Yo he dado con varias, unas seis siendo exactos, todas maestras, todas chorreantes de mierda encefálica. Solo abrir la boca y escucharlas era garante de calidad. Ni La Mechá ofrecía tan suculento producto.
Otrora me parecieron tiernas, idealistas, soñadoras, enigmáticas, hadas que juegan a ser colosos en un mundo del que tengo un magnífico recuerdo, la niñez. La dorada infancia.
La última fue de Armilla. Al principio parecía gozar de sano juicio, era jodidamente guapa pero tenía más tiros dados que las liebres de Carraholo. La fui conociendo, via WhatsApp y hasta mensajes de voz, todo bien, hasta que empezó a desvariar, a decir estupideces, a mostrarse como un «sobaco ilustrado». Empezamos a callejear al mes. Fuimos al museo Picasso e ir con ella era ir en un Porsche Boxter, todo el mundo miraba, pero algo muy distinto es aguantarla, particularmente a ella y luego a su soberbia prepotencia.
Al final del día prometimos volver a quedar y así fue. La semana próxima fuimos a La Carihuela (Torremolinos-Benalmádena), y bien, vine con mi buena ración de soplapolleces variopintas, olor a fritanga y muestras explícitas de que ladytoddlers parecía presa política huída de una república islámica llena de pollas como cirios pascuales, hablaba victimísticamente de sus exs, lo cual induce a pensar que no había superado sus quebrantos sentimentales. Otra cosa es que yo conducía, y que ella bebía más que yo, no me terminó de convencer eso.
El próximo finde igual, a Puerto Banús, pero sin botellón, que ella era muy señorita, tocó aflojar la mosca visto por ella como obligación. Noche de gilipolleces tales como pedir alabanzas por su labor de maestra docente y sufridora de la vida y otras lindezas (borracha de ron). Esa vez le dio por llorar, porque iba pasada cuan Juanele a cubalibres. La primera porque su vida era una mierda. La segunda por lo bonita que es la vida (tal cual, como una chota). La dejé en el piso con el que habitaba ese año como interina, con otras cuantas locas del coño, me volví a casa. Y mientras lo fui pensando, estaba amaneciendo, se me había ido el mirlo de ginebra y se podía reflexionar; se me quedaron grabadas la sarta de estupideces del día y a cinco kilómetros de casa paré en una venta de carretera de las de los jamones colgantes churretosos y más moscas que en Mozambique. Me bebí tres tercios y comí un plato de altramuces siendo hora de desayunar, y le dejé claro que pasaba del tema. Un Whatsapp. Insistió en hablar, la bloqueé y ahí sigue.
Otro día hablaré de otra con la que sí trato pero que se las trae.
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Freak
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Freak total
