Una cosa que me ha recriminado los pocos que conocen esa faceta mía es que rayo coches.
No recuerdo cuándo empecé con esta conducta; quizá fuera un día que se me cruzaron los cables, quizá un día que alguien aparcó pegado a mi coche y tuve que pasar tan justito que rocé al otro vehículo con la llave, pero sé que a partir de ahí empezó mi patrón de dejar bonita marcas longitudinales en puertas y laterales de vehículos ajenos.
Quizá para convencerme de que no es tan moralmente reprobable, lo barnizo con un pequeño toque justiciero: solo se lo hago a la gente que me toca los cojones de forma directa con el coche. Generalmente el imbécil que teniendo sitio aparca tan pegado a ti que no puedes abrir la puerta, otras veces al imbécil que lo ves a milímetros de tu parachoques y sabes que ha entrado "a empujones" en un hueco donde no cabía; seguro que todos sabemos esas situaciones.
El caso que mejor recuerdo fue tener que acercarme un día a una universidad cercana, todos en cola religiosa para el carril de entrada y el típico listo macarra, con un Golf viejo tuneado en color "fairy con purpurina", que viene follado por el otro carril y me mete el morro en un hueco donde no cabía, teniendo yo que dar un volantazo y un frenazo que casi me dejo los dientes en el parachoques. Al pitarle me hizo una peineta, lo cual desató mi road rage a niveles atómicos, pero el cabrón se la hizo a dos o tres más y solo pude seguirle a dos o tres coches de distancia, ya dentro del campus. Casualidad, karma o lo que sea aparcó en el mismo aparcamiento donde yo aparqué, a un par de filas de distancia, y salió confiado con su flequillo cenicero y su macarrismo, sin saber lo que el futuro le depararía de parte de un personaje anodino para él. Acabé mis trámites académicos, me pasé por el club social más cercano, cogí una chapa de botellín de heineken, y al cruzar por el aparcamiento entre las filas, la utilicé para pasar con disimulo por el lado del conductor y hacerle dos bonitas rayas desde la aleta trasera a la aleta delantera, con mimo y dedicación, clavando hasta la chapa y notando como la pintura salía en dos filigranas dejando dos surcos bien marcados y bien profundos. Me monté en mi coche, y salí tranquilamente con una enorme sonrisa de satisfacción.
Cuando tengo un mal día abro el cajón de arriba de mi tajo, y de la bandeja cojo esa chapa de Heineken, acaricio las aristas aún afiladas, cierro los ojos y todavía puedo recordar el sonido de ññiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii que hizo en el lateral de aquel macarra. Y ese gesto suele alegrarme la mañana.