Libros Ladrillos de nuestra vida (Fragmentos memorables y relatos breves)

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"Gracias a un sistema de creciente maldad deseaba el mal del prójimo y se lo deseaba ardientemente. Cuando podía contribuir a él, hacíalo con placer. Violette era francamente envidioso, pero en todas sus tretas manteníase siempre dentro de los límites de la legalidad, ni más ni menos como una oposición parlamentaria; creía que su fortuna dependía de la ruina de los otros, y cuantos encontrábanse por encima de él teníalos por enemigos, contra los que todos los medios eran buenos. Semejante carácter suele ser corriente entre los campesinos."

Benito Pérez Galdós - Lo prohibido
 
Hubo un anuncio de chaquetas de piel rusas; primero veías a los animalitos, y luego cómo los desollaban. Luego vino un anuncio de campaña: una larga playa blanca, el mar tranquilo, el Presidente y su perro, Luchador por la Libertad, corriendo por la arena; un cantante folk cantaba a la alegría de las mañanas americanas. Naturalmente, no eran ni el Presidente ni su perro; ambos eran actores. El Presidente, cuando salía, siempre estaba rodeado por una falange de agentes del servicio secreto.

Jack Womack, "Ambiente"
 
DON JUAN

Sentía sus ondas largas y vibrantes tocar mi cuerpo y envolverlo, entrar en él y encender algo dentro de mí, algo que empezó a arder, a quemarse, a tirar de mi ser quieto hacia un fuego oscuro. Mi alma estaba traspasada de túneles sombríos: yo entraba en ellos y los recorría empujada por la música, caminaba por ellos segura y ciega, ciegos los ojos y alumbrada la sangre, encendida la sangre; y era como si ascendiese hacia una cima cuya inmensa oscuridad me estremecía de espanto y me atraía hacia un alto lugar situado dentro de mí en el que se confundían la dicha, la Eternidad y la Nada. Así ascendí, anhelante, dolorida, hasta que mis nervios dejaron de sentir y empezaron a vibrar como cuerdas de guitarra sollozante, hasta que yo misma, tocando ya la Nada con mis manos, era enteramente música y sollozo y estaba a punto de romperme en un acorde aniquilador. No pude más. Dejé de arder, dejé de oír la sangre, y lo que esperaba sin saberlo me recorrió como una ola de placer interminable. Fue la primera experiencia sexual completa de mi vida, a la que asistí asombrada y anonadada, a la que me entregué como a un abismo. Cuando se desvaneció, la música seguía sonando, me envolvía, me abrazaba con sus largos brazos opresores, pero yo era distinta. Había un torbellino a mi alrededor y otro dentro de mí, y yo me movía como ellos, yo corría detrás de algo con mente oscura y corazón ardiente.

Gonzalo Torrente Ballester
 
Estaba buscando el hilo de Fragmentos Memorables pero entre que no lo encuentro y que me estoy cagando he optado por colgarlo aquí.

(Pues estaba en esta misma página, ya te lo he movido yo –cuellopavo-)

Se trata de un fragmento del segundo capítulo de "Pregúntale al polvo" de J. Fante. Quiero que veáis la similitud en el estilo de ambos escritores (todos sabéis de la admiración de Buks por Fante) y también lo cuelgo porque esto lo leí anoche y justo dos noches antes viví un episodio bastante parecido. Estas cosas me gustan.

Cerré la puerta lloriqueante y me quedé en la escalinata, la niebla semejante a un animal blanco e inmenso que lo cubriera todo, la Plaza semejante al ayuntamiento de mi pueblo, blanquiprisionera del silencio níveo. Pero los ruidos se propagaban con rapidez y claridad a través del letargo y el que oía era el taconeo de unos zapatos de mujer. Apareció una joven.
Llevaba un abrigo viejo y verde y las facciones se le perfilaban bajo la bufanda roja anudada bajo la barbilla. En la escalinata se encontraba Bandini.
—Hola, cielo —dijo la muchacha con una sonrisa, como si Bandini fuera su marido o su novio. Subió el primer peldaño y alzó los ojos para mirarle—. ¿Te decides, cariño? ¿Quieres que te haga pasar un buen rato? Bandini el superligón, el superligón sin escrúpulos. —No —dijo—. Gracias. Esta noche no.
Se marchó corriendo, dejándola con los ojos clavados en él y murmurando palabras que no alcanzó a oír. Recorrió media manzana. Estaba satisfecho. Por lo menos se había dirigido a él. Por lo menos se había dado cuenta de que era un hombre. Se puso a silbar una melodía por el placer de silbarla. La experiencia del hombre de ciudad es universal. Conocido escritor nos habla de sus noches con las mujeres de la calle. Arturo Bandini, el famoso escritor, revela sus experiencias con una prostituta de Los Angeles. La crítica afirma que es el mejor libro que se ha escrito. Bandini (entrevistado a punto de partir para Suecia): Yo daría a todos los escritores jóvenes un consejo muy sencillo. Que no dejen escapar nunca la oportunidad de probar una experiencia nueva. Que vivan la vida en su caldo de cultivo, que se enfrenten a ella con valentía, que la aborden con los puños desnudos. Periodista: Señor Bandini, ¿cómo se le ocurrió escribir este libro que le ha hecho ganar el Premio Nobel? Bandini: El libro está basado en una experiencia auténtica que me sucedió en Los Angeles una noche. Todas y cada una de las palabras del libro son verdaderas. He vivido el libro, es experiencia pura.
Suficiente. Me di cuenta de todo en el acto. Di la vuelta y me dirigí otra vez la iglesia. La niebla era impenetrable. La chica había desaparecido. Seguí andando: cabía la posibilidad de encontrarla. Volví a verla en la esquina. Hablaba con un mexicano alto. Se pusieron en marcha, cruzaron la calle y entraron en la Plaza. Fui tras ellos. ¡Dios mío, nada menos que un mexicano! Las mujeres así deberían hacer distinciones raciales. Sentí odio por aquel individuo, por aquel sudaca, por aquel pellejo aceitoso. Caminaban bajo los plátanos de la Plaza y sus pasos resonaban en medio de la niebla. Oí que el mexicano reía. La muchacha rió a continuación. Cruzaron la calle y se introdujeron por un callejón por el que se entraba en el barrio chino. Los anuncios orientales de neón coloreaban la niebla de un tono rosado. Entraron en el zaguán de una pensión que había junto a un restaurante chino y subieron por la escalera. Había baile en un piso del otro lado de la calzada. A lo largo de las aceras había sendos regueros de taxis estacionados. Me apoyé en el guardabarros delantero del taxi que se encontraba delante de la pensión y esperé. Encendí un cigarrillo y esperé. Esperaría hasta que el infierno se helase. Esperaría hasta que Dios me fulminase con el rayo. Pasó media hora. Oí ruido en la escalera. Se abrió la puerta. Apareció el mexicano. Le envolvió la niebla, encendió un cigarrillo y bostezó. Sonrió abstraído, se encogió de hombros y nada más alejarse lo engulló la niebla. Adelante, sonríe. Sudaca apestoso, ¿qué motivo tienes para sonreír? Procedes de una raza aplastada y muerta y sólo porque has subido a la habitación con una de nuestras jovencitas blancas te pones a sonreír. ¿Piensas que habrías tenido esta oportunidad si yo hubiera dicho que sí en la escalinata de la iglesia? Un instante después resonó en la escalera el taconeo de los zapatos de la joven y la chica se adentró en la niebla. La misma chica, el mismo abrigo verde, la misma bufanda. Me vio y sonrió.

