Sir Ano de Bergerac
La becaria de Aramís Fuster.
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En La novela Contraluz de Thomas Pynchon la construcción de la vía ferroviaria que unirá el este con el oeste de Estados Unidos es símbolo de la domesticación del mundo. La vía del tren es un vector de progreso que va avanzando a paso firme por tierras salvajes y alrededor de él y su construcción proliferan pueblos, ciudades, nuevas gentes, ideologías y normas de uso. El paisaje inexplorado por el hombre occidental es potencialmente infinito y cuando es sometido a la retícula cartográfica se divide en parcelas, en categorías, se dispone en reparto.
La generación de la posguerra española ha abrazado el mito del progreso con tanta fuerza que ha confundido austeridad con miseria, ha celebrado como un éxito la llegada del centro comercial y la franquicia a sus pequeñas ciudades, que ahora son mucho más parecidas a las estampas de otros lugares desarrollados.
En menos de treinta años todos hemos visto cómo infinidad de espacios tradicionales con sus propios usos y costumbres han ido muriendo en pro del espacio homologado, del agente globalizador.
En el canon ideológico de estos años de democracia hay figuras evidentes y otras que no lo son tanto. Bajo ese pastiche de ideas incongruentes que es eso que llamamos derecha, se ha perseguido una especie de liberalismo económico, una suerte de libertad en lo macro mientras que se ha impuesto, como de soslayo la hiperregulación en lo micro. De soslayo porque cualquiera cree poseer una opinión formada sobre si quiere una economía más o menos liberal, pero no se ha parado a pensar si quiere que le regulen hasta sus costumbres más privadas. Es más, somos nosotros mismos agentes de la norma, que bajo la dialéctica del amo y del esclavo sufrimos su uso a la vez que censuramos a los demás.
Si queremos entender cómo hemos llegado a algunos de los episodios más bochornosos de nuestra historia reciente como los días de la policía del balcón, o el cierre del Retiro todos los días de viento porque un día un niño tuvo mala suerte, habríamos de preguntarnos hasta qué punto hemos dejado que se metan en nuestra vida con pequeñísimas regulaciones ante cualquier disputa o problema. Ahora que el momento está maduro el feminismo regula nuestra intimidad y los supuestos contratos afectivos que aún no han sido verbo. Es todo parte de la misma lógica, es esta la pura ideología madre, que pasa inadvertida y asumida con la misma naturalidad por quienes se creen de derechas y de izquierdas. Hacer una nueva ley es muy fácil, pero eliminarla es casi imposible, ya que generalmente se anulan a golpe de más regulaciones alimentando aún más a esta bestia mastodóntica.
Buenas tardes, @BILBOKOA
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