Al principio de la relación con mi primera novia, allá en mis lejanos 15 años, me preguntó si me hacía pajas y cuántas me hacía en caso de respuesta afirmativa.
Mi brutal y sincera respuesta la dejó entre sorprendida e indignada.
Me instó, a modo de sugerencia al principio y a modo de amenaza al final de la tarde, a no volver a hacerme pajas.
Ante mi cara de "pero qué locura estás diciendo?" ella me dijo que el motivo era que obviamente cuando me hacía las gallardas pensaría en otras o vería porno y que eso ella prácticamente lo consideraba cuernos.
Como es lógico me pasé su sugerencia-amenaza por mí culo lleno de pelos pero ahhh, amigos, las hembras ya desde bien jóvenas saben hasta latín y ella empezó a pajearme compulsivamente a modo de comprobación. Había leído, la muy puta, que los varones se corrían menos cuando ya habían eyaculado, así que convirtió las gayolas que me solía hacer los viernes por la tarde en estresantes pruebas donde medía el nivel y cantidad de los lefazos.
Cada viernes en la despedida se convirtió en una disparatada discusión porque ella me reclamaba más lefa. Si me había corrido solo eso es porque estaba pajeándome como un mono loco.
No se equivocaba.
Yo decía que si la postura, que si las pajas al aire libre, que si estaba cansado...pero nada, ella era lista cual roboc y sabía que a lo 15 años te corres como un camello ya sea que estés en un vertedero o al lado de un gitano con olor a estornudo.
Las discusiones tornaban en grotescas porque pasaba de recriminarme mis pajas a recriminarme que la mentía porque la intentaba ocultar mi pasión pajeril y la decía que yo no me tocaba cuando ella sabía que si hubiera sido Pinocho, hace tiempo que hubiese salido ardiendo.
Bueno pues en vista de la locura y en una muestra clara de calzonazos juvenil, decidí dejar de amarme.
El primer intento duró menos de una semana. Un día me desperté y estaba todo lefado. Me había corrido en sueños y dejé mi pijama que parecía que había aparecido un ectoplasma.
Le comenté la jugada a la novia y su cabreó se tornó en ira. Decía que estaba enfermo, que estaba obseso, que no había constancia de persona alguna que por no pajearse se corriese en sueños.
El segundo intento duró más porque nos pilló en época de exámenes y no nos vimos en dos semanas o tres. Yo aguanté estoicamente y os puedo decir que tenía intensísimos sueños eróticos y me encontraba en estado febril y violento.
Pero aguanté.
El resultado es que cuando nos volvimos a ver la quería muchísimo, me daban ganas de estrujarla de amor que sentía por ella. La besaba, la amaba, la olía el pelo.
La experiencia años más tarde me diría que este comportamiento amoroso no era sino ganas de expulsar el veneno que me corroía por dentro.
Así, esa tarde y en el parque de siempre me hizo la paja de rigor y el resultado fue que de la corrida que me marqué ella se pringó todas las manos, la cara, su vestido y yo mismo me embadurné de mi calostro.
Al limpiarse con las toallitas que la muy puta se llevaba esas tardes de viernes, se la quedaron tales lamparones que parecía que se le había caído un cocido encima.
Después de estos acontecimientos me dió vía libre para pajearme todo lo que quisiese.
Moraleja: la paja es la saluc.
He sido laísta? Te jodes