Tu mensaje se ha limitado a decir que soy una ambiciosa y busco que un hombre me mantenga. Llevo desde los 19 años trabajando prácticamente sin interrupciones y ningún hombre me ha mantenido ni pagado nada. Ni siquiera mi propio padre, pues me pago mis estudios también.
Pero aunque lo fuera, aunque fuera una mantenida y una interesada de mierda, no quitaría que la mitad de los hombres de 30 y 40 años estáis castrados, que sois infantiles, cómodos, poco sufridos y débiles mental y físicamente.
A partir de los 40 la cosa mejora o directamente se pasa a la sección de ancianos?
Lo que dice usted es una rotunda verdad que no afecta solo a los hombres sino a la sociedad en general.
Hace mucho que se ha querido alargar la adolescencia hasta el infinito creando una suerte de niños con el bolsillo de adultos, es decir, gente con pasta dispuesta a gastarlo en chorradas y a comportarse como imbéciles.
Mi generación, la famosa generación de los 80 que tanto mola a la internec, es una puta mierda pinchada en un palo; estudios hasta los 16 seguro y de ahí a alargarlos indefinidamente. Los padres, muy sufridos, pagan todo porque quieren que sus hijitos tengan un futuro de trabajar en algo poco irritante y de mucho beneficio.
Ni mili, ni saber mantener una casa ni saber nada que no le haya venido dado.
Leer? Es mucho esfuerzo, ya me veré la peli o ahora hay audiolibros, el caso es no esforzarse.
Todo lo delegamos en terceros, tal es nuestra incompetencia. Hasta piden la compra para que se la traigan.
Si pierdo mi trabajo potentado o no encuentro "de lo mío" lloro hasta que me jodo los lagrimales pero ni se me ocurre rebajarme a buscar cualquier otra cosa.
Hijos? No, qué agobio. Somos la generación perro. Todas las zonas de ensanche, colonizadas por imbéciles de los 80, tienen perro porque en el fondo necesitan cuidar de algo pero un hijo les parece que les quita libertad, esa libertad que exprimen en ver series y salir de fiesta. El perro se puede quedar solo en casa y duran 1/5 de la vida de un adulto.
Y los que se deciden a tener hijos es algo tenebroso. Confunden el amor que hay que dar a un crío con darle cosas. Una avalancha de cosas, todo a su alcance desde que ha nacido. Si tiene problemas al psicólogo, o a yoga, campamentos urbanos y al cole en coche.
Y todo este compendio de seres abyectos, infantiles y sensibles es por haber crecido en la abundancia. Si, señores, en la abundancia. Que hasta yo que miré a los ojos de la pobreza, he comido todos los días. Nos hace gracia recordar lo cutre que era la gente en nuestra infancia, fumando en el médico o conduciendo sin cinturón, pero crecimos en la abundancia. A ver quién no se llevaba un bocata al recreo o a quién no le esperaba un plato caliente de comida al llegar a casa.
En nuestra infancia no hubo guerra ni posguerra, no se agudizó nuestro ingenio porque no lo necesitamos y así nos hemos quedado, anquilosados, a verlas venir.
Miro a mi alrededor y odio a todo el mundo, y a mí mismo, que ni cojones tenemos para ahorcarnos, que es lo que teníamos que haber hecho en cuanto nos dimos cuenta que si un día fuese necesario no sabríamos hacer un fuego.