Ya te lo digo yo... Aburrirse.
Cierto. El alcohol regula la percepción de la gravedad de la vida. Bebiendo los problemas se ponen a su tamaño. Es sin alcohol cuando el ser humano enferma y hace un drama sobre cualquier cosa.
El alcohol es un depresor del SNS central, y la inhibición del etanol de sistema nervioso comienza por los estratos superiores (razonamiento, modales, habla). Va tirando esas capas de comportamientos adquiridos, ese “contrato social” que es cómo comportarse en público; derriba esas murallas, a mayor alcohol mayor derribo.
Luego viene la inhibición motora, donde te mueves con dificultad o incluso dejas de moverte, después la inhibición de consciencia, luego la inhibición del centro respiratorio y por último: la muerte; bien porque llegas a un nivel de hipoxia en los tejidos irreversible o bien porque sabes que si sobrevives tu mujer va a reñirte tanto y tan jodido que optas por morir ahogado entre vómitos y sueños rotos, que es como pensaba que moriría cuando vivía en Madrid. Ahora no, tengo demasiado miedo de mi mujer hasta para morirme. Mi mujer es el hombre de la casa, porque yo soy como un milenial, la última mierda.
El caso es que a mí me relaja. Y si estoy con gente, me anima. Ya te digo, los primeros sistemas que tumba son los de los pactos socialmente aceptados, de repente ya no sientes esa presión, esa angustia de tener que parecer alguien a ojos del mundo. Y eso te lleva a un lugar más confortable, sin duda.
El abuso del alcohol no es la causa de la precariedad emocional, es la consecuencia. Si tienes una vida muy alejada de tus expectativas, el brazo de sujetar la birra te exije evadirte, desconectar, alejarte del sufrimiento un rato.