerza (muchas veces instigados por ellas que son tan violentas como los machos pero, dado el importante papel que juegan en la reproducción, no se arriesgan a jugarse el tipo y usualmente emplean a los machos como herramientas para la consecución de sus intereses) o bien de forma indirecta proporcionando todos los recursos que su puta necesita para su manutención y la de su prole; para ello frecuentemente tendrá que jugarse la vida (trabajos peligrosos, enfrentamientos con machos rivales para defender a su puta, etc.) lo cual le acarrea el vivir bastantes menos años como promedio, pero que no tiene la menor importancia ya que:
3. Las hembras son mucho más valiosas que los machos: mientras que una mujer sólo puede tener un hijo al año (exceptuando partos múltiples), durante el mismo lapso de tiempo un hombre podría engendrar teóricamente cientos de descendientes siempre y cuando tuviera a su disposición un número equivalente de hembras. De ahí que la Naturaleza haya seleccionado a las hembras que presentaban un comportamiento más cauteloso (las mujeres están dispuestas a asumir muchos menos riesgos que los hombres) ya que son la pieza clave en la reproducción.
4. La Naturaleza ha condenado a los varones a ser simples títeres: los hilos son el cóctel hormonal que circula por su torrente sanguíneo y que condiciona su comportamiento; el titiritero es el gen o grupo de genes que controla y dirige la síntesis de dichas hormonas. La Naturaleza ha creado en los varones una necesidad imperiosa de fornicar, de tal forma que se ven impelidos por sus genes a colmar de atenciones a las hembras, a comportarse de forma solícita, servil y obsequiosa hacia ellas a cambio de la remota posibilidad de tener acceso a su coño.
5. Las mujeres obviamente no sienten esa necesidad imperiosa de fornicar que la Naturaleza ha creado en los varones, ya que de ser así esto sería una orgía constante, tal y como sucede con los maricones. Esto es necesario para compensar la estrategia esquiva que durante miles de generaciones la evolución ha generado en las hembras y que les permite escoger, de entre las hordas de pagafantas solícitos que danzan a su alrededor mendigando su necesaria razón de coño, al macho más adecuado de cara a sus intereses y los de su prole.
De todas las ideas expuestas hasta el momento por los participantes en el hilo, subrayaría cinco de ellas:
a) Toda mujer normal -y por normal se entiende no fea ni monstruosamente gorda- tiene en todo momento y situación decenas de pagafantas danzando a su alrededor en actitud solícita, servil y obsequiosa hacia ella. Esto debe ser así para compensar la actitud esquiva de las hembras hacia los machos que les impide tomar la iniciativa y para que de este modo dispongan de una buena base para escoger al macho donante del esperma que finalmente fertilizará sus valiosos óvulos.
b) Las mujeres no ligan, no necesitan hacerlo, simplemente se limitan a escoger, de entre todos los pagafantas que las merodean, a aquel que consideran más adecuado de cara a sus intereses; para ello el macho ha de competir con los machos rivales colmando de atenciones a la hembra si quiere tener al menos una remota posibilidad de que ésta le permita tener acceso a su coño. Lo más parecido a ligar que hacen las mujeres es lanzar alguna furtiva mirada, risita o similar muestra de especial interés hacia el macho, señales que la propia naturaleza de éste le capacita para detectar y que le impulsarán a ponerse raudo al servicio de la puta en cuestión. Naturalmente este sistema es altamente imperfecto y está sujeto a malas interpretaciones por parte de los machos y engaños por parte de las hembras para probar la reacción y actitud de los mismos, lo que habitualmente conduce a los machos a situaciones degradantes y de profunda humillación.
c) Como consecuencia de lo anterior sucede que unos pocos machos protagonizan la mayor parte de los acoplamientos, es decir: mientras que una pequeña proporción de la población masculina fornica con relativa asiduidad, la mayoría de los machos están relegados a la marginalidad sexual, a servir de peleles, de guiñapos para que el ego y la autoestima de las hembras a las que pagafantean suba hasta cotas insospechadas al ver como ellos se arrastran, humillan y pierden la dignidad, todo con el objetivo de obtener la mínima ración de coño que desesperadamente anhelan. Es un error buscar la culpa de esto en alguien, ni en las putas ni en los pagafantas, sino que únicamente es consecuencia de las frías e implacables leyes que gobiernan la naturaleza y determinan el comportamiento humano.
d) Para el macho fornicar es un fin en sí mismo, para la hembra es una herramienta para conseguir un fin: control mental del varón para que éste se amolde a sus requerimientos (tener hijos, comprarse un piso, hipotecarse, entrar por el aro con la familia de ella, etc.) para así arrastrarlo a su propio terreno (recordemos que matrimonio viene de madre, luego es el hábitat natural para la mujer, aquel donde se encuentra más cómoda, en su terreno, mientras que para el hombre es caer en un abismo insondable que supone su completa alienación y aniquilación total de su identidad). Cuando el macho no consiente en satisfacer sus demandas, la hembra le deniega el acceso a la mínima ración de coño que imperiosamente necesita el macho, comportamiento que jamás se da al contrario y que provoca que en pocos días el macho se dé cuenta de lo dependiente que es del coño y se vea en la obligación de capitular y transigir con las exigencias de la propietaria del mismo.
