Soy soltero. Eso para empezar.
Qué pena dan algunos phoreros. A lo mejor soy yo, pero no creo. Es que me parece loleante leer esas emotivas elegías sobre hamijos emparejados y sus pasadas "hazañas"... ¿en una discoteca?, sus famas y sus glorias... ¿en los bares de copas?, sobre cómo eran reyes... ¿del calimotxo?, y no había quien los parara... ¿en una noche de farra?, sobre cómo eran seres libres, más grandes que la vida, espíritus ingobernables, incontenibles, verdaderos consigo mismos, sin sujeciones, enemigos de todo yugo, de toda condición, y así lo demostraban... ¿haciendo perradas a las cuatro de la mañana, follándose a una puta de discoteca, llegando a casa tan tajaos que no podían ni tenerse en pie?
No soy yo precisamente un puritano, ni veo ningún pecado en pasarlo bien, en reír, en vivir aventuras con los hamijos y en insertar el cilindro en tantas vaginas como sea posible. Las cosas pequeñas son las que nos hacen felices. ¿Pero esto es lo que vosotros llamáis espíritus libres? ¿Y a eso reducís todas estas grandes virtudes que invocáis sin un ápice de vergüenza, a hacer el ganso por la noche el fin de semana? Me trae esto a la mente el modo como Homero describe el campo de batalla: el lugar donde los hombres alcanzan la gloria. ¿Y el lugar donde el hombre alcanza la plenitud, donde su espíritu se sublima y toca las estrellas y la puta eternidad, ese lugar es para vosotros un antro atestado de carne revolviéndose entre humo (ya no) y música a toda hostia, un descampao sembrado de botellas rotas y mugre y apestando a litrona, un puto garito de mala muerte, el capó de un coche ajeno a las siete de la mañana?
Hijos de puta mediocres. Que para vosotros la valía de un hombre se mida aquí demuestra que sois igual de mediocres que todos los demás. Así que los casados y los emparejados son unos tristes porque han terminado pasando por el aro, y vosotros, que estimáis que todo lo grande, lo valioso, lo colosal que puede habitar en un hombre se prueba en unos rituales sociales de fin de semana que son tan convencionales como el tener pareja, sois seres indomables como el puto viento. Que me compararais a los casados y a los ennovietados con el Kim de Kipling, con Edmundo Dantés de Dumas, en fin, con hombres que han vivido, que han surcado los mares y las cordilleras y han visto reinos, templos inhóspitos anclados en escarpaduras, pues lo podría entender, me cago en Ros. Lo podría entender. Pero que me los llaméis tristes, perdedores y hombres empequeñecidos y de voluntades microscópicas, hombres reducidos a ser una copia de los demás, por no hacer el ganso los fines de semana con vosotros, que no tenéis lo que hay que tener para que una puta, una PUTA, que no va a querer otra cosa que dinero y algo a lo que amarrarse, porque las mujeres-putas son lo más antirromántico que existe como decía el gran Josep Pla, que oséis dirigir semejante acusación os denigra por debajo de vuestra condición de donnadies.
Qué pena, por todos los dioses. A qué estado de debilidad mental ha caído la plebe. Pero me equivoco al sugerir que todo tiempo pasado fue mejor: sois el lumpen eterno, el que por muchas transformaciones que atraviese nunca abandona su esencia de lumpen. Vuestro soltero libre no es más que otro subtipo de perdedor. Vosotros os estáis peleando por ser la prostituta más guapa, hamijos.