Britpop rebuznó:
cuando llegas al fallo en la última repetición se te pone SÍ o SÍ la misma cara que cuando estás estreñido y aprietas con todo en el váter. Y claro, una cara así raramente la va a poner una tía, que para ellas entrenar es darse un paseo.
Yo no sé cómo es la cara del fallo. Nadie debería saberlo.
Solo sé que cuando eso ocurre, retrocedes en el movimiento con el peso en los hombros, perdiendo la dignidad en la postura y es entonces, mientras te desplomas, cuando te preguntas si vas a sobrevivir y si volverás a ser feliz algún día.
Para cuando has llegado a una pesimista conclusión, la barra te engancha de los pelos del cogote, una maniobra sin duda de lo más miserable, y te lanza hacia el otro lado haciéndote rodar por el suelo torpemente de la forma más fúnebre y afrancesada. Para cuando crees que todo ha acabado, el estruendo que has generado retumba en toda la sala y es cuando observas a la gente mirando de un lado a otro, presa del pánico, totalmente convencida de que el azote de un terrible terremoto o la mortífera ola de un tsunami procedente del océano índico se ha cebado con el edificio.
Huyen despavoridos y se quedan encajados en la puerta giratoria de salida lanzándose reproches y demás juramentos groseros y malsonantes, maldiciendo su temprana muerte.
Yo de verdad no sé qué clase de gimnasios frecuentáis , donde la totalidad del público masculino hace gala de unos valores deportivos y una profesionalidad en lo que hace, incomparables.
Al margen de todo esto. ¿Es la mujer una desgracia para el género humano? No veo evidencias claras, tan solo pruebas circunstanciales.
¿Lo es el hombre? Rotundamente, sí.
Y procedo;
¿Hay un ser más irracional que el hombre? Humanos que exponen una y otra vez alegatos llenos de odio y rencor, inquisitoriales cuando menos, para, acto seguido volver a buscar compañía femenina perdiendo cualquier atisbo de credibilidad?
No es acaso su pene, yugo que asfixia, apéndice embrutecedor?
Aristóteles al menos, cuando golpeaba enfurecido la naturaleza del sexo femenino, era consecuente y rara vez se rodeaba de mujeres. Respetaba sus propios pilares ideológicos, creía en lo que decía y actuaba en consecuencia. Podíamos compartir o no su opinión, pero era un hombre respetable.
¿Qué tenemos ahora?
Al hombre del siglo XXI. Un hombre que en público se alza jubiloso, pero que en la intimidad de su cuarto, oculto a las miradas, emite plañidos desesperados llenos de dolor, buscando la consecución de sus anhelos, que no es más que una mujer que lo esclavice.
En su fuero más interno, lo desea, y cuando los placeres mundanos, tales como el sexo, se apoderan del raciocinio del hombre, lo que queda es un bárbaro desbocado, un ser dañino para la humanidad que critica sin fundamento a las mujeres en su totalidad, pero siempre viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
El círculo del hombre moderno se cierra en la insistente caza del conejo blanco y cuando éste se resiste, suelta arcabuzazos destrozando el bosque. Está en su naturaleza destruir todo.