Como ya conté hace algunos años atrás, mi experiencia en este asunto se limita a una única relación anal. Una follamiga me preguntó si quería probar, lo hice y, con franqueza, no sentí nada especial que ya no hubiera sentido con una penetración vaginal. Lo que sí me llamó la atención, al comienzo, es que desde donde yo estaba, de espaldas detrás de ella, no supe que la tenía dentro de su culo hasta que lo comprobé visualmente en detalle, pero sí percibí que sentía menos placer que introduciéndola en un coño de toda la vida. Seamos sinceros: al margen de razones psicológicas de placer, humillación, dominación o sumisión, una vagina está mucho mejor diseñada por razones evolutivas para dar placer y provocar el orgasmo.
El problema vino
a posteriori. Transcurridas unas dos semanas de aquella relación, que por cierto ya estaba finiquitada entre ambos, empecé a sentir molestias y calor en el bajo vientre, al sentarme, al ponerme de pie, una especie de inflamación generalizada y difusa, algo de fiebre a última hora de la tarde y sensación de opresión en los huevos. No presté mayor atención al asunto, hasta una noche en la que al hacerme la típica y tópica paja a la crema antes de irme a acostar con la peli ponno que más me gustaba, observé horrorizado, literalmente con la cara blanca, que eyaculaba SANGRE. Sí, tal cual.
Evidentemente, pensé que llegaba mi última hora y como cualquier forero que se precie, lo primero que hice es consultar con don Google qué podía ser aquello, aparte de un carcinoma fulminante que me daba sólo un mes de vida como mucho y entonces leí por primera vez la palabra hematospermia. Afortunadamente, al día siguiente, llamando a tres o cuatro urólogos para una cita de urgencia, uno de ellos me pudo hacer hueco para esa misma tarde.
Llegué a la consulta, le expliqué los síntomas casi en voz baja, tartamudeando por el miedo, y después de terminar, me sonríe y me pregunta a bocajarro: ¿ha tenido usted algún tipo de relación anal sin protección en los últimos meses?
Entonces, avergonzado, se me vinieron a la mente las mil imágenes casi olvidadas de aquella única penetración por el culo de mi vida. El médico me hizo el clásico y desagradable tacto rectal, me mandó un análisis de sangre y una ecografía de toda la zona urogenital y me dijo (algo que luego se confirmó con los resultados de las pruebas), que tenía una prostatitis aguda por una infección de
Escherichia Coli. Resultado: un mes y medio completo de 3 cápsulas al día de una cefalosporina de última generación, un antiinflamatorio y un analgésico que me dejaron prácticamente medio muerto, sin fuerzas ni para ponerme los pantalones, cuando terminé de tomar el tratamiento. Me explicó que desgraciadamente la próstata es una glándula que tiene una capacidad muy alta para evitar la entrada de antibióticos y que el tratamiento debía cumplirlo a rajatabla si quería una curación completa. Al margen, me indicó que nada de hacerme manitas o tener relaciones en los siguientes 15-20 días.
Después de aquella experiencia, no quise volver a repetir, ni siquiera con la sugerencia de que siempre que la metiera por el culo fuera con preservativo, al ser el glande, según el urólogo, una zona de p¡el muy delgada y sensible que, por ser una mucosa, tiende a pillar ETS de una forma muy rápida. Ahí, en aquel momento, se disolvieron los pocos deseos que tenía de tener otra relación por detrás.
A partir de ese momento, cambié el ano por la vagina y cuando quiero imaginar eso de la dominación y tal, pongo a la señorita a 20 uñas mirando para Cuenca y me vale exactamente igual.
Ni he probado ninguna otra vez ni voy a volver a hacerlo. Ya tuve mi propia medicina, pero comprendo que haya mucha gente que disfruta o siente disfrutar con este tipo de relaciones concretas, por la carga psicólogica que
@iskariote o
@Spawner comentan.