Siguiendo en mi línea de vindicación de figuras históricas lapidadas por la mala prensa, he aquí que hablaré del injustamente maltratado Fray Tomás de Torquemada, Gran Inquisidor que hoy en día hace más falta que nunca. Las cifras cantan, la Inquisición de otros países infieles y protestantes (Alemania, Suiza) fue mucho peor, pero a nosotros nos dieron la mala prensa, un error histórico que ha de repararse en loa de Fray Torquemada, el Rey y nuestro Señor. Un hombre de oficio, implacable y duro como merecían ser aquellos tiempos implacables y duros y que hizo tanto bien a nuestra Patria, en aquellos momentos incipiente Imperio a las órdenes de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos de tan honda memoria.
Magnífico óleo de Berruguete que ilustra a la perfección la magna festividad del Auto de Fe en que Fray Torquemada era un ilustre experto.
Una de las figuras más vinculadas con la Inquisición es, sin duda, Tomás de Torquemada, hombre nacido en el seno de una familia nobiliaria al ser hijo del señor de Torquemada y sobrino del cardenal Juan de Torquemada. Como muchos segundones procedentes de familias hidalgas, Tomás decidió ingresar en la Orden de los Dominicos en el convento de San Pablo de Valladolid para posteriormente pasar al de Santa Cruz de Segovia donde alcanzó el cargo de prior. Como confesor de Hernán Núñez de Arnalt, secretario y tesorero de los Reyes Católicos, se puso en contacto con Isabel y Fernando, obteniendo el cargo de confesor real. Su intachable carrera motivará su nombramiento como Inquisidor General de Castilla (2 de agosto de 1482) y de Aragón, Cataluña y Valencia (17 de octubre de 1482) con el objetivo de finalizar con el desorden provocado por sus antecesores en el cargo, Murillo y San Martín. La Inquisición había sido establecida en Castilla como respuesta al grave problema provocado por conversos, judíos y herejes, quedando bajo el directo control de la Corona, quien tenía derecho al nombramiento de inquisidores. Su funcionamiento se fecha en 1480, siendo Torquemada el encargado de la reorganización y centralización de la institución. Para ello eligió a los jurisconsultos Tristán de Medina y Juan Gutiérrez de Chaves con el fin de redactar las Instrucciones u Ordenanzas, que fueron aprobadas en 1484. Gracias a estas instrucciones, se establecían tribunales del Santo Oficio en Ciudad Real, Sevilla, Jaén y Córdoba, lo que demuestra que el centro del problema estaba en la zona meridional de la península. Fray Tomás fue uno de los más firmes defensores de la expulsión de los judíos de España, animando a los Reyes Católicos a la firma del polémico decreto (marzo de 1492) que obligaba a la marcha de la importante comunidad sefardí de la península, creando un nuevo conflicto con los conversos que se quedaron. Quizá tocado por contundentes estas medidas, que no dejaron de tener detractores entre los poderosos miembros de la comunidad económica, Torquemada decidió retirarse al convento de Santo Tomás de Avila, renunciando insistentemente a las ofertas de los Reyes Católicos para que ocupara los arzobispados de Sevilla y Toledo. En dicho convento fallecía el 16 de septiembre de 1498, labrándose una ambigua imagen al ser tachado de arquetipo de virtudes para sus defensores mientras que sus detractores le consideran una de las figuras más sanguinarias de la historia de España.
Magnífico óleo de Berruguete que ilustra a la perfección la magna festividad del Auto de Fe en que Fray Torquemada era un ilustre experto.
Una de las figuras más vinculadas con la Inquisición es, sin duda, Tomás de Torquemada, hombre nacido en el seno de una familia nobiliaria al ser hijo del señor de Torquemada y sobrino del cardenal Juan de Torquemada. Como muchos segundones procedentes de familias hidalgas, Tomás decidió ingresar en la Orden de los Dominicos en el convento de San Pablo de Valladolid para posteriormente pasar al de Santa Cruz de Segovia donde alcanzó el cargo de prior. Como confesor de Hernán Núñez de Arnalt, secretario y tesorero de los Reyes Católicos, se puso en contacto con Isabel y Fernando, obteniendo el cargo de confesor real. Su intachable carrera motivará su nombramiento como Inquisidor General de Castilla (2 de agosto de 1482) y de Aragón, Cataluña y Valencia (17 de octubre de 1482) con el objetivo de finalizar con el desorden provocado por sus antecesores en el cargo, Murillo y San Martín. La Inquisición había sido establecida en Castilla como respuesta al grave problema provocado por conversos, judíos y herejes, quedando bajo el directo control de la Corona, quien tenía derecho al nombramiento de inquisidores. Su funcionamiento se fecha en 1480, siendo Torquemada el encargado de la reorganización y centralización de la institución. Para ello eligió a los jurisconsultos Tristán de Medina y Juan Gutiérrez de Chaves con el fin de redactar las Instrucciones u Ordenanzas, que fueron aprobadas en 1484. Gracias a estas instrucciones, se establecían tribunales del Santo Oficio en Ciudad Real, Sevilla, Jaén y Córdoba, lo que demuestra que el centro del problema estaba en la zona meridional de la península. Fray Tomás fue uno de los más firmes defensores de la expulsión de los judíos de España, animando a los Reyes Católicos a la firma del polémico decreto (marzo de 1492) que obligaba a la marcha de la importante comunidad sefardí de la península, creando un nuevo conflicto con los conversos que se quedaron. Quizá tocado por contundentes estas medidas, que no dejaron de tener detractores entre los poderosos miembros de la comunidad económica, Torquemada decidió retirarse al convento de Santo Tomás de Avila, renunciando insistentemente a las ofertas de los Reyes Católicos para que ocupara los arzobispados de Sevilla y Toledo. En dicho convento fallecía el 16 de septiembre de 1498, labrándose una ambigua imagen al ser tachado de arquetipo de virtudes para sus defensores mientras que sus detractores le consideran una de las figuras más sanguinarias de la historia de España.