—Hola, cariño. ¿Quieres pasar un buen rato?

Ahora lo tienes fácil, Bandini.

—Bueno —dije—, puede que sí y puede que no. ¿Qué sueles hacer?

—Sube y lo verás, cariño.

Deja de sonreír por lo bajo, Arturo. Sé educado y comprensivo.

—Podría subir —dije—. Pero a lo mejor se me quitan las ganas.

—Vamos, cariño, sube de una vez. —Los huesos frágiles de la cara, el olor a vino agrio que le brotaba de la boca, la nauseabunda hipocresía de su dulzura, sed de dinero en los ojos. Bandini que dice:

—¿Cuánto se cobra actualmente?

Me cogió del brazo y tiró de mí hacia la puerta, aunque con amabilidad.

—Sube, cariño. Ya hablaremos arriba.
—Es que en realidad no estoy muy caliente —dijo Bandini—. Vengo... vengo
directamente de una orgía.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, mientras subo las escaleras, no voy a poder
hacerlo. Tengo que salir de ésta. Los pasillos huelen a cucarachas, una bombilla amarilla en
el techo, eres demasiado exquisito para soportar estas cosas, la chica que me sujeta por el
brazo, algo raro te pasa, Arturo Bandini, eres un misántropo, tu vida entera está condenada al
celibato, habrías tenido que ser cura, el padre O’Leary cuando nos habló aquella tarde,
cuando nos contó las alegrías de la contención y la renuncia, y con el dinero de mi mismísima
madre además, Oh, María, tú, que fuiste concebida sin pecado, ruega por aquellos que
recurrimos a ti... hasta que llegamos al final de las escaleras, recorrimos un pasillo sombrío y
mugriento, alcanzamos la habitación del fondo, la chica encendió la luz y entramos.
Un cuarto más reducido que el mío, sin alfombras, sin retratos, una cama, una mesa, una
jofaina. Se quitó el abrigo. Llevaba debajo un vestido estampado azul. No llevaba medias. Se
quitó la bufanda. No era una rubia de verdad. En las raíces del pelo le despuntaba el color
negro. Tenía la nariz un tanto aquilina. Bandini en la cama, instalado como por casualidad,
como hombre que supiera sentarse en un lecho.
Bandini:
—Tienes una habitación muy bonita.
Dios mío, tengo que escapar de aquí, es horrible.
La chica se sentó a mi lado, me rodeó con los brazos, apretó el pecho contra el mío, me
besó, me recorrió los dientes con una lengua helada. Me puse en pie de un salto. Piensa con
rapidez, oh cerebro mío, querido cerebro mío, por favor, sácame de este aprieto y nunca
volverá a suceder. Volveré a la iglesia de mis mayores desde mañana mismo. De ahora en
adelante, mi vida discurrirá semejante a un arroyuelo de aguas puras y cristalinas.
La chica se tumbó de espaldas con las manos en la nuca, las dos piernas en la cama.
Aspiraré la fragancia de las lilas de Connecticut, lo juro, antes de morir, y veré las iglesias
blancas, limpias, pequeñas, silenciosas de mi juventud, las cercas que rompí para escapar.
—Mira —le dije—, quiero hablar contigo.
Cruzó las piernas.
—Soy escritor —dije—. Estoy acumulando material para un libro.
—Ya sabía que eras escritor —me dijo—. O agente de comercio, o algo por el estilo.
Respiras espiritualidad, cariño.
—Pues sí, soy escritor. Me gustas y esas cosas. Estás buena y me gustas. Pero antes
quisiera hablar contigo.
Se enderezó.
—¿No tienes dinero, cariño?
Dinero, je, je, je. Lo saqué, saqué el fajo de dólares prieto y pequeño. Pues claro que tenía
dinero, montañas de dinero, esto no es más que una muestra insignificante, el dinero no es
problema, el dinero no significa nada para mí.
—¿Cuánto cobras?
—Dos dólares, cariño.
Dale tres entonces, con desenvoltura, como quien se desprende de la caspa, sonríe y
dáselos porque el dinero no es ningún problema, quien me dio éste puede darme mucho más,
mi madre, sentada en este preciso segundo junto a la ventana, con el rosario en la mano,
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esperando a que el Viejo vuelva, pero hay dinero, siempre hay dinero.
Cogió el dinero y lo guardó bajo la almohada. Me dio las gracias y su sonrisa se
transformó. El escritor quería hablar. ¿Qué tal estaba el trabajo actualmente? ¿Cómo es que a
una chica como ella le gustaba aquella clase de vida? Oh, por favor, cariño, basta ya de
hablar, empecemos de una vez. No, no, yo quiero que hablemos, es importante, un nuevo
libro, materia prima. Lo hago a menudo. ¿Cómo te metiste en el oficio? Joder, cariño, ¿es que
también me vas a preguntar eso? Que el dinero no es problema, ya te lo dije. Pero mi tiempo
tiene precio, cariño. Toma otros dos dólares. Ya van cinco, Santo Dios, cinco dólares del ala
y aún no he salido de aquí, cuánto te odio, basura inmunda. Aunque eres más pura que yo
porque no tienes ninguna inteligencia que vender, sólo la triste envoltura de la carne.
La chica estaba impresionada, dispuesta a cualquier cosa. Habría hecho con ella lo que
me hubiera dado la gana, y quiso atraerme hacia sí, pero no, esperemos un rato. Te he dicho
que quiero hablar, que el dinero no es problema, toma tres más, ya van ocho, pero no
importa. Quédate con los ocho dólares y cómprate algo bonito. De pronto chasqué los dedos
como hombre que recuerda algo, algo importante, una cita, un compromiso.
—Eh —dije—, ahora que recuerdo. ¿Qué hora es?
Había hundido la barbilla en mi cuello y me lo acariciaba.
—No te preocupes por la hora, cariño. Puedes quedarte toda la noche.
Un hombre importante, importantísimo, ahora lo recordaba, mi editor, iba a llegar en
avión aquella misma noche. En Burbank, iba a aterrizar en Burbank. Tendré que coger un
taxi para ir allí, tengo que darme prisa. Adiós, adiós, quédate los ocho pavos, cómprate algo
bonito, adiós, adiós, bajando las escaleras a toda velocidad, huyendo, sumergiéndome en la
niebla acogedora de la calle, quédate los ocho pavos, oh dulce niebla, te he visto y hacia ti
corro, oh aire puro, oh mundo maravilloso, hacia ti voy, adiós, gritando por las escaleras,
volveremos a vernos, quédate los ocho dólares y cómprate algo que te guste. Ocho dólares
que me hacen llorar sangre, Jesús, acaba conmigo, dame la muerte y envía a casa mi cadáver,
dame la muerte, hazme morir como un pagano idiota que no cuenta con sacerdote alguno
para absolverle , ni con la extremaunción, ocho dólares, ocho dólares...
 
