Voy a romper una lanza a favor de las procesiones.
No porque yo sea creyente, que no lo soy en absoluto. Ni facha. Ni votante del PP. De hecho, este tipo de manifestaciones nacionalcatolicistas me dan bastantes arcadas.
La importancia de la identidad (y por tanto, las tradiciones) es grande. Desde hace bastantes años, los mensajes en contra de procesiones, desfiles militares o incluso Moros y Cristianos, crecen exponencialmente en las filas giliprogresistas. Todo el mundo se congratula por ello, creyendo que vamos en el buen camino hacia un estado laico, más humano y más justo.
No señores, la única alternativa que se nos vende es la de consumir. Irse de vacaciones lo más lejos posible, o pasar los cuatro días de Semana Santa en el centro comercial para los quinientoseuristas. Al que sea pauper, ya no le quedará ni el consuelo de ir gratis a ver pasear a la Virgen de la Teta al Hombro.
Que si por mi fuera, reemplazaría a los santos por cañones y a los cofrades por soldados. Tenemos suficiente historia bélica como para llenar ese vacío cultural, además de inculcar valores de fuerza y honor en vez de tanto fustigarse sólo por el hecho de haber nacido en este mundo.
Mientras tanto, que sigan sonando los tambores, las trompetas y las saetas. Lo prefiero mil veces antes que el electrolatino y el reguetón que me lo han impuesto por la fuerza, todos los putos días.