stavroguin 11
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Dejando aparte laVoy a jugar a especular sin conocerte de nada por lo que se traduce de tu personalidad virtual.
Stavyogurín es un tío sólido, sólido, pisando un suelo sólido, sólido. Ha construido una vida con un trabajo serio, serio, gustos y aficiones que son de lo más sofisticado de la cultura occidental. Sabe lo que es el buen gusto, porque sus actos lo buscan a diario; mejor dicho, son de buen gusto sin apenas proponérselo. Pero mientras él es sólido, sólido, el mundo circundante es puro cambio; y no es un cambio azaroso en el cual unas veces se gana y otras se pierde, es un cambio que parece conjurado contra él y contra su solidez, que cada vez tiene menos anclajes en la realidad. Aparte de cambio podríamos llamarlo con un nombre más preciso: decadencia. Sus exquisitos modales, sus buenas decisiones a la hora de vestirse parecen importarle cada vez menos al mundo, su imagen es cada vez más irrelevante, más desagradable. Pero él se aferra a sí mismo, está orgulloso de este pedazo de materia sólida, sólida que ha construido él mismo sin ayuda de nadie. Ha llegado a un punto que es el fin de partida porque no es capaz de dar marcha atrás, ni siquiera se acuerda de cómo se hacía. El mundo circundante que nunca es capaz de estarse quieto le está empezando a provocar irritaciones por la fricción, ahora mismo apenas son unos cuantos roces en la epidermis, pero sabe que va a acabar con él, le va a disolver por completo hasta que no quede nada. Porque ya es muy tarde para establecer una relación con otro ser humano que esté fundamentada en un plano más básico, menos intermediada por códigos sociales. Porque se ve incapaz de darse la oportunidad de no ser elegante, de confesar un gusto hortera, una bajeza espiritual. Porque tiene completamente definido lo que es y aquello que jamás podría ser. Porque como los antihéroes de sus novelas considera que la trama es sólida, sólida, es evidente: una narrativa coherente consigo misma, maldita, bella, sabe desde hace mucho tiempo dónde va el punto y final de esta historia.
Dejando aparte lo de la elegancia de modales y en el vestir, que no he tenido nunca, si que me resulta ridícula la gente que prostituye su manera de ser para ser aceptado. Aunque me pusieran a todas las huríes del paraíso en fila para ser penetradas por mi pollón, no iría por la vida con las gilipolleces de tatuajes y cuervitos del barbas de la foto.Voy a jugar a especular sin conocerte de nada por lo que se traduce de tu personalidad virtual.
Stavyogurín es un tío sólido, sólido, pisando un suelo sólido, sólido. Ha construido una vida con un trabajo serio, serio, gustos y aficiones que son de lo más sofisticado de la cultura occidental. Sabe lo que es el buen gusto, porque sus actos lo buscan a diario; mejor dicho, son de buen gusto sin apenas proponérselo. Pero mientras él es sólido, sólido, el mundo circundante es puro cambio; y no es un cambio azaroso en el cual unas veces se gana y otras se pierde, es un cambio que parece conjurado contra él y contra su solidez, que cada vez tiene menos anclajes en la realidad. Aparte de cambio podríamos llamarlo con un nombre más preciso: decadencia. Sus exquisitos modales, sus buenas decisiones a la hora de vestirse parecen importarle cada vez menos al mundo, su imagen es cada vez más irrelevante, más desagradable. Pero él se aferra a sí mismo, está orgulloso de este pedazo de materia sólida, sólida que ha construido él mismo sin ayuda de nadie. Ha llegado a un punto que es el fin de partida porque no es capaz de dar marcha atrás, ni siquiera se acuerda de cómo se hacía. El mundo circundante que nunca es capaz de estarse quieto le está empezando a provocar irritaciones por la fricción, ahora mismo apenas son unos cuantos roces en la epidermis, pero sabe que va a acabar con él, le va a disolver por completo hasta que no quede nada. Porque ya es muy tarde para establecer una relación con otro ser humano que esté fundamentada en un plano más básico, menos intermediada por códigos sociales. Porque se ve incapaz de darse la oportunidad de no ser elegante, de confesar un gusto hortera, una bajeza espiritual. Porque tiene completamente definido lo que es y aquello que jamás podría ser. Porque como los antihéroes de sus novelas considera que la trama es sólida, sólida, es evidente: una narrativa coherente consigo misma, maldita, bella, sabe desde hace mucho tiempo dónde va el punto y final de esta historia.
En resumen, del mundo y la sociedad me interesa lo que puedo obtener a precio aceptable sin dejarme jirones de dignidad por las ramas. Ahora quiero sexo de cierta calidad, y parece que no estamos precisamente en época de ofertas.