Ni mucho menos voy a discutirle nada a quien sabe del tema y además ha visitado la isla, pero tirando un poco de intuición cuñada, y habiendo hablado del tema con el cubano que me inculcó este bendito vicio, él me contaba que fue vendedor de puros clandestino en la Habana que hacía sus trapicheos pícaros de vez en cuando, vendiendo tronchos de ortigas (en sentido figurado) a precios de prémium, y que no solo él, que además era una práctica bastante común en otros compañeros de gremio. No voy a hacer de la excepción la regla, pero el que encendí ayer era muy malo, esta vez tanto por opinión como por criterio.