Tras leer todas vuestras respuestas, me he puesto a analizar porqué salía yo, porqué ahora paso de las discos y pubs llenos de pivas, porqué hago lo que hago. Así que voy a lanzar este pequeño LADRILLO:
Empecé a salir a una edad realmente temprana para mi época: a los doce años.
En aquella época, allá por el año 85, salía con los vecinos de mi calle, nos daban veinte duritos (los domingos a las siete u ocho de la tarde, que es cuando salíamos) y los gastábamos en unos veinte minutos en las máquinas de videojuegos. Luego paseábamos un rato y volvíamos a casita tan campantes.
Recuerdo que a veces “seguíamos” a algunas chicas mayores (de hasta dieciséis años, vamos, unas mujeres maduras, jejeje) y mis amiguetes – vecinos hacían poco más que meterse con ellas y reírse de sus contestaciones bordes.
Y digo que lo hacían ellos, porque ya por aquel entonces, me limitaba a observar, ya que todavía no había desarrollado el deseo sexual en un grado extremo. Vamos, que iba a divertirme, y todavía recuerdo esos días como los mejores.
A los catorce años empezó el instituto. Y ya salía con primos y amigos del colegio a la disco de turno. También empezaron los primeros escarceos con el alcohol. Ellos ligaban a veces, algunos besos y tocamientos. Yo me limitaba a beber el cubata de turno y a esperar que ocurriera algo extraordinario que hiciera que toda esa situación cambiase para mejor. Jejeje, recuerdo que pillaba mi pequeño pelotazo con el Cua-Cua (que para los ignorantes, diré que se trata, REALMENTE, de Quantrol y Licor 43, de ahí Cua – Cua, y con ese pequeño pelotazo, digo, miraba las luces de la disco esperando que pasase ALGO.
A los quince años pasó algo… un punto de inflexión. Ellos ligaban y yo me limitaba a estar ahí, pero a los quince años y medio ocurrió algo. La ley actuaba. Los menores de dieciséis no podían entrar a la disco. Esa tarde de sábado íbamos todos para la disco, y todos pasaron, menos yo.
Me explico, las chicas entraban por la cara, los chicos, primos y amiguetes, tenían mas cuerpo que yo, pese a que eran menores en edad, y pasaban. A mi me pidieron el carné, y me echaron para atrás. Ante mi argumentación de porqué dejaba pasar a otros que tenían menos edad que yo, contestaron “es que parecen mayores”. Entonces comprendí que las apariencias lo son todo, incluso por encima de las leyes, y comprendí otra cosa… cuando ninguno de ellos salió a ver porqué yo no había podido entrar, ni se solidarizó conmigo.
Fue entonces, cuando dando un paseo en solitario, empecé a madurar realmente.
Pasé todo un año sin salir, estudiar, leer, leer, leer, estudiar, pensar… madurar, crecer, complejo de inferioridad, complejo de superioridad, leer.
Ahí comprendí que mi don era la inteligencia, la intuición, el poder de comprender las cosas y sacar conclusiones correctas cuando todo el puto mundo caía en los mismos errores y contradicciones una y otra vez.
A los dieciséis años volvía salir, esta vez con compañeros de instituto, y más que nada por obligación, debido a una bronca paterna para que no me quedara en casa (de cuatro horas de duración, con violencia física incluida). Vuelta al alcohol, vuelta a la nada. Vuelta a ver a chicas guapas ligar con chicos guapos. Más alcohol… eso ayudaba.
A los diecisiete pasó algo… encontré trabajo en una oficina, fuera de los horarios del instituto, y tenía la llave, por supuesto. Era una oficina ubicada en un piso, pasaba muy desapercibida. Así que harto de todo, los findes empecé a realizar una rutina… Salía sábados y domingos, si, pero no quedaba con nadie, compraba algunos refrescos y pasaba las tardes – noches en esa oficina, leyendo los libros y revistas de divulgación tenía previamente preparadas.
Sólo salía en ocasiones como nochevieja, feria local, semana santa, etc., esto duró un año y medio aproximadamente, hasta que dejé de trabajar en dicha oficina.
Finalmente volvía a una rutina más normal, hice nuevos amigos del instituto y volví a salir, sobre los dieciocho años. Seguía todo igual, el grupito de perdedores Beta que íbamos a lo nuestro, creyéndonos muy inteligentes y cultos, y bebiendo de vez en cuando para perder el conocimiento de que nos íbamos a morir vírgenes.