El duende de Madera (fragmento)

" Sus ojos brillaron como hojas húmedas; tenía los brazos cruzados y, a la trémula luz de la vela consumida, unas pálidas hebras peinadas hacia la izquierda relumbraron de un modo inquietante. -Sé que también sufres-fulguró nuevamente su voz-, pero tu sufrimiento, comparado con el mío, mi tempestuoso, turbio sufrimiento, es sólo la respiración pausada del que duerme. Piénsalo: no queda nadie de nuestra tribu en Rus. Algunos nos alejamos como jirones de niebla, otros se dispersaron por el mundo. Nuestros ríos son melancolía, ninguna mano intranquila esparce los rayos de la luna. Quietas están las huérfanas campánulas que por azar permanecen intactas, el gusli de un deslavado azul que alguna vez mi rival, el Duende de los Campos, empleó en sus canciones. Bañado en lágrimas, el tosco y afable espíritu doméstico ha abandonado tu hogar en deshonra, humillado, y se han marchitado los bosques, su patética luz, su mágica sombra. "

Vladimir Nabokov
 
Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores,y hombres a los que se le manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas.Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente;estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse.Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia,y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.CAMILO J. CELA.
 
Este texto es del libro que recomendé en el otro hilo."La familia de Pascual Duarte".
 
El escritor (fragmento)

"Absolutamente nada. Nada que se salga del carril cotidiano. La vida fluye incesable y uniforme; duermo, trabajo, discurro por Madrid, hojeo al azar un libro nuevo, escribo bien o mal -seguramente mal- con fervor o con desmayo. De rato en rato me tumbo en un diván y contemplo el cielo, añil y ceniza. ¿ Y por qué había de saltar de improviso el evento impensado? Trabajemos día tras día ¿Dónde está nuestro Leteo? En el afán diario. O acaso, a través de la obra hacemos ese dolor más delicado. ¡ Cincuenta años escribiendo... Desde los tres quinquenios con la pluma en la mano. Impetu, fervor, perseverancia, entusiasmo... Ha pasado mucho tiempo y los años cargan sobre mis hombros... Todo lo que asciende, desciende... Cuando podemos ya esperar, habiendo visto correr tanto tiempo lo ciframos en la obra cumplida."

Azorín
 
- Y ahora -dijo el coronel Palese- vuestro nuevo capitán os hablará brevemente.

Yo abrí la boca y de mis labios salieron unos sonidos horrendos; eran palabras sordas, hinchadas y flojas. Dije:

- Somos los voluntarios de la Libertad, los soldados de la nueva Italia. Debemos luchar contra los alemanes, echarlos de nuestra casa, rechazarlos más allá de nuestras fronteras. Los ojos de todos los italianos están fijos sobre nosotros; debemos levantar de nuevo la bandera caída en el fango; ser el ejemplo de todos en medio de tanta vergüenza, mostrarnos dignos de la hora que ha sonado, de la tarea que la Patria nos confía.

Cuando hube terminado de hablar, el coronel dijo a los soldados:

- Ahora uno de vosotros repetirá lo que ha dicho el capitán. Quiero estar seguro de que habéis comprendido. Tú -dijo indicando un soldado-, repite lo que ha dicho vuestro capitán.

El soldado me miró; tenía los labios delgados y sin vida de los muertos. Con un horrendo tono de voz dijo:

- Debemos mostrarnos dignos de la vergüenza de Italia.

El coronel Palese se acercó a mí y me dijo en voz baja:

- Han comprendido.

La piel
Curzio Malaparte
 
Hay quien pone al silencio un ademán soñador,de imprecisa recordación,y hay tambien quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintado el gesto de la bestia ruín,de la amorosa,suplicante bestia cansada:la mano sujetando la frente y el mirar lleno de amargura como un mar encalmado.LA COLMENA.C.J.CELA
 
Bueno, ya me he leído La peste (y en gabacho, oiga...)

Ahora ya sólo me queda decidir si Camus los tenía bien puestos o era un hijoputa de mucho cuidado, ya que alguien capaz de escribir esto, que sólo es un fragmento de un capítulo entero dedicado a la agonía de un niño:

En ese momento el niño, como si se sintiese mordido en el estómago, se encogió de nuevo, con un débil quejido. Se quedó así encorvado durante minutos eternos, sacudido por estremecimientos y temblores convulsivos, como si su fràgil esqueleto se doblegase al viento furioso de la peste y crujiese bajo el soplo insistente de la fiebre. Pasada la borrasca, se calmó un poco, la fiebre pareció retirarse y abandonarle, anhelante, sobre una arena húmeda y envenenada donde el preceso semejaba ya la muerte. Cuando la ola ardiente le envolvió por tercera vez, animándole un poco, el niño se encogió, se escurrió hasta el fondo de la cama en el terror de la llama que le envolvía y agitó locamente la cabeza rechazando la manta. (...)
(Traducción de Rosa Chacel)

Tiene que ser una de las dos cosas ( o ambas).

A lo mejor en este libro que me han prestado me hago una idea...

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(Aunque sospecho que Camus no me interesa tanto, vaya tocho...)
 
“¡Ah, conciencia cobarde, cómo me afliges! Las luces arden como llama azul. Ahora es plena medianoche. Frías gotas miedosas cubren mi carne temblorosa. ¿Qué temo? ¿A mí mismo? No hay nadie más aquí: Ricardo quiere a Ricardo; esto es, yo soy yo. ¿Hay aquí algún asesino? No; sí, yo lo soy. Entonces, huye. ¿Qué, de mí mismo? Gran razón, ¿por qué? Para que no me vengue a mí mismo en mí mismo. Ay, me quiero a mí mismo. ¿Por qué? ¿Por algún bien que me haya hecho a mí mismo? ¡Ah no! ¡Ay, más bien me odio a mí mismo por odiosas acciones cometidas por mí mismo! Soy un rufián: pero miento, no lo soy. Loco, habla bien de ti mismo: loco, no adules. Mi conciencia tiene mil lenguas separadas, y cada lengua da una declaración diversa, y cada declaración me condena por rufián. Perjurio, perjurio, en el más alto grado; crimen, grave crimen, en el más horrendo grado; todos los diversos pecados cometidos todos ellos en todos los grados, se agolpan ante el tribunal gritando todos: "¡Culpable, culpable!" Me desesperaré. No hay criatura que me quiera: y si muero, nadie me compadecerá; no, ¿por qué me habían de compadecer, si yo mismo no encuentro en mí piedad para mí mismo?”

(William Shakespeare, La tragedia de Ricardo III)
 
"(...) porque los relatos que achaca a los que escaparon con nada más que la vida son en toda regla discontínuos, y tienen una calidad tan errática que resulta incompatible con una instancia narrativa normal, de forma que suscitan con facilidad la sospecha de ser invenciones sensacionalistas. Esa falta de veracidad de los relatos de testigos oculares se debe también a los giros estereotipados que con frecuencia utilizan. La verdad de la destrucción total, incomprensible en su contingencia extrema, palidece tras expresiones apropiadas como "pasto del fuego", "noche fatídica", "envuelto en llamas", "infierno desencadenado", "inmensa conflagración", "espantoso destino de las ciudades alemanas" y otras parecidas. Su función es ocultar y neutralizar vivencias que exceden la capacidad de comprensión."