e) Las mujeres, por el simple hecho de haber nacido con coño, tienen la vida resuelta 'desde la cuna a la tumba': las mujeres siempre han gozado de una especial protección en el seno de las comunidades humanas, exacerbada actualmente con las eufemísticamente denominadas 'leyes de igualdad'; corrientemente salen de la protección de los padres a la protección del marido (lo que ellas entienden por 'independizarse' es ser mantenidas por un pagafantas). A partir de entonces será el pagafantas el que, movido por la imperiosa necesidad de fornicar que tiene y a cambio exclusivamente de una mínima ración de coño suministrada por la hembra de mala gana y como haciéndole un favor, se juegue la vida desempeñando trabajos a menudo peligrosos para que a su puta no le falte de nada y esté cómodamente con el coño sentado en casa. De realizar algún trabajo las mujeres siempre se encargarán de los más livianos rehuyendo los más duros y peligrosos, no porque no puedan hacerlo como erróneamente se suele afirmar, sino porque es conveniente que sea el pagafantas el que se juegue la vida si quiere coño, y porque ya invierten suficientes recursos energéticos en la reproducción.
Todo ello tiene su fundamento en una serie de hechos biológicos:
1. El hombre no es más que un animal que ha sufrido una hipertrofia de su cerebro: por lo tanto su comportamiento, conducta y actos se encuentran gobernados enteramente por instintos primarios que se encuentran alojados en regiones primitivas del cerebro que tienen la capacidad de bloquear el pensamiento racional: la sexualidad, la territorialidad, la competencia, el sentimiento de pertenencia a un grupo, la adhesión incondicional a líderes políticos, ideológicos, religiosos, etc., son variados y cotidianos ejemplos de dichos instintos que condicionan por completo la vida de las personas.
2. Fuerte asimetría de la función reproductora en la que la mayor carga recae sobre la hembra: gestación, amamantamiento y cuidados asociados de la prole. La hembra invierte en la reproducción muchos más recursos energéticos que el macho; los esfuerzos de éste por lo tanto se han de ver encaminados a una continua prospección en búsqueda de coños a los que inseminar; una vez que la propietaria del coño ha accedido a proporcionarle al macho al menos una mínima ración de coño, el macho ha de defender ese preciado recurso de otros machos rivales bien directamente por la fuerza (muchas veces instigados por ellas que son tan violentas como los machos pero, dado el importante papel que juegan en la reproducción, no se arriesgan a jugarse el tipo y usualmente emplean a los machos como herramientas para la consecución de sus intereses) o bien de forma indirecta proporcionando todos los recursos que su puta necesita para su manutención y la de su prole; para ello frecuentemente tendrá que jugarse la vida (trabajos peligrosos, enfrentamientos con machos rivales para defender a su puta, etc.) lo cual le acarrea el vivir bastantes menos años como promedio, pero que no tiene la menor importancia ya que:
3. Las hembras son mucho más valiosas que los machos: mientras que una mujer sólo puede tener un hijo al año (exceptuando partos múltiples), durante el mismo lapso de tiempo un hombre podría engendrar teóricamente cientos de descendientes siempre y cuando tuviera a su disposición un número equivalente de hembras. De ahí que la Naturaleza haya seleccionado a las hembras que presentaban un comportamiento más cauteloso (las mujeres están dispuestas a asumir muchos menos riesgos que los hombres) ya que son la pieza clave en la reproducción.
4. La Naturaleza ha condenado a los varones a ser simples títeres: los hilos son el cóctel hormonal que circula por su torrente sanguíneo y que condiciona su comportamiento; el titiritero es el gen o grupo de genes que controla y dirige la síntesis de dichas hormonas. La Naturaleza ha creado en los varones una necesidad imperiosa de fornicar, de tal forma que se ven impelidos por sus genes a colmar de atenciones a las hembras, a comportarse de forma solícita, servil y obsequiosa hacia ellas a cambio de la remota posibilidad de tener acceso a su coño.
5. Las mujeres obviamente no sienten esa necesidad imperiosa de fornicar que la Naturaleza ha creado en los varones, ya que de ser así esto sería una orgía constante, tal y como sucede con los maricones. Esto es necesario para compensar la estrategia esquiva que durante miles de generaciones la evolución ha generado en las hembras y que les permite escoger, de entre las hordas de pagafantas solícitos que danzan a su alrededor mendigando su necesaria razón de coño, al macho más adecuado de cara a sus intereses y los de su prole.