… El servicio militar… sin ligues y sin prostitutas, ahí empezó la fiebre sexual…
La veintena, época de desesperación sexual, la peor época de mi vida, y sin vehículo propio ni forma de ir de prostitutas, todo se limitaba a intentar conseguir sexo de la mejor manera posible, sin resultado alguno. Ni tenía el físico adecuado, ni la seguridad en mi mismo, ni el conocimiento de qué había que hacer. Además, la desesperación sexual es un repelente natural para las mujeres… luego se quejan de que sus parejas son impotentes… si ellas las eligen así, fijándose en primer lugar en los que NO desean sexo inmediato.
Seguía saliendo, pero ya odiaba mi pueblo, no lo soportaba, quería HUIR de allí, no había nada para mi, salía para evitar una depresión, ni más ni menos.
Finalmente, a los veinticuatro años, el coche llegó. Salir y SEXO. Si, aunque no con las chicas de pueblos vecinos, no, sino con prostitutas. Me desvirgué con una de ellas y no me arrepiento en lo más mínimo. Si no lo hubiera hecho así, habría enloquecido. Ahí queda mi odio para todas las mujeres, que sabiendo perfectamente que necesitaba su ayuda, fueron egoístas, crueles y despiadadas. Ahí va mi misoginia y mi odio para todas ellas. Ahí todo el sufrimiento que les he causado y les causaré, ahora y hasta el día de mi muerte.
Finalmente, gracias a ese sexo comprado, fui cogiendo confianza en mi mismo, aprendí no solo a practicar toda la inmensa teoría sexual acumulada, llevándola a la práctica, sino también a relacionarme socialmente con mujeres. Aprendí su simpleza y vulgaridad, camuflada como sofisticación, y aprendí que ellas no eran NADA. Eso, curiosamente, causó dos efectos: perdí la sensación de estar perdiéndome algo importante, y me hizo odiarlas aun más.
Finalmente, tras salir durante dos años más, con amiguetes, por todos los alrededores de mi pueblo. Empecé a salir por la capital, en solitario, descubrí el Cine, los centros comerciales, los parques y la belleza de dialogar con uno mismo, de viajar en solitario, de encontrarse a si mismo.
Salía de vez en cuando con amiguetes, pero me sentía un EXTRA, si señor, un EXTRA de una película en la que los guapos vivían las historias de ligues de una noche, relaciones de pareja y amores totalmente nuevos. No podía seguir con eso.
A los veintinueve… depresión nerviosa, recuperación, y antes de recuperarme totalmente… novia.
La primera novia a los veintinueve años, mi primer polvo sin pagar, a los veintinueve años. Ella era prácticamente virgen a sus veinticinco años, solo lo había hecho una vez y tenía varios traumas sexuales encima. Yo… yo estaba casi más nervioso que ella. Al final el sexo medio funcionaba, pese a los medicamentos que tomaba, que disminuían con mucho el deseo sexual (mejor para mi).
Nueve meses de relación, corté por motivos económicos (falta de dinero, si seños, no tenía ni un puto euro, y sin dinero, ni novia, ni amigos, ni nada).
En la treintena, pasaba totalmente de las chicas normales, las prostitutas volvían a ser mi desahogo. Pero con el tiempo empecé a echar de menos esa comunicación y cariño de una mujer. Las prostitutas no podían suplir eso. La recuperación de la Gran Depre acabó, y volvía a ser yo mismo. Las mujeres volvían a ser mujeres vacíos, sinsentidos andantes. Cuerpos codiciados que se me negaban cruelmente.
Dos años sin salir… el resto es historia, lo podéis ver en mis primeros post.
Quedadas con chicas que me deseaban como novio al ver mi crecimiento económico, emocional y de forma de vida, un mes de relación, sexo… y a tomar por el culo, chica.
Actualmente estoy en un estado de equilibrio bastante estable. Vuelvo a las prostitutas, experimento nuevas técnicas sexuales, algo de conversación entre polvo y polvo, sobre todo antes de subir o entrar en la habitación.
Paso de las mujeres, aunque parezca lo contrario, y lo mejor de todo… ahora me he encontrado a mi mismo, soy independiente, sé quien soy, sé como funcionan las cosas, la sociedad y hasta el mismo universo. Y francamente, no me cambiaría por nadie.
A pesar de todo, siempre queremos más, así que sigo manteniéndome en forma y saliendo por ahí de vez en cuando, para observar al elemento humano, aunque ahora ya no soy un extra, sino un estudioso, un mutante que ha sabido adaptarse sin ser devorado.
Fin.
:pla