Naturalmente que es ridículo sentir orgullo por quedarse para vestir santos. Cualquier adulto querría estar felizmente emparejado y compartir momentos de cariño, sexo y ternura. No conseguirlo, genera una frustración y tristeza que se canaliza de formas muy distintas: prostitución, adicción a drogas u a otras conductas autodestructivas, arranques violentos, depresión, misoginia o cualquier otra no precisamente alegre.
A nadie le gusta quedarse fuera del recorrido vital humano, en el cual la pareja es una etapa necesaria de vivir, convivir y mantener. El inconsciente nos lo recuerda, aunque nos convenzamos de que no lo necesitamos.
Tan estúpido es poner toda la carga de la culpa del celibato forzoso en las mujeres, la sociedad o en uno mismo. Está claro que cada variable (a partir de ahora: A, B y C) cuenta en mayor o menor medida, según el caso que se trate:
A. Por supuesto que las mujeres son menos receptivas que antes. Si siempre han tenido la sartén por el mango, ahora lo interiorizan (y lo exteriorizan) mucho más. Las estadísticas de las aplicaciones de ligue hablan por sí solas. Hasta las feas y gordas pillan cacho cuando antes estaban en clara desventaja frente a las normalitas.
B. Por supuesto que la sociedad ha cambiado a peor. Las relaciones apenas duran, las leyes de violencia de género dan la razón a las mujeres aunque mientan, hay mucha hipergamia y un "capitalismo sexual" en el que la competencia es feroz para una mayoría de hombres que están en el atractivo promedio.
C. Por supuesto que es imposible ligar siendo gordo, misógino o encerrado en el cuarto frente al ordenador y atiborrándose de porno. La carencia de habilidades sociales es el mayor obstáculo para la seducción. Tampoco ayuda tener un entorno personal descuidado (desorden, poca higiene, falta de independencia económica y de vivienda...).
Pasemos pues a enumerar posibles fórmulas para reducir el efecto de cada variable.
A. Saber filtrar a las mujeres compatibles con nosotros. Por mucho que nos gusten jóvenes y guapas, es difícil que prefieran estar con nosotros o simplemente, tengamos poco en común con ellas más allá del deseo sexual. Saber buscarlas en los ambientes adecuados. Si nos gusta la música clásica, es más probable que conozcamos mujeres interesantes en conciertos de cámara o en el conservatorio. Si alguna mujer nos chirría por su comportamiento aleatorio o es una impresentable, se corta el contacto y a por otra.
B. Aunque tengamos a la sociedad en contra por haber nacido varones, a ellas también les afecta negativamente. Cada vez habrá más mujeres en contra del feminismo radical que las trata como inútiles. Debido a ése miedo a ser denunciados en falso, muchos hombres les darán la espalda a ellas y por tanto, cada vez habrá más mujeres que se sientan solas y deseen una compañía agradable. Eso les hará conscientes de que deberán hacer el esfuerzo de ser agradables por ellas mismas. Tampoco nos debe amedrentar que haya hombres mucho más atractivos y con posibilidades; a fin de cuentas, ellos se desviven para sentirse atraídos por las mujeres hasta el punto de sacrificar su personalidad en ello (lo admitan o no, inconscientemente es así). Es otra forma de pagafantismo. No deberíamos participar en esa dinámica.
C . Autocrítica y propósito de enmienda. Uno debe conocer virtudes y defectos. Potenciar unos y mejorar los otros. Saber en qué lugar se encuentra uno mismo y a qué puede aspirar. Y si las aspiraciones son grandes, tener en cuenta que para alcanzarlas, se necesitará invertir un esfuerzo mucho mayor. Aquí entrarían cosas tan variadas como cultivar un rico mundo interior (sin encerrarse en él), aprender a relacionarse, mejorar la calidad de la alimentación, hacer ejercicio, aprender a vestir bien, a tener un mínimo de etiqueta... la diferencia es que no lo haremos para agradar a una mujer, sino para no perdernos el respeto a nosotros mismos. La perseverancia es un camino que da sus pequeños frutos en cada paso.
Se puede resumir en esfuerzo y trabajo personal. La mayoría nos habremos abandonado (yo, el primero) y ponerse en ruta va a ser difícil. Tanto empezar a andar como mantener el ritmo, hacer las paradas y descansos necesarios y comer para reponer fuerzas sin llegar al empacho. Y sobre todo, no rendirse. Hay mañanas en las que apetece no levantarse de la cama. hay momentos en los que uno ve el pico desde la ladera y piensa "no he avanzado nada, jamás llegaré a la cima". Pero no es así. Cada paso adelante, es un puñetazo en la boca del demonio de la desazón.