Yo creo que cierta parte del análisis del modelo interpretativo de Marx pueden ser razonables hasta cierto punto, en aquello que se refiere a la crítica al sistema capitalista, las formas de injusticia derivadas de ésta, y sobre todo en lo que se refiere al fracaso de los mitos y utopías del liberalismo, y es algo que ya comienza a percibirse hacia mediados del siglo XIX, con la consumación de la primera revolución industrial y los brutales efectos que el liberal-capitalismo de corte manchesteriano tiene sobre las masas de obreros que viven hacinados, como animales, trabajando sin descanso y en una situación de abuso permanente, que afectó tanto a los adultos como a los menores. Pero no se trata ya de una cuestión ideológica, sino más bien de una cuestión de justicia social y de dignidad.
Sin embargo no puedo creer, y no he creído nunca, en la teoría revolucionaria del marxismo, más que nada porque si debemos guiarnos por los frutos de éste, y eso por mucho que muchos renegasen durante años de los frutos del árbol del marxismo, como en el caso de la URSS, que incluso en su etapa estalinista llegó a tener fervientes seguidores en toda la Europa occidental, al otro lado del telón de acero, como con el caso del partido comunista francés, donde el ala más extremista y dogmática copaba los puestos dirigentes. Es cierto que la experiencia del comunismo no ha sido del todo homogénea, y que los distintos modelos que se sucedieron en la URSS con Stalin, Kruschev, Brevnev o Gorbachov marcaron etapas muy diferenciadas entre sí, pero al fin y al cabo se demostró que ese modelo de sociedad pretendidamente igualitaria no era más que un timo, y la nomenclatura soviética tenía niveles de vida similares a las de la alta burguesía occidental de las democracias liberales, y que el Estado y su preponderancia, con su aparato represivo y policial ejercía una influencia nociva sobre muchos aspectos de la vida social. Sin embargo, lo que parece incontestable es que el modelo soviético fracasó, y curiosamente el desencanto y el rechazo hacia este modelo sobrevino muchos años antes de que éste acabase de estrellarse, con el mayo del 68 francés y la primavera de Praga, donde también se estrelló la utopía de los comunistas.
Y si ya nos remitimos a otros modelos como el de Camboya y los jemeres rojos, o el de Corea del Norte, pues es como para echarse a llorar directamente, pero como dije con anterioridad son el fruto de las ideas marxistas y de su aplicación. En el caso del comunismo chino y sus peculiaridades, al menos se ha dotado de una base tradicional, a través del confucianismo, y a través de un modelo muy particular, mixto entre el comunismo en la política y el capitalismo en la economía ahí siguen.
Está claro que el liberalismo es una puta mierda, que la pirámide social se encuentra determinada por criterios de orden materialista y económico, que las injusticias más vergonzantes prevalecen, eso es innegable. Por otro lado, eso no quiere decir que la solución sea el igualitarismo, y menos tal y como lo plantean los propios demoliberales, que aún siendo pura retórica y propaganda vacía, pretender equiparar, a nivel ideológico, a todos los individuos como cortados por el mismo patrón, absolutamente idénticos, es una ficción insostenible. Más que igualitarismo lo que es necesario es un principio de Justicia, que nada tiene que ver con el igualitarismo, sino con las cualidades particulares de cada uno, con sus habilidades y capacidades personales para conquistar una posición u otra dentro de la escala social. El mérito y el servicio a la comunidad, lejos de los egoísmos legados por el individualismo materialista, y el logro mediante la puesta en práctica de esas habilidades, que siendo beneficiosas para la comunidad también lo son para la persona concreta.
La igualdad debe prevalecer en el acceso a las mismas oportunidades, en igualdad de condiciones, pero el mejor, o los mejores, son los que deben prevalecer a la hora de ocupar un puesto determinado, sea en el contexto que sea, en la política como en el ámbito laboral. El parasitismo o la típica picaresca de quienes viven de los servicios sociales o de las ayudas sin esfuerzo alguno, utilizando cualquier ardid que esté en su mano, es evidente que no debe tener cabida en una sociedad justa y noble. Al igual que aquellos que merced a su posición económica más preponderante tampoco se les debería permitir abusar o enriquecerse de aquellos más débiles.
En mi opinión el mérito, el sentido comunitario, la solidaridad y los valores patrióticos, espirituales y de unidad, y un sentido ético del dinero, del trabajo e incluso del honor sería muy importante para restaurar ciertos vínculos orgánicos y tradicionales perdidos en esta vorágine de la modernidad, de los dos siglos de democracias liberales, de capitalismo salvaje y demás mierdas.
PD: Ahora pueden insultarme.
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