W.G.Sebald
Sobre la historia natural de la destrucción
(Traducción de Miguel Sáenz)
 
EL CULTO

"Las notas que acompañaban a este curioso objeto, además de unos recortes de periódicos, habían sido escritas por el profesor mismo y no tenían pretensiones literarias. El documento en apariencia más importante estaba encabezado por las palabras EL CULTO DE CTHULHU, escritas cuidadosamente en caracteres de imprenta para evitar todo error en la lectura de un nombre tan desconocido. El manuscrito se dividía en dos secciones: la primera tenía el siguiente título: "1925, Sueño y obra onírica de H. A. Wilcox, Calle Thomas 7, Providence, R.I.", y la segunda: "Informe del inspector John R. Legrasse. Calle Bienville 121, Nueva Orleáns, a la Sociedad Norteamericana de Arqueología, 1928. Notas del mismo y del profesor Webb". Las otras notas manuscritas eran todas muy breves: relatos de sueños curiosos de diferentes personas, o citas de libros y revistas teosóficos (principalmente La Atántida y la Lemuria perdida de W. Scott-Elliot), y el resto comentarios acerca de la supervivencia de las sociedades y cultos secretos, con referencia a pasajes de tratados mitológicos y antropológicos como la La rama dorada de Frazer, y El culto de las brujas en Europa Occidental de la señorita Murray. Los recortes de periódicos aludían principalmente a casos de alienación mental y a crisis de demencia colectiva en la primavera de 1925."

El fragmento procede de La Llamada de Cthulhu de Lovecraft, el relato de horror punto de partida de Los Mitos que llevan el nombre del más célebres de los Primigenios. Absencito nos recuerda que se publicó en el número de Weird Tales de Febrero de 1928, es decir, hace 80 años. Esta noche, más que otras, debemos arrodillarnos a los pies del camastro y orar. Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah-nagl fhtagn.
 
Maravillosa página de "El péndulo de Foucault" de Umberto Eco. Seguro que a Cuellopavo le gusta. Ser el último responsable de algo grande, ser un demiurgo en la sombra, sin que nadie lo sepa, un dios de paisano. Un destino hermosísimo.


Jim el del Cáñamo.

Ver mañana al joven Cinti.

1. Buena monografía, rigurosa, quizá demasiado académica.

2. En la conclusión, lo más genial es la comparación entre Catulo, los poetas novi y las vanguardias contemporáneas.

3. ¿Por qué no usarla como introducción?

4. Convencerle. Dirá que estas extravagancias están fuera de lugar en una colección de filología. Es la influencia del maestro, corre el riesgo de que le niegue el prefacio, se jugaría la carrera. Una idea brillante en las dos últimas páginas pasa inadvertida, pero si está al comienzo salta a la vista, y puede irritar a algún catedrático.

5. Pero basta con ponerla en cursiva, en forma de comentario libre, ajeno a la investigación propiamente dicha, con ello la hipótesis se presenta como tal y no compromete la seriedad del trabajo. Sin embargo, esto conquistará en seguida a los lectores, hará que aborden el libro de otra manera.

Pero, ¿realmente estoy tratando de impulsarle para que actúe con libertad, o lo estoy utilizando para escribir mi propio libro?

Transformar los libros con dos palabras. Demiurgo de la obra de otro. En lugar de coger arcilla blanda y plasmarla, unas cinceladas a la arcilla endurecida en la que ya otro ha esculpido su estatua. Moisés, darle el martillazo justo, y ése va y habla.

Recibir a William S.

“He visto su trabajo, no está mal. Hay tensión, fantasía, sentido dramático. ¿Es la primera vez que escribe?”.

“No, he escrito otra tragedia, es la historia de dos amantes de Verona que...”.

“Pero hablemos de esta obra, señor S. Me estaba preguntando por qué la sitúa en Francia. ¿Por qué no en Dinamarca? Por decir algún sitio, pero bastaría con cambiar dos o tres nombres, el castillo de Chalons-sur-Marne se convierte, digamos, en el castillo de Elsinore... es que en un ambiente nórdico, protestante, donde planea la sombra de Kierkegaard, todas estas tensiones existenciales...”.

“Quizá no le falte razón”.

“Eso creo. Además su trabajo necesitaría algún recorte estilístico, sólo un pequeño repaso, como esos últimos toques que da el peluquero antes de poner el espejo detrás de la nuca...

Por ejemplo, el espectro paterno. ¿Por qué al final? Yo lo pondría al comienzo. Para que la admonición del padre domine en seguida el comportamiento del joven príncipe y lo ponga en conflicto con la madre.”
“Me parece buena idea, sólo es cuestión de desplazar una escena.”

“Precisamente. Por último, el estilo. Tomemos un pasaje al azar, mire, este donde el joven se planta en el proscenio y empieza a meditar sobre la acción y la inacción. El pasaje está muy bien, hay que decirlo, pero siento que le falta fuerza. “¿Actuar o no actuar? ¡Esta es mi angustiosa pregunta! Debo soportar las ofensas de una suerte hostil o...” ¿Por qué mi angustiosa pregunta? Yo le haría decir la pregunta es ésta, éste es el problema, entiende lo que quiero decir, no su problema personal sino la cuestión fundamental de la existencia. La alternativa entre ser y no ser, por poner un ejemplo...

Poblar el mundo con hijos que llevarán otro apellido, y nadie sabrá que son tuyos. Como si fueras Dios de paisano. Eres Dios, te paseas por la ciudad, oyes que la gente habla de ti, y Dios por aquí y Dios por allá, y qué admirable universo es éste, y qué elegancia la gravitación universal, y tú sonríes entre dientes (la barba debe ser falsa, o no, tienes que andar sin barba, porque a Dios se le reconoce en seguida por la barba) y dices para tus adentros (el solipsismo de Dios es dramático):

“He aquí, este soy yo y ellos lo ignoran.” Y alguien te empuja por la calle, o incluso te insulta, tú humildemente pides disculpas y te marchas, total eres Dios y, si quisieras, con chasquear los dedos el mundo se convertiría en cenizas. Pero tú eres tan infinitamente poderoso que puedes permitirte ser bueno.

Una novela sobre Dios de incógnito. Inútil, si la idea se me ha ocurrido a mi también debe de habérsele ocurrido a algún otro.

Variante. Eres un autor, aún no sabes cuánto puedes valer, la mujer que amabas te ha traicionado, para ti la vida ya no tiene sentido y un día, para olvidar, te embarcas en el Titanic y naufragas en los mares del Sur, te recoge (único superviviente) una piragua de indígenas y pasas largos años ignorado por todos, en una isla habitada sólo por papúas, con muchachas que te cantan canciones intensamente lánguidas, mientras agitan sus senos apenas cubiertos por el collar de flores de coral. Empiezas a acostumbrarte, te llaman Jim, como a todos los blancos, una muchacha de piel ambarina entra una noche en tu choza y te dice: “Yo tuya, yo contigo.” Al fin y al cabo es hermoso, de noche, tenderse en la galería a contemplar la Cruz del Sur mientras ella te acaricia la frente.

Vives según el ciclo de las auroras y los ocasos y no tienes otra preocupación. Un día llega una lancha motora tripulada por holandeses, te enteras de que han transcurrido diez años, podrías marcharte con ellos, pero dudas, prefieres cambiarles cocos por vituallas, prometes ocuparte de la cosecha del cáñamo, los indígenas trabajan para ti, empiezas a navegar entre los islotes, para todos eres Jim el del Cáñamo. Un aventurero portugués arruinado por el alcohol viene a trabajar contigo y se redime, ya todos hablan de ti en aquellos mares de la Sonda, el marajá de Borneo escucha tus consejos para organizar una campaña contra los dayak del río, logras rehabilitar un viejo cañón de la época de Tippo Sahib, cargado de metralla, entrenas una escuadra de malayos fieles, con los dientes negros de betel. En una refriega cerca de la Barrera de Coral, el viejo Sampán, los dientes negros de betel, te protege con su cuerpo: “Estoy contento de morir por ti, Jim el del Cáñamo.” “Viejo, viejo Sampán, amigo mío.”

