Madrid es más inseguro que Cali.
Reguetón es música.
Ya no merece la pena argumentar porque eres un necio. Solo puedo admitir que se soportes esa música para tocar pelo, pero lo tuyo tiene un nombre, síndrome de Estocolmo, de tanto escuchar esa mierda te ha acabado gustando hasta el punto de defenderla en contra de la razón.
La música actual es mierda, sí, algo siempre se salva en cada género, excepto en el reguetón, trap y modas de internet. Es pura basura para desgraciados subnormales, además es perniciosa para la sociedad, y está diseñada para empobrecer económica y mentalmente al sujeto hasta convertirlo en un pelele que solo piense en comer, follar, vivir y gastar. Estamos degenerando como sociedad, la música es una demostración de ello, mirar la lista de los 40 principales, todo es una absoluta basura. El ejemplo más reciente es Rosalía, done en su hlo ya he expresado mi opinión.
El rap y el hip hop ya es mierda, surgida de la ignorancia, pero el reguetón y el trap, nacen sobre esa base convirtiéndose en la degeneración de lo degenerado.
Y ya paso simplemente voy a citar a Platón en su libro III de las leyes, por menos de un euro tenéis en Amazón las obras completas, os tacho lo menos importante:
Nuestra música estaba antiguamente dividida en muchas especies y formas particulares.
Las súplicas dirigidas a los dioses formaban la primera especie de canto, y se les daba el nombre de himnos. La segunda, que era de un carácter completamente opuesto, se llamaba treno[ 12]. Los peanes[ 13] constituían la tercera; y el ditirambo[ 14] consagrado a celebrar el nacimiento de Baco, creo que era la cuarta. A toda especie de canto se daba el nombre de ley, y para distinguirlas de las otras leyes, se las denominaba leyes de laúd. Una vez arreglados estos cantos y otros semejantes, a nadie era permitido mudar la melodía. Los silbidos y los clamoreos de la multitud, los palmoteos y los aplausos no eran entonces, como son hoy día, jueces que decidían si las reglas habían sido bien observadas, ni sobre el castigo que hubiera de imponerse a los que de ellas se separaran; esta tarea correspondía a hombres consumados en la ciencia de la música, los cuales oían silenciosos hasta el final, y tenían en la mano una vara, que bastaba para contener dentro de los límites del decoro a los jóvenes, a sus pedagogos y a todo el pueblo. Los ciudadanos se dejaban gobernar así pacíficamente, y no se atrevían a expresar su juicio por medio de aclamaciones tumultuosas. Los poetas fueron los primeros que con el tiempo introdujeron en el canto un desorden indigno de las Musas. No fue porque les faltase genio, sino porque,
conociendo mal la naturaleza y las verdaderas reglas de la música, se abandonaron a un entusiasmo insensato y se dejaron llevar demasiado lejos por el sentimiento del placer. Confundieron los himnos y los trenos, los peanes y los ditirambos; imitaron con el laúd el sonido de la flauta; y mezclándolo todo, llegaron en su extravagancia
hasta imaginar que la música no tiene ninguna belleza intrínseca, y que el placer, que causa al primero que llega, sea o no hombre de bien, es la regla más segura para juzgarlas con acierto. Como componían sus piezas conforme a estos principios y acomodaban a ellos sus discursos, hicieron que desapareciera poco a poco el miramiento y decoro que la multitud había observado hasta entonces, y se creyó ésta en estado de juzgar por si misma en materia de música; de donde resultó, que los teatros, mudos hasta entonces, han levantado la voz, como si fueran entendidos para graduar las bellezas musicales, y que
el gobierno de Atenas, de aristocrático que era, se haya convertido, para desgracia suya, en teatrocrático. Y aún el mal no habría sido tan grande, si la democracia se hubiera extendido sólo entre los hombres libres; pero, pasando el desorden de la música a todo lo demás, y creyéndose cada cual capaz de juzgar de todo, esto produjo un espíritu general de independencia. La buena opinión de sí mismo hizo desaparecer en cada ciudadano todo rubor, y la falta de rubor engendró la impudencia; y la peor de todas las impudencias, como que tiene su origen en una independencia desenfrenada, consiste en llevar la audacia hasta el punto de no respetar los juicios de los que valen más que nosotros.