Mi teoría es que el Barça de las seis copas fue, más que la culminación de un proyecto de años, un maravilloso milagro fruto de la conjunción de miles de factores irrepetibles.
Alguien dijo que un milagro, si se repite, no es tal milagro; la prueba la tenemos en que salvo un par de canteranos subidos de los filiales culés, ningún otro jugador añadido a la basé del Barça ha logrado encajar y mejorar lo que había antes.
Se creó una máquina tan perfecta y tan bien engrasada que ninguna pieza ajena, por buena que sea, logra acoplarse a ese Barça milagroso de Etoo, Henry, Xavi y Messi. Y esto me hace pensar que poco a poco veremos una degradación que desilusionará a todos los que esperaban (esperábamos) una hegemonía total del Barcelona.
No hay recambio para Etoo, Ibra y Villa lo han demostrado. No hay recambio para Xavi, porque nadie es así de bueno. No hay recambio para Puyol, que se va haciendo viejo y lento sin remedio. Llegan nuevos jugadores que se esfuerzan por asumir las ideas del toque veloz, pero no lo consiguen porque vienen de otros equipos y parece ser que ese tipo de juego, o se mama desde la adolescencia o ya no se logra. La maravilla llamada Barça no se puede apenas tocar, porque se desmorona, y ese es precisamente su punto débil, el miedo a cambiar el sistema para que las nuevas incorporaciones puedan darlo todo.
Aparte del peligro de jugar siempre igual, y siempre a lo mismo. A la selección española le pasa lo mismo, más pronunciado si cabe, aunque el combinado nacional al menos trata de tener dos o tres sistemas para según que partidos y para según que resultados adversos.
El Barça adolece de la falta de flexibilidad de una bella estatua de mármol, preciosa en sus formas, pero pétrea e inerte.