Ahora ya eres famoso en todo el archipiélago, de Sumatra a Port-au-Prince, tratas con los ingleses, en la capitanía del puerto de Darwin estás registrado como Kurtz, y ahora eres Kurtz para todos --Jim el del Cáñamo para los indígenas. Pero una tarde, mientras la muchacha te acaricia en la galería y la Cruz del Sur centellea más que nunca, ay, tan distinta de la Osa, comprendes: quisieras regresar. Sólo por poco tiempo, para ver qué ha quedado de ti, allá.

Coges la motora, llegas a Manila, desde allí un avión de hélice te lleva a Bali. Después Samoa, Islas del Almirantazgo, Singapur, Tananarive, Tumbuctú, Alepo, Samarcanda, Basora, Malta y estás en casa.

Han pasado dieciocho años, la vida te ha marcado, el rostro bronceado por los alisios, estás más viejo, quizá más guapo. Y he aquí que al llegar descubres que las librerías exhiben todos tus libros, en reediciones criticas, ves tu nombre en el frontón de la vieja escuela donde aprendiste a leer y escribir. Eres el Gran Poeta Desaparecido, la conciencia de la generación.

Románticas jovencitas se suicidan sobre tu tumba vacía.

Y después te encuentro a ti, amor, con muchas arrugas alrededor de los ojos, y el rostro aún bello que se consume de recuerdos y de tierno remordimiento. Casi te he rozado en la acera, estoy allí, a dos pasos, y me has mirado como miras a todos, buscando a otro más allá de sus sombras. Podría hablar, borrar el tiempo. Pero, ¿para qué? ¿No he tenido ya lo que quería? Soy Dios, la misma soledad, la misma vanagloria, la misma desesperación por no ser una de mis criaturas como todos. Todos viven en mi luz mientras yo vivo en el insoportable titilar de mis tinieblas.

¡Ve, ve por el mundo, William! Eres famoso, pasas a mi lado y no me reconoces. Yo susurro para mis adentros ser o no ser y me digo bravo Belbo, buen trabajo. Ve, viejo William S., a recoger tu parte de gloria: tú sólo has creado, yo te he vuelto a hacer.

Nosotros, que hacemos parir los partos de otros, como los actores, no deberíamos ser sepultados en tierra consagrada.

Pero los actores fingen que el mundo, tal cual es, funciona de otra manera, mientras que nosotros fingimos del infinito universo y mundos, la pluralidad de los composibles...

¿Cómo puede ser tan generosa la vida, que prevé una compensación tan sublime por la mediocridad?
 
"...¡Qué extraña ha sido realmente mi vida! -pensó-. ¡Qué rodeos tan curiosos ha dado!...¡Qué camino el mío, sin embargo! Cuánta estupidez, cuántos errores, disgustos, dolores y desilusiones he tenido que soportar sólo para poder volver a ser un niño y empezar de nuevo!... He tenido que probar la desesperación, rebajarme ante la más insensata de las ideas, la del suicidio, para poder sentir la gracia, para volver a oír el Om, para volver a dormir bien y a despertarme tranquilo. He tenido que convertirme en un loco para redescubrir el Atmán en mi interior. He tenido que pecar de nuevo para poder revivir. ¿Por dónde me llevará aún mi camino? Es un camino absurdo, que avanza dibujando curvas, tal vez en círculo. Que avance como quiera. Yo lo seguiré..."

Siddhartha, Herman Hesse
 
¿Quién soy? Un hombre acabado y nada más. Un hombre sensible y acaso capaz de sentir piedad, y que tal vez conoce un poco la vida..., pero completamente acabado. El caso de usted es distinto. Tiene usted ante sí una verdadera vida (¿quién sabe si todo lo ocurrido es en usted como un fuego de paja que se extingue rápidamente?). ¿Por qué, entonces, temer al cambio que se va a operar en su existencia? No es el bienestar lo que un corazón como el suyo puede echar de menos. ¿Y qué importa la soledad donde usted se verá largamente confinado? No es el tiempo lo que debe preocuparle, sino usted. Conviértase en un sol y todo el mundo lo verá. Al sol le basta existir, ser lo que es. ¿Por qué sonríe? ¿Por mi lenguaje poético? Juraría que usted cree que estoy utilizando la astucia para atraerme su confianza. A lo mejor tiene usted razón. ¡Je, je! No le pido que crea todas mis palabras, Rodion Romanovitch. Hará usted bien en no creerme nunca por completo. Tengo la costumbre de no ser jamás completamente sincero. Sin embargo, no olvide esto: el tiempo le dirá si soy un hombre vil o un hombre leal.

Crimen y Castigo.
 
Este año pusieron un Rembrandt en el calendario,un autorretrato mas bien bilioso por culpa de la deficiente impresión de los colores.Se veía al pintor sosteniendo una paleta chafarrinada con un pulgar roñoso y tocado de una especie de gorra que tampoco parecía muy limpia.Su otra mano blandía un pincel,como si estuviera a punto de ponerse a trabajar en seguida que le pagasen un anticipo.Tenía la cara avejentada,deprimida y llena de asco por la vida, se notaba que el tío bebería como un cosaco.Pero a mi me gustaba ese aire de regodeo huraño y me gustaban sus ojos que brillaban como gotas de rocío.
Raymond Chandler."Farewell my lovely"
 
No es de gran categoría literaria, pero me ha hecho gracia (sobre todo los dos últimos versos):

El hombre empobrecido trae capa muy cativa,
cuando habe la camisa non puede haber la saya,
desfallesçele la calça, trae rota la çapata;
por pecados non ha bragas que pueda cubrir la nazga.
La mujer empobrecida trae mesquino tocado,
habe rota la camisa e paréscele el costado;
muchas son tan malastrugas e de tan mesquino fado
que non tienen con que cubran el vergonçoso forado.

Libro de miseria de omne (S.XIV)

Libro de miseria de omne - Wikipedia, la enciclopedia libre

Incidentalmente, me ha sorprendido de nuevo el parentesco original entre las lenguas romances peninsulares, por el uso de palabras que ya no existen en español, pero sí en catalan, como malastrugas (malastrugança= desgracia, mala suerte) o forado (forat=agujero)
 
"Tienes la mano abierta como el ala de un pájaro; no temes que huyan las buenas acciones, los delirios, lo que no sufre compostura.
Un grito, y cantas la luz renovada. Un deseo, y mueres calladamente. Cuándo sabrás que el color violado de las conchas, que sonríen tan vagas en la tierra, es la nueva melodía.
Ajusta tu ritmo y tu voz; vuelve la cabeza a derecha e izquierda: eres el señor de las alturas y de las bajezas. Saluda al público cuando llegue la noche. Escucha al mirlo cómo se burla de Dios.
Liberado, sonríe con gracia fresca, como muere un niñito".

