stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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En el hostil y deprimente mundo de la realidad virtual coñocrática, obsesivamente alimentado desde el cine, las leyes, educación y prensa, pocas son las armas de las que dispone el solitario varón que no alcanza ese exiguo 5% de dinero-ciclaje-chulería imprescindible para ser considerado simplemente humano por la piara de zorras que pululan por nuestras calles, ciegamente guiadas por sus hormonas a la caza de la mejor pieza. Y si uno no dispone de un metafórico grupo salvaje "Curro Jimenez style" que le haga justicia, corre el riesgo que que los ninguneos y menosprecios que tiene que sufrir en el día a día le amarguen considerablemente la existencia, a no ser que goce de una capacidad de abstracción más digna de un santón hindú o de un anacoreta encimado en columna que de un sufrido y mediocre ciudadano de a pie. Y ya no hablo de follar, que a determinadas edades uno ya sabe lo que (no) va a encontrar en el mercado. Es decir, que en defensa de nuestro orgullo peleamos solos, con armas exiguas y mal vistas.
Hace tiempo os hablaba de la brutalidad jerárquica que utilizo de vez en cuando con las yolovalguistas hospitalarias. Tiene el inconveniente de que sólo vale para el ambiente laboral. Y además, uno no tiene el cuerpo para comportarse como un energúmeno lobotomizado un día sí y al siguiente también.
Exprimiendo mi castigada masa neuronal en declive, me di cuenta de que la primacía femenina se perpetúa porque manejan mejor que nosotros determinadas capacidades: hipocresía, disimulo, egoísmo, tribalismo borrego, soberbia, prepotencia...
Pero hay algo que no soportan: la frialdad.
Es decir, cuando se les aplica a ellas.
Una mujer no tolera el ninguneo, el frío desprecio, el tono de voz cortante, la mirada indiferente, la nula conversación, la falta de saludo, la ausencia de miradas. Alguien les aplica su propia medicina y no son capaces de creérselo, eso no estaba en el guión, las normas las ponían ellas...
Elegid a una yolovalgo de vuestro entorno al azar: haced memoria de los desprecios implícitos y explícitos que os ha hecho. Siempre habéis sentido que el mango de la sartén estaba de su lado. Pero sólo porque vosotros poníais el puto aceite. Ahora aplicadle el tratamiento anterior unas cuantas semanas: negadle el pan y la sal, cosificadla en vuestra mente, convertidla en un atrezzo sin mayor interés....y mostraos encantadores con otras personas en su presencia.
Os garantizo que antes o después, un día os sorprenderá con un saludo humilde e incluso dedicándoos una sonrisa servil.
Un día me apercibí de que cometía dos errores circulando por la vida: mirar empáticamente a la cara de las mujeres y hacer el gesto cuasiinconsciente de cederles el paso. Resultado: un millón y medio de mohínes de soberbia, desprecio, prepotencia y saludos no devueltos. Ahora voy por la calle o por mi lugar de trabajo con la barbilla erguida y el gesto adusto, sin mirar a nadie ni saludar nunca el primero. Si veo alguna que se me enfrenta a rumbo de colisión, jamás cambio de trayectoria: suelen apartarse (son cobardes y aunque finjan que no te ven saben muy bien por donde vas) y a veces no lo hacen y se llevan un buen golpe: en este segundo caso también acostumbran a callarse, y si protestan me pongo en modo "brutalidad on", y entonces de dan cuenta de que están solas: casi nadie quiere problemas con un cafre corpulento y malencarado como un servidor.
Con cada gesto de interés, sumisión o amabilidad que le dediques a una mujer, estás arrojando una palada de tierra a la tumba que va a sepultarte vivo. Estás poniendo gasolina a un Terminator de crueldad y soberbia. Dando de comer al cuervo que te arrancará los ojos. Prestándole el puñal a Bruto. Poniendo la cabeza en el tajo. Cortándote las venas en un baño caliente. Abriéndole la ventana a Nosferatu. Alimentando Gremlins después de las doce. Llamando a gritos a mister Hyde....
No creéis los monstruos que pueden destruiros. Acordaos del pobre doctor Frankenstein.
Hace tiempo os hablaba de la brutalidad jerárquica que utilizo de vez en cuando con las yolovalguistas hospitalarias. Tiene el inconveniente de que sólo vale para el ambiente laboral. Y además, uno no tiene el cuerpo para comportarse como un energúmeno lobotomizado un día sí y al siguiente también.
Exprimiendo mi castigada masa neuronal en declive, me di cuenta de que la primacía femenina se perpetúa porque manejan mejor que nosotros determinadas capacidades: hipocresía, disimulo, egoísmo, tribalismo borrego, soberbia, prepotencia...
Pero hay algo que no soportan: la frialdad.
Es decir, cuando se les aplica a ellas.
Una mujer no tolera el ninguneo, el frío desprecio, el tono de voz cortante, la mirada indiferente, la nula conversación, la falta de saludo, la ausencia de miradas. Alguien les aplica su propia medicina y no son capaces de creérselo, eso no estaba en el guión, las normas las ponían ellas...
Elegid a una yolovalgo de vuestro entorno al azar: haced memoria de los desprecios implícitos y explícitos que os ha hecho. Siempre habéis sentido que el mango de la sartén estaba de su lado. Pero sólo porque vosotros poníais el puto aceite. Ahora aplicadle el tratamiento anterior unas cuantas semanas: negadle el pan y la sal, cosificadla en vuestra mente, convertidla en un atrezzo sin mayor interés....y mostraos encantadores con otras personas en su presencia.
Os garantizo que antes o después, un día os sorprenderá con un saludo humilde e incluso dedicándoos una sonrisa servil.
Un día me apercibí de que cometía dos errores circulando por la vida: mirar empáticamente a la cara de las mujeres y hacer el gesto cuasiinconsciente de cederles el paso. Resultado: un millón y medio de mohínes de soberbia, desprecio, prepotencia y saludos no devueltos. Ahora voy por la calle o por mi lugar de trabajo con la barbilla erguida y el gesto adusto, sin mirar a nadie ni saludar nunca el primero. Si veo alguna que se me enfrenta a rumbo de colisión, jamás cambio de trayectoria: suelen apartarse (son cobardes y aunque finjan que no te ven saben muy bien por donde vas) y a veces no lo hacen y se llevan un buen golpe: en este segundo caso también acostumbran a callarse, y si protestan me pongo en modo "brutalidad on", y entonces de dan cuenta de que están solas: casi nadie quiere problemas con un cafre corpulento y malencarado como un servidor.
Con cada gesto de interés, sumisión o amabilidad que le dediques a una mujer, estás arrojando una palada de tierra a la tumba que va a sepultarte vivo. Estás poniendo gasolina a un Terminator de crueldad y soberbia. Dando de comer al cuervo que te arrancará los ojos. Prestándole el puñal a Bruto. Poniendo la cabeza en el tajo. Cortándote las venas en un baño caliente. Abriéndole la ventana a Nosferatu. Alimentando Gremlins después de las doce. Llamando a gritos a mister Hyde....
No creéis los monstruos que pueden destruiros. Acordaos del pobre doctor Frankenstein.