El otro día recordé una historia que ocurrió en mi barrio natal hace unos 25 años. La cuento por si es de aplicación, que creo que sí, y luego os invito a hacer una reflexión.
Resulta que por el barrio pululaba una tronca, que para entonces tenía unos 35 tacos. Solía caer de vez en cuando por allí por casa de su madre, después de algún periplo por Madric o sepa usted donde. Uno de mis colegas se la había quitado ya de encima, pues era la típica pegajosa que daba asquito, fea de cojones y parece que con ganas de fiesta.
Un dia se dejó caer por la zona más alejada de mi calle, por donde estaban los más quinquis, y aquí la historia es ya surrealista. Para hacer unas risas se fueron a jugar al escondite, sí, al escondite con esas edades, unos chavales de la zona con la tipa. Salieron a un colegio cercano a unas vías del tren, donde había una zona de huertecillas y pequeñas lomas con escaso arbolado.
Y allí se fueron una docena de chavales, de variadas edades, a jugar al escondite con la chica aquella. Como era de esperar, mientras unos se escondían con vistas a la jugada, un par de ellos, los más quinquis, se la empezaron a frungir, pero además por todos los buratos. El tema es que incluso después de terminar, la tía incluso pedía el beso de despedida, que uno rechazó gallardamente con la frase "Después de comerle la polla a Manolo, te voy a dar un beso, puta".
Pues la cosa siguió así, denuncia ante comisaría de los doce que fueron a jugar al escondite con la chica. Incluso menores. Fue tema de conversación en el Barrio durante semanas...
En aquél momento, y gracias a los testimonios, en poco quedó la cosa. Y desde luego absueltos los que no participaron directamente.
Pero hoy día, ya no lo tengo claro.