(Luis Cernuda, de "Los placeres prohibidos", 1931)
 
- ¿Qué es, en su opinión, lo que contiene a la gente del suicidio? -inquirí.


Kirílov se miró distraído, cual si tratara de recordar el tema de nuestra conversación




- Yo... yo sé muy poco todavía. Dos prejuicios la contienen, dos cosas, sólo dos: una muy pequeña, y la otra muy grande; pero también la pequeña es muy grande.


- ¿Cuál es la pequeña?
- El dolor.
- ¿El dolor? ¿Estan trascendental el dolor... en este caso?
- Es lo principal. Hay dos géneros: el de los que se suicidan a causa de una pena muy honda, o por ira, o por demencia, o porque todo les da lo mismo... Esos se matan de un golpe. Piensan poco en el dolor, y todo es repentino. En cambio, los que se dan muerte por raciocinio piensan mucho.
- Pero ¿hay quien se mata por raciocinio?
- Muchísimos. De no existir los prejuicios, serían más; muchos más; todos.
- ¿Dice usted todos?

Kirílov no respondió.

- ¿Es que no hay manera de morir sin dolor? -pregunté.
- Imagínese -repuso, deteniéndose ante mí-, imagínese una piedra del tamaño de una enorme casa, que pendiera sobre su cabeza. Si se le cayera encima, ¿le dolería?
- ¿Una piedra del tamaño de una casa? Verdaderamente, da miedo.
- No me refiero al miedo. Le pregunto si le dolería.
- ¿Una piedra como una montaña, de un millón de puds? Naturalmente, no me causaría dolor alguno.
- Bien; pero colóquese de verdad y mientras tenga la piedra sobre la cabeza sentirá usted un miedo horrible, lo cual es doloroso. Hasta el primer científico, hasta el más eminente doctor, todos, todos tendrán miedo. Aunque sepan que el golpe no les dolerá, cada cual se horrorizará pensando que le va a doler.
- Bueno, ¿y cuál es el segundo motivo, el que usted considera grande?
- El otro mundo.
- Es decir, el castigo...
- Da igual. El otro mundo. Sólo el otro mundo.
- ¿Acaso no hay ateos, que no creen en absoluto en la existencia del otro mundo?

Kirílov volvió a guardar silencio.

- ¿Tal vez juzga por sí mismo?
- Nadie puede juzgar más que por sí mismo -profirió, sonrojándose-. La libertad completa existirá cuando sea in¡ndiferente vivir o no vivir. Ése es el fin de todo.
- ¿El fin? Pero es que entonces quizá nadie quiera vivir.
- Nadie -repuso decidido.
- El hombre teme a la muerte porque ama la vida -observé-. Así lo entiendo yo, y así lo tiene ordenado la naturaleza.
- Esa es una ruindad, y ahí está todo el engaño -refulguieron sus ojos-. La vida es dolor, la vida es miedo, y el hombre es un desdichado. Hoy todo es dolor y miedo. El hombre ama la vida porque ama el dolor y el miedo. Y así lo han hecho. La vida se interpreta hoy como dolor y miedo, y ahí reside todo el engaño. El hombre de hoy no es todavía el que debiera ser. Surgurá un hombre nuevo, feliz y orgulloso. Aquél a quien le dé igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo a Dios. Y el otro Dios no existirá.
- Luego, según usted, el otro Dios existe.
- No existe, pero existe. Una piedra no encierra dolor, pero el miedo a la piedra sí lo encierra. Dios representa el dolor del miedo a la muerte. Quien venza al dolor y al miedo será Dios. Entonces nacerá una vida nueva, entonces un hombre nuevo, todo nuevo... La historia se dividirá en dos partes: desde el gorila hasta la destrucción de Dios y desde la destrucción de Dios hasta...
- ¿Hasta el gorila?
- Hasta la transformación de la tierra y del hombre físicamente. El hombre será Dios y cambiará físicamente. Y el mundo cambiará, y las cosas cambiarán, y las ideas, y todos los sentimientos. ¿Qué opina usted? ¿Cambiará entonces físicamente el hombre?
- Si va a dar igual vivir o no vivir, todos se suicidarán, y acaso sea ése el cambio que se produzca.
- No importa. Matarán el engaño. Quienquiera que desee la libertad máxima, debe perder el miedo al suicidio. Quien se atreva a darse muerte, descubrirá el enigma del engaño. Más allá de eso no hay libertad; en eso está todo, y más allá no hay nada. Aquel que tenga fuerza para suicidarse será Dios. Cualquiera puede hacer ya que no haya Dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho ni una sola vez.
- Ha habido millones de suicidas.
- Pero no con el fin que yo digo; todo ha sido por temor, no para matar el miedo. Quien se suicide con el solo objeto de matar el miedo se convertirá inmediatamente en Dios.
- Puede que no le dé tiempo -objeté.
- Da lo mismo -respondió en voz baja, con serena altanería, punto menos que con desprecio-. Lamento que usted, al parecer, lo tome a broma -añadió tras una pausa de medio minuto.

Kirilov y el narrador (no recuerdo el nombre) en "Los demonios".


A su izquierda se alzaba una torre. «He aquí un buen sitio. ¿Para qué tengo que ir a la isla Petrovski? Aquí, por lo menos, tendré un testigo oficial.»<?XML:NAMESPACE PREFIX = O /><O:P></O:P>

Sonrió ante esta idea y se internó en la calle donde se alzaba el gran edificio coronado por la torre.<O:P></O:P>

Apoyado en uno de los batientes de la maciza puerta principal, que estaba cerrada, había un hombrecillo envuelto en un capote gris de soldado y con un casco en la cabeza. Su rostro expresaba esa arisca tristeza que es un rasgo secular en la raza judía.<O:P></O:P>

Los dos se examinaron un momento en silencio. Al soldado acabó por parecerle extraño que aquel desconocido, que no parecía estar borracho, se hubiera detenido a tres pasos de él y le mirara sin decir nada.<O:P></O:P>

-¿Qué quiere usted? -preguntó ceceando y sin hacer el menor movimiento.<O:P></O:P>

-Nada, amigo mío -respondió Svidrigailov-. Buenos días.<O:P></O:P>

-Siga su camino.<O:P></O:P>

-¿Mi camino? Me voy al extranjero.<O:P></O:P>

-¿Al extranjero?<O:P></O:P>

-A América.<O:P></O:P>

-¿A América?<O:P></O:P>

Svidrigailov sacó el revólver del bolsillo y lo preparó para disparar. El soldado arqueó las cejas.<O:P></O:P>

-Oiga, aquí no quiero bromas -ceceó.<O:P></O:P>

-¿Por qué?<O:P></O:P>

-Porque este no es sitio.<O:P></O:P>

-El sitio es excelente, amigo mío. Si alguien te pregunta, tú le dices que me he marchado a América.<O:P></O:P>

Y apoyó el cañón del revólver en su sien derecha.<O:P></O:P>

-¡Eh, eh! -exclamó el soldado, abriendo aún más los ojos y mirándole con una expresión de terror-. Ya le he dicho que éste no es sitio.<O:P></O:P>

Svidrigailov oprimió el gatillo.

Svidrigailov en "Crimen y castigo"
 
Una reflexión de Plotino:

"Es necesario que el ojo se haga semejante y parecido al objeto visto, para alcanzar a contemplarlo. Jamás vería un ojo el sol sin haberse hecho semejante al sol; ni un alma vería lo bello sin ser bella. ¿Cuál es, pues, este modo de visión? ¿Cuál es el medio? ¿Cómo se verá esta belleza inmensa que permanece en cierta manera en el interior de los santuarios, y que no se adelanta hacia afuera para dejarse ver de los profanos?"
 
el descubrimiento de los efectos psíquicos del LSD
Todos los fructíferos trabajos, aquí sólo brevemente reseñados, que surgieron a partir de la solución del problema de la ergotoxina, de todos modos no me hicieron olvidar por completo la sustancia LSD-25. Un extraño presentimiento de que esta sustancia podría poseer otras cualidades que las comprobadas en la primera investigación me motivaron a volver a producir LSD-25 cinco años después de su primera síntesis para enviarlo nuevamente a la sección farmacológica a fin de que se realizara una comprobación ampliada. Esto era inusual, porque las sustancias de ensayo normalmente se excluían definitivamente del programa de investigaciones si no se evaluaban como interesantes en la sección farmacológica.
En la primavera de 1943, pues, repetí la síntesis de LSD-25. Igual que la primera vez, se trataba sólo de la obtención de unas décimas de gramo de este compuesto.
En la fase final de la síntesis, al purificar y cristalizar la diamida del ácido lisérgico en forma de tartrato me perturbaron en mi trabajo unas sensaciones muy extrañas. Extraigo la descripción de este incidente del informe que le envié entonces al profesor Stoll:
El viernes pasado, 16 de abril de 1943, tuve que interrumpir a media tarde mi trabajo en el laboratorio y marcharme a casa, pues me asaltó una extraña intranquilidad acompañada de una ligera sensación de mareo. En casa me acosté y caí en un estado de embriaguez no desagradable, que se caracterizó por una fantasía sumamente animada. En un estado de semipenumbra y con los ojos cerrados (la luz del día me resultaba desagradablemente chillona) me penetraban sin cesar unas imágenes fantásticas de una plasticidad extraordinaria y con un juego de colores intenso, caleidoscópico. Unas dos horas después este estado desapareció.
La manera y el curso de estas apariciones misteriosas me hicieron sospechar una acción tóxica externa, y supuse que tenía que ver con la sustancia con la que acababa de trabajar, el tartrato de la dietilamida del ácido lisérgico. En verdad no lograba imaginarme cómo podría haber resorbido algo de esta sustancia, dado que estaba acostumbrado a trabajar con minuciosa pulcritud, pues era conocida la toxicidad de las sustancias del cornezuelo. Pero quizás un poco de la solución de LSD había tocado de todos modos la punta de mis dedos al recristalizarla, y un mínimo de sustancia había sido reabsorbida por la piel. Si la causa del incidente había sido el LSD, debía tratarse de una sustancia que ya en cantidades mínimas era muy activa. Para ir al fondo de la cuestión me decidí por el autoensayo. Quería ser prudente, por lo cual comencé la serie de ensayos en proyecto con la dosis más pequeña de la que, comparada con la eficacia de los alcaloides de cornezuelo conocidos, podía esperarse aún algún efecto, a saber, con 0,25 mg
(mg = miligramos = milésimas de gramo) de tartrato de dietilamida de ácido lisérgico.
Autoensayos:
19.IV /16.20: toma de 0,5 cm3 de una solución acuosa al 1/2 por mil de solución de tartrato de dietilamida peroral. Disuelta en unos 10 cm3 de agua, insípida.
17.00: comienzo del mareo, sensación de miedo. Perturbaciones en la visión. Parálisis con risa compulsiva.
Añadido el 21.IV: Con velomotor a casa. Desde las 18 hs: hasta aproximadamente las 20 hs.: punto más grave de la crisis (cf. informe especial).
Escribir las últimas palabras me costó un ingente esfuerzo. Ya ahora sabía perfectamente que el LSD había sido la causa de la extraña experiencia del viernes anterior, pues los cambios de sensaciones y vivencias eran del mismo tipo que entonces, sólo que mucho más profundos. Ya me costaba muchísimo hablar claramente, y le pedí a mi laborante, que estaba enterada del autoensayo, que me acompañara a casa. En el viaje en bicicleta -en aquel momento no podía conseguirse un coche; en la época de posguerra los automóviles estaban reservados a unos pocos privilegiados- mi estado adoptó unas formas amenazadoras. Todo se tambaleaba en mi campo visual, y estaba distorsionado como en un espejo alabeado. También tuve la sensación de que la bicicleta no se movía. Luego mi asistente me dijo que habíamos viajado muy deprisa. Pese a todo llegué a casa sano y salvo y con un último esfuerzo le pedí a mi acompañante que llamara a nuestro médico de cabecera y les pidiera leche a los vecinos.

A pesar de mi estado de confusión embriagada, por momentos podía pensar clara y objetivamente:
leche como desintoxicante no específico.
El mareo y la sensación de desmayo de a ratos se volvieron tan fuertes, que ya no podía mantenerme en pie y tuve que acostarme en un sofá. Mi entorno se había transformado ahora de modo aterrador. Todo lo que había en la habitación estaba girando, y los objetos y muebles familiares adoptaron formas grotescas y generalmente amenazadoras. Se movían sin cesar, como animados, llenos de un desasosiego interior. Apenas reconocí a la vecina que me trajo leche -en el curso de la noche bebí más de dos litros-. No era ya la señora R., sino una bruja malvada y artera con una mueca de colores. Pero aún peores que estas mudanzas del mundo exterior eran los cambios que sentía en mí mismo, en mi íntima naturaleza. Todos los esfuerzos de mi voluntad de detener el derrumbe del mundo externo y la disolución de mi yo parecían infructuosos. En mí había penetrado un demonio y se había apoderado de mi cuerpo, mis sentidos y el alma. Me levanté y grité para liberarme de él, pero luego volví a hundirme impotente en el sofá. La sustancia con la que había querido experimentar me había vencido. Ella era el demonio que triunfaba haciendo escarnio de mi voluntad. Me cogió un miedo terrible de haber enloquecido. Me había metido en otro mundo, en otro cuarto con otro tiempo. Mi cuerpo me parecía insensible, sin vida, extraño. ¿Estaba muriendo? ¿Era el tránsito? Por momentos creía estar fuera de mi cuerpo y reconocía claramente, como un observador externo, toda la tragedia de mi situación. Morir sin despedirme de mi familia. ..mi mujer había
viajado ese día con nuestros tres hijos a visitar a sus padres en Lucerna. ¿Entendería alguna vez que yo no había actuado irreflexiva, irresponsablemente, sino que había experimentado con suma prudencia y que de ningún modo podía preverse semejante desenlace?
No sólo el hecho de que una familia joven iba a perder prematuramente a su padre, sino también la idea de tener que interrumpir antes de tiempo mi labor de investigador, que tanto me significaba, en medio de un desarrollo fructífero, promisorio e incompleto, aumentaban mi miedo y mi desesperación. Llena de amarga ironía se entrecruzaba la reflexión de que era esta dietilamida del ácido lisérgico que yo había puesto en el mundo la que ahora me obligaba a abandonarlo prematuramente.
Cuando llegó el médico yo había superado el punto más alto de la crisis. Mi laborante le explicó mi autoensayo, pues yo mismo aún no estaba en condiciones de formular una oración coherente. Después de haber intentado señalarle mi estado físico presuntamente amenazado de muerte, el médico meneó desconcertado la cabeza, porque fuera de unas pupilas muy dilatadas no pudo comprobar síntomas anormales. El pulso, la presión sanguínea y la respiración eran normales. Por eso tampoco me suministró medicamentos, me llevó al dormitorio y se quedó observándome al lado de la cama. Lentamente volvía yo ahora de un mundo ingentemente extraño a mi realidad cotidiana familiar. El susto fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad y agradecimiento crecientes a medida que retornaban un sentir y pensar normales y creía la certeza de que había escapado definitivamente del peligro de la locura.
Ahora comencé a gozar poco a poco del inaudito juego de colores y formas que se prolongaba tras mis ojos cerrados. Me penetraban unas formaciones coloridas, fantásticas, que cambiaban como un calidoscopio, en círculos y espirales que se abrían y volvían a cerrarse, chisporroteando en fontanas de colores, reordenándose y entrecruzándose en un flujo incesante. Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas, como el ruido de un picaporte o un automóvil que pasaba, se transformaban en sensaciones
ópticas. Cada sonido generaba su correspondiente imagen en forma y color, una imagen viva y cambiante.
A la noche regresó mi esposa de Lucerna. Se le había comunicado por teléfono que yo había sufrido un misterioso colapso. Dejó a nuestros hijos con los abuelos. En el interín me había recuperado al punto de poder contarle lo sucedido.
Luego me dormí exhausto y desperté a la mañana siguiente reanimado y con la cabeza despejada, aunque físicamente aún un poco cansado. Me recorrió una sensación de bienestar y nueva vida. El desayuno tenía un sabor buenísimo. un verdadero goce.
Cuando más tarde salí al jardín, en el que ahora, después de una lluvia primaveral, brillaba el sol, todo centelleaba y refulgía en una luz viva. El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que se mantuvo todo el día.
Este autoensayo mostró que el LSD-25 era una sustancia psicoactiva con propiedades extraordinarias. Que yo sepa, no se conocía aún ninguna sustancia que con una dosis tan baja provocara efectos psíquicos tan profundos y generara cambios tan dramáticos en la experiencia del mundo externo e interno y en la conciencia humana.
Me parecía asimismo muy importante el hecho de que pudiera recordar todos los detalles de lo vivenciado en el delirio del LSD. La única explicación posible era que, pese a la perturbación intensa de la imagen normal del mundo, la conciencia capaz de registrar no se anulaba ni siquiera en el punto culminante de la experiencia del LSD. Además, durante todo el tiempo del ensayo había sido consciente de estar en medio del experimento, sin que, sin embargo, hubiera podido espantar el mundo del LSD a partir del reconocimiento de mi situación y por más que esforzara mi voluntad. Lo vivía, en su realidad terrorífica, como totalmente real, aterradora, porque la imagen de la otra, la familiar realidad cotidiana, había sido plenamente conservada en la conciencia.
Lo que también me sorprendió fue la propiedad del LSD de provocar un estado de embriaguez tan abarcador e intenso sin dejar resaca. Al contrario: al día siguiente me sentí -como lo he descrito- en una excelente disposición física y psíquica. Era consciente de que la nueva sustancia activa LSD, con semejantes propiedades, tenía que ser útil en farmacología, en neurología y sobre todo en psiquiatría, y despertar el interés de los especialistas. Pero lo que no podía imaginarme entonces era que la nueva sustancia se usaría fuera del campo de la medicina, como estupefaciente en la escena de las drogas. Como en mi primer autoensayo había vivido el LSD de manera terroríficamente demoníaca, no podía siquiera sospechar que esta sustancia hallaría una aplicación como estimulante, por así decirlo.
También reconocí sólo después de otros ensayos, llevados a cabo con dosis mucho menores y bajo otras condiciones, la significativa relación entre la embriaguez del LSD y la experiencia visionaria espontánea.
Al día siguiente escribí el ya mencionado informe al profesor Stoll sobre mis extraordinarias experiencias con la sustancia LSD-25; le envié una copia al director de la sección farmacológica, profesor Rothlin.
Como no cabía esperarlo de otro modo. mi informe causó primero una extrañeza incrédula. En seguida me telefonearon desde la dirección; el profesor Stoll preguntaba: «¿Está seguro. de no haber cometido un error en la balanza? ¿Es realmente correcta la indicación de la dosis?». El profesor Rothlin formuló la misma pregunta. Pero yo estaba seguro, pues había pesado y dosificado con mis propias manos. Las dudas expresadas estaban justificadas en la medida en que hasta ese momento no se conocía ninguna sustancia que en fracciones de milésimas de gramo surtiera el más mínimo efecto psíquico. Parecía casi increíble una sustancia activa de tamaña potencia.
El propio profesor Rothlin y dos de sus colaboradores fueron los primeros que repitieron mi autoensayo, aunque sólo con un tercio de la dosis que yo había empleado. Pero aún así los efectos fueron sumamente impresionantes y fantásticos. Todas las dudas respecto de mi informe quedaron disipadas.

Albert Hofmann
(de su libro La Historia del LSD. Balance Crítico de sus aplicaciones y efectos realizado por su descubridor)​


 
Henry Chinasky rebuznó:
Albert Hofmann
(de su libro La Historia del LSD. Balance Crítico de sus aplicaciones y efectos realizado por su descubridor)​

Tengo el librito ese, lo pillé en un rastro. Se me hizo algo pesado, demasiado técnico y descriptivo. Al tema:

"Eché una mirada ansiosa a mi alrededor: presente, nada más que presente. Muebles ligeros y sólidos, incrustados en su presente, una mesa, una cama, un ropero con espejo, y yo mismo. Se revelaba la verdadera naturaleza del presente: era todo lo que existe, y todo lo que no fuese presente no existía. El pasado no existía. En absoluto. Ni en las cosas, ni siquiera en mi pensamiento. Por supuesto, sabía desde hace mucho tiempo atrás que el mío se me había escapado. Pero hasta entonces creí que se había apartado simplemente fuera de mi alcance. Para mí el pasado sólo era un retiro, otra manera de existir, un estado de vacaciones y de inactividad; al terminar su papel, cada acontecimiento se acomodaba juiciosamente en una caja y se convertía en acontecimiento honorario; tanto cuesta imaginar la nada. Ahora sabía: las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas... no hay nada".
SARTRE: LA NAUSEA
 
El Principio Moral y el Interés Material

Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente cuya anchura sólo daba para uno.

-¡Al suelo, despreciable criatura –tronó el Principio Moral-, y deja que pase sobre tí!

El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin decir nada.

-¡Ah! –dijo el Principio Moral, vacilante-, echemos suertes, a ver quién de los dos ha de retroceder para que pase el otro.

El Interés Material mantuvo un silencio impasible y una firme mirada.

-Para evitar conflictos –prosiguió el Principio Moral, algo inquieto-, me agacharé yo para que pases tú sobre mí.

Entonces el Interés Material encontró una lengua, que por extraña coincidencia era la suya, y dijo:

-No creo que me convenga pisarte. Soy algo escrupuloso sobre lo que tengo debajo de los pies. De modo que al agua.

Y así fue.

Ambrose Bierce. Fàbulas fantàsticas
(Traducción de Francisco Torres Oliver)

¡Como amo al viejo Bitter...